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Reportaje:LOS DISCOS DE TU VIDA

'Abraxas', de Santana

Diego A. Manrique

Fruto atípico del rock de San Francisco, Santana ha demostrado ser el más duradero de aquellos proyectos nacidos antes, durante y después del "verano del amor". Su segundo disco, Abraxas (1970), lanzó al grupo gracias a golazos como Oye como va, Black magic woman o Samba pa' ti. La presente edición en CD de Abraxas que publica EL PAÍS contiene tres piezas grabadas en Londres que no aparecían en el LP original y se podrá adquirir por 5,95 euros a partir de mañana, y durante una semana, en los quioscos.

Todavía hoy, Abraxas representa uno de los más excitantes prototipos del rock latino. Santana había debutado en 1969 con un disco crudo, que incluía su rotunda lectura de Jingo-lo-ba, obra del percusionista nigeriano Olatunji. Había sido esa formación de Santana, toda furia y pelos largos, la que había impactado entre el público de Woodstock. Pero el grupo deseaba refinar su sonido y, vistas las ventas de Santana, se podía permitir contar con un productor sofisticado, Fred Catero, y pasar tres meses en el estudio de Wally Heider.

Lo que hacía excepcional a Santana en 1970 era que se trataba de un grupo genuino (y no de una dictadura benévola, forma que adoptaría tras tomar Carlos Santana el timón). Todos aportaban ideas y material. El teclista Gregg Rolie se empeñó en grabar Black magic woman, la composición del británico Peter Green para Fleetwood Mac. Casualmente, la pieza encajaba con Gipsy queen, tema del guitarrista húngaro Gabor Szabo, uno de los héroes de Carlos. Incident at Neshabur era un instrumental que no había encontrado acomodo en Santana. En Abraxas alcanzaría grandeza transcultural: rock, jazz y música latina en una inédita combinación, como correspondía a una banda multirracial.

En contra de lo generalmente asumido, Carlos no sirvió como canal para la entrada de los ritmos latinos en Santana. Más fascinado por el blues y el jazz, el guitarrista tenía prejuicios contra lo afrocubano: no quería contaminarse con el typical latin de Xavier Cugat o Desi Arnaz. Después de todo, el grupo se había bautizado como la Santana Blues Band. Pero en San Francisco había prendido el latin jazz: era popular la banda del vibrafonista Cal Tjader, que contó con fieras como Armando Peraza, Willie Bobo, Mongo Santamaría, Eddie Palmieri. Y Bill Graham, manager de Santana -y promotor en el Fillmore Auditorium- vibraba con las orquestas del Spanish Harlem neoyorquino.

En realidad, el catalizador de lo latino en Santana fue José Chepito Areas, percusionista nicaragüense que aportó su cultura musical y supo instruir al resto del grupo -un puertorriqueño, un chicano, afroamericanos, blancos- en los misterios de los ritmos caribeños. Seguidor de Tito Puente, fue Chepito el responsable de encajar su Oye como va en el repertorio de Santana.

Sobre aquel espeso tapiz, cabalgaba la guitarra de Carlos. Tenía espasmos de jazz, atacaba el gua-gua como cualquier rockero desatado... pero también recogía el lirismo de los boleros que había tocado junto a su padre, un sentido melódico filtrado por la emotividad, por el drama de B. B. King, Albert King, Freddy King y demás titanes del blues eléctrico. Sencillamente, nadie tocaba como él. Con Abraxas, se podía bailar alternativamente en plan suelto, a lo apretado (¡Samba pa tí!) o en delirio psicodélico, como sugiere la atmosférica Singing winds, crying beasts, que abre el disco.

Arropado por una seductora portada -se aprecia mejor en el formato LP- Abraxas triunfó, empujado por la salvaje aparición de Santana en el documental Woodstock. Paradójicamente, la ascensión del grupo determinaría la perdida del espíritu original, los enfrentamientos y la disgregación. "Abraxas" quedó como un pináculo del rock caliente. Hacia 1997, cuando varios de los ex compañeros de Carlos se juntaron de nuevo, inevitablemente el proyecto se llamó Abraxas.

Carlos Santana, en una reciente actuación.
Carlos Santana, en una reciente actuación.SUSANNA SÁEZ
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