En busca de los archivos de la represión
Los iraquíes registran la sede del Servicio Central de Espionaje para encontrar los expedientes más confidenciales del régimen
Una banda de siete muchachos entraron ayer por la puerta del Servicio Central de Espionaje como si hubiesen encontrado el paraíso en medio del desierto. Abrían los brazos y daban gritos de júbilo. Apenas hablaban inglés. Pero se las apañaban para decir: "Libre, libre, libre". Dentro del recinto, otro iraquí intentaba explicar la razón de tanto júbilo: "Durante muchos años sólo podíamos pasar por la acera de enfrente sin pararnos. Sólo se podía mirar de reojo. Éste era un sitio temible, muy secreto. Ahora por fin podemos acceder a las oficinas y registrar los archivos".
Otro muchacho, ingeniero mecánico, se llevaba a casa varias carpetas con expedientes bajo el brazo. "Aquí está la historia reciente de mi país. Esta carpeta está llena de crímenes. Les he echado un vistazo y hay bastantes cosas interesantes sobre nuestra política en el extranjero, especialmente en países del norte de África, Senegal e Israel. El día de mañana querremos saber cómo se trabajó aquí durante treinta años".
"Éste era un sitio donde la gente venía y no la volvías a ver", dice un iraquí
El Servicio Central de Espionaje tiene el aspecto de un pueblo siniestro. Una pérgola corona la entrada a un jardín frondoso y elegante como pocos en Bagdad. De pronto aparecen desperdigados entre frutales varias decenas de edificios de tres o cuatro plantas, la mayoría bombardeados.
Tras cuatro días de saqueo aún había chavales que conseguían encontrar alguna mesa o un perchero. Pero la mayoría de los que llegaron al recinto iban en busca de papeles. "Éste era un sitio donde la gente venía y no la volvías a ver. Y si venías a preguntar corrías el riesgo de quedarte tú también", comentaba un iraquí mientras rebuscaba documentos en una mesa.
Un hombre de unos 50 años llevaba un cajón con documentos bajo un brazo, y en la otra mano portaba una ristra de papeles con nombres y números de teléfono. "Eran empleados de hoteles, conductores, funcionarios de embajadas que trabajaban para el Servicio Central de Inteligencia". El hombre pretendía estudiar en casa uno por uno los nombres y los teléfonos.
"Si te quieres vengar de alguien, ahora tal vez encuentres aquí a la mitad de la gente del país", le comentaba alguien que había ido por allí sólo por conocer un lugar tan prohibido.
"No, con los pequeños agentes... con ésos no merece la pena andar de venganzas. Pero a los más importantes sí hay que meterlos en prisión. Hace 15 años a mí me metieron dos años en la cárcel porque dije que Sadam Husein era responsable de la guerra contra Irán. Ahora, esta gente que nos ha estado pisando durante tanto tiempo tendrá que pagar".
"Pero han desaparecido de la noche a la mañana", añade el empleado de una oficina de cambio de divisas. "Sus caras salían todos los días en los medios. Y de pronto, ya no hay quien los encuentre", comentaba el empleado de la oficina de divisas. Alguien le dijo en ese momento que había una carretilla allí en la que podían cargar un frigorífico, pero el hombre no quería llevarse nada de aquel lugar. "Sólo he venido a verlo. Era tanto el miedo que infundía todo este sitio que ahora necesita verlo".
No eran historiadores ni eruditos los que venían en busca de papeles, sino gente interesada por conocer los negocios más turbios del régimen.
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