Pascua florida
Al alcalde saliente, don José María Álvarez del Manzano, le llegó la hora de rendir cuentas tras un largo periodo al frente del Ayuntamiento de la Villa, y al tribunal correspondiente no le cuadran los resultados, falta dinero y sobran explicaciones: el rosario de argumentos desgranado por el alcalde para justificar los gastos de su cuenta restringida no basta para desvelar todos los misterios, gozosos misterios, de sus caridades y sus fidelidades. Es verdaderamente justo, equitativo y razonable que el piadoso edil practique la caridad sin que su mano izquierda sepa lo que hace la mano derecha, y en un Estado confesional y autocrático como el que teníamos antes nadie hubiera osado ponerle pegas a su cuenta de gastos trufada de limosnas y donaciones para las monjitas, tal vez efectuadas con la buena intención de paliar las deficiencias caritativas de los presupuestos de un Ayuntamiento laico. La caridad bien entendida empieza por uno mismo, proclama un dicho popular que es toda una perversión del mensaje evangélico y, a los ojos de don José María, no hay nada tan de uno mismo, tan personal, como la cuenta de gastos, y si es restringida, pues más a su favor.
De los 103.000 euros que el Tribunal de Cuentas le reclama de la suya, existe una partida referente a los viajes con su cónyuge, doña Eulalia, que no estaban incluidos ni en el protocolo ni en los presupuestos, partida cuya justificación convierte el alcalde en un conmovedor alegato de amor conyugal, a toda prueba, salvo las de los peritos del tribunal. José María ama a Eulalia y no le gusta nada separarse de ella. Hasta ahí, todo muy bien, piensa el perito, pero el señor alcalde ya podía haberse estirado un poco pagándolo de su propio bolsillo. No hay premio, pues, sino castigo para su virtud y su fidelidad. La carne es fuerte y débil la voluntad del hombre y ya se sabe que en esos viajes oficiales y oficiosos acecha la tentación, sobre todo en los viajes y eventos de índole cultural y artística, en los que hay que compartir balcón y banquete, sobremesa y cóctel con vedettes, supervedettes y starlettes, musas y misses. Qué diferencia de talante, todo un abismo el que separa al casto José María de aquel rijoso don Enrique, al que se le iban los ojos en pos de las carnes, aún prietas y generosamente expuestas, de Susana Estrada, a la que algunos cronistas, más bien torpes, erigieron como musa municipal de su etapa como alcalde, la más movida que los tiempos recuerdan. Incluso junto a Norma Duval, su musa propia y reina de sus fiestas, supo don José María conservar su compostura, que no hay que confundir con el envaramiento o la adustez, nada de eso, pues nadie más pizpireto y dicharachero en los festejos que nuestro edil, sobre todo en Navidad, pues en esas fechas tan hogareñas se le disparaba al alcalde su sevillano gracejo de cofrade y se despendolaba desentonando y masacrando impunemente un villancico ante los micrófonos y las cámaras.
Entre las donaciones diversas que el Tribunal de Cuentas no ve justificables figuran algunas a cuenta de la costurera de doña Eulalia, que tal vez precisaba de sus servicios para no ir hecha una facha cuando salía de viaje con su esposo. En su descargo podría aducir el alcalde que a él también le repasaba los botones o le tejía un zurcido de emergencia. Este ejemplo de sobriedad y de apego a las costumbres tradicionales y a los oficios populares se contrapone como un huevo a una castaña al frívolo despilfarro que gastaba el viejo profesor enamorado de la moda juvenil con el diseño posmoderno y extravagante ejecutado por individuos excéntricos y marginales que ni siquiera habían estudiado corte y confección como la costurera de los Álvarez que, nadie lo duda, debe tener manos divinas.
Hace mutis por el foro, y del Foro, don José María, con esta nueva cruz a cuestas, con esta penitencia que le ha dejado hecho polvo en vísperas de la Semana Santa, que le ha hecho la Pascua y amargado, quizás aguado, su resurrección como alto y bien remunerado cargo de ese gobierno al que ha servido religiosamente durante largos y fructíferos años, tal vez un puesto en el consejo de la funeraria madrileña, funestamente privatizada durante su mandato, un puesto en el sector de las pompas fúnebres que cuadraría con sus trajes oscuros y su beatífica sonrisa. No somos nadie.
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