Hablar de la mar
Hablar-de-la-mar, dícese de aquello que nosotros hacemos a capazos de un par de años aquí (y antes). Pero no en el sentido en que lo hace Josu Jon Imaz: el galipote, mantener activo el sistema de alerta en las costas vascas, la "flota vasca" y su eficaz labor; en fin de todo eso que se ha puesto, desgraciadamente, tan de actualidad desde el desastre del Prestige. Ni de la costera del verdel o la anchoa, ni de la campaña del atún, o de si el bacalao al pil pil es de Terranova o más bien de la isla Príncipe Eduardo, vía Johannesburgo-Foronda. No, nada de eso.
Hablar-de-la-mar es lo que hacían los castellanos viejos al hablar de fabulosas historias de la mar-océano, de increíbles aventuras sobre monstruos marinos y serpientes descomunales que surcaban las aguas. Es decir, hablar de cosas improbables y fantásticas. Algo así como: "Correcto, precioso, pero dejemos de hablar-de-la-mar. ¿Qué le parece si hablamos de cosas serias y soluciones a lo que nos interesa?". Algo así.
Total, que hablamos de la mar hasta en la sobremesa, sobre todo en la sobremesa. Claro que, de un tiempo aquí, nuestro debate público es pura sobremesa y tertulia de taberna.
Vayamos en orden. Hablar de lo fabuloso -ese término que resulta de la fábula- es lo propio del Gobierno Ibarretxe, aunque tenga la desmesura de hacerlo parecer un discurso casi burocrático y ¿¡práctico!? Así las cosas, el PNV habla de Ilusión por hacer; es su eslogan para el Aberri Eguna. Lo presentan Egibar, Agirre y Juaristi, el equipo menos hacedor y que más ha hablado de la mar desde que el PNV fuera bizkaitarra. (Euskadi independiente para el 2004, ¿lo recuerdan?, y serpientes marinas y monstruos varios.) Pero esto es jugar con ventaja. Ibarretxe y su trouppe no hacen sino hablar de la mar.
Pero uno quisiera encontrar en alguna parte de la escena pública un uso refinado de las ideas, cierta agilidad de mente en algún rincón que permita abrigar esperanzas; cierta sutileza en los análisis y no un bla-bla-bla vacío, lleno de gracietas y bufonadas que no conducen a nada. Y tampoco el ringorrango de los análisis pretendidamente sesudos.
Vayamos con estos últimos. Pretender que el proyecto Ibarretxe responde a lógicas del juego racional para obtener ventaja electoral o política es bastante pueril. Pero encontrará analistas que apuestan por sesudos parterres concatenados (aunque huecos) que explican por qué Ibarretxe es Ibarretxe. No saben que siempre fue así: discreto, iluminado y ¿encantador? Es la herencia de los viejos teóricos del abertzalismo de izquierdas que todo lo elevó con sus análisis. Hay otros que insisten en el lea-usted-el-Proyecto (Herrero de Miñón), sin reparar en que las formas (no consenso, democracia corporada e imposición de un final) ya rompen todo diálogo (Rawls). Mientras tanto, seguimos hablando de la mar.
Claro que eso sería lo de menos. Es gente del papel, de la opinión (como uno mismo). Pero, ¿qué pasa con los políticos de la oposición? De Mayor Oreja y el PP sabemos ya bastante. Toda su inteligencia de estadista, que la tiene, la supedita a una política maximalista de efectos devastadores (impronta Aznar). El frentismo sin aditamentos es hoy contraproducente políticamente, inútil para ganar unas elecciones, que es de lo que se trata. Mientras tanto, los socialistas se debaten entre lo que hacer si Ibarretxe prosigue con su Proyecto y el modo de captar "votos nacionalistas". Aún no perciben que en esta sociedad pos-industrial el voto a ganar es el del ciudadano medio, satisfecho con el actual estatus institucional (Estatuto) y que aspira a mejorar comparativamente su región en esta Europa competitiva. Siguen hablando de la mar, hablar por hablar.
Mientras tanto, el ciudadano medio les espeta: ¡Es hora de que ganéis unas putas elecciones, sólo unas! Sería suficiente. El vulgo es así: si se habla de la mar, que sea para traer atún o caballa. ¿Para qué ir a especular de nuevo sobre monstruos y sirenas? Mejor que sea sobre el bacalao. Y, si se es capaz de traerlo de mayor calidad, que se vea.
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