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Tribuna:OPINIÓN | Apuntes
Tribuna
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Profesores suficientemente desmotivados, pero movilizados

Desde hace unas semanas asistimos desde la Facultad de Economía de Valencia, ciertamente preocupados, a la movilización que llevan a cabo los profesores de Administración, Comercio y Economía en los centros de Enseñanza Secundaria Obligatoria. Más allá de las legítimas reclamaciones corporativas, sobresalen en este contencioso otros aspectos que repercuten en la preparación de un alumnado que se orienta hacia una formación universitaria sin las debidas garantías, a juzgar por ciertas disposiciones e intenciones de las autoridades educativas.

Por una parte, la intención de las autoridades educativas de reformar el currículo del bachillerato LOGSE, en el sentido de transformar lo que antes era materia obligatoria en materia opcional y elegible entre otras (en el caso que nos ocupa la insólita e irracional elección entre Economía o Historia del Arte), responde a una estrategia equivocada, a la que el tiempo pasará factura, puesto que la desconexión con las necesidades del mercado laboral alejará del futuro más idóneo a legiones de estudiantes que un día se preguntarán, tal vez, por qué no hallaron el estímulo necesario para lograr, tras su etapa formativa, el puesto de trabajo más competitivo para encarar su futuro profesional.

En la actualidad, los estudios en las áreas relacionadas con la economía y la empresa se encuentran entre los más demandados en nuestra comunidad autónoma. De hecho, todas las universidades públicas y los centros privados ofertan una o más titulaciones en estos estudios, y esta oferta responde a la realidad incuestionable de que los titulados universitarios en este tipo de estudios siguen teniendo buenas oportunidades de trabajo en el mercado laboral.

No obstante, la política educativa aplicada hasta la fecha en los niveles previos a la universidad ya está teniendo su consecuente reflejo en las nuevas promociones que acceden a los estudios universitarios. La proliferación de las llamadas asignaturas cero, es decir, aquellas que es necesario introducir para que los estudiantes que acceden a la educación superior alcancen los niveles imprescindibles para poder cursar una carrera universitaria, es un buen indicador del problema.

Por otra parte, no parece muy ortodoxo que, en los últimos ciclos de la secundaria, las asignaturas relacionadas con las ciencias económicas y empresariales sean impartidas por un profesorado formado en otras disciplinas humanísticas. Sin embargo, al decir de los colectivos que ahora se pretende marginar, se trata de un profesorado insuficientemente preparado para satisfacer los programas que deberían situar al aspirante universitario en un estado óptimo de conocimientos, el adecuado para poder acceder a la nueva etapa formativa con un bagaje que acreditara la máxima eficiencia en su etapa preparatoria, es decir, en la enseñanza secundaria.

Estas dos situaciones, aunque puedan parecer anecdóticas dentro de la amplia problemática del sistema educativo, son significativas porque señalan la existencia de un problema mucho más grave: la falta de coherencia del sistema educativo en su conjunto, tal como se está diseñando. Si existe una falta de voluntad política para dotar al sistema educativo de los medios necesarios para convertirlo en un sistema de calidad, adecuado a las necesidades que marca la convergencia europea, esto debería explicitarse claramente, señalando que las prioridades políticas no pasan por la educación y sí por otro tipo de gasto público. Si, por el contrario, se pretende un sistema coherente y de calidad, es necesario dotarlo con los medios financieros y humanos pertinentes. Aunque estos condicionales parezcan de sentido común, dejan de serlo cuando se comprueba la política continuada de "ajustes", que en la práctica suponen una merma de calidad para el sistema público y para los ciudadanos que se forman en él.

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Desviar el potencial de los profesores de secundaria, sustituirlo arbitrariamente o alterar las reglas de juego en función de intereses estrechos también lesiona el capital formativo, condiciona nuestra economía productiva y limita, cuando no amenaza, nuestro desarrollo futuro.

Enrique Villarreal es decano de la Facultad de Economía de la Universitat de València.

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