Por una estrategia europea
La crisis de Irak ha sido un desastre para la Política Exterior y de Seguridad Común (PESC) de la Unión Europea. Los Estados miembros están claramente divididos en sus posturas respecto a la guerra contra el régimen de Bagdad. No obstante, ahora que la guerra se acerca a su fin, la naturaleza del orden político que se instaure después de Sadam es objeto de intenso debate público. Dada la importancia política y económica de Irak en una región tan cercana a nuestra zona, la UE no puede negarse a asumir su responsabilidad cuando termine el conflicto. Nuestra opinión es que la UE debe elaborar una estrategia global para un Irak post-Sadam, basada en los principios y valores europeos. Eso no quiere decir que se pueda hacer pronto, pero sí que, para que la UE y sus Estados miembros actúen de forma unida, es preciso que exista un acuerdo fundamental sobre los objetivos a largo plazo. La UE no podrá hacer realidad esta concepción por sí sola, sino que debe buscar con firmeza una estrategia unitaria y razonable que sea capaz de convencer a Estados Unidos y otros actores internacionales y ofrezca una base para la cooperación.
La transición debe ser supervisada por una Fuerza de Intervención presidida por la ONU
Ante todo, la UE debe actuar para impedir un desastre humano que provoque una nueva oleada de refugiados en Europa, alimente los movimientos extremistas y terroristas y robe legitimidad a la autoridad internacional de transición. Debe proporcionar ayuda humanitaria para evitar una crisis e incentivos para que los iraquíes permanezcan en su país. El establecimiento de una autoridad de transición viable, en cuanto sea posible, será esencial para que dicha ayuda pueda llegar a su destino.
El proceso de transición debe ser supervisado por una Fuerza de Intervención Multinacional, presidida por la ONU, que ofrezca garantías a todas las facciones iraquíes en conflicto, sirva de intermediaria entre los agentes nacionales y, con ello, prepare el terreno para el debido proceso constituyente.
La participación de los agentes nacionales a la mayor brevedad posible y con la mínima injerencia externa es crucial para evitar la sospecha de que se va a instaurar un nuevo sistema colonial. La UE debe promover el mantenimiento de la legalidad internacional y la autoridad del Consejo de Seguridad de la ONU como principios rectores del proceso de transición. Debe ofrecer su apoyo político y práctico a la Administración provisional y facilitar la reincorporación de Irak a la comunidad internacional.
A largo plazo, para que se pueda establecer un sistema político integral y responsable en Irak, es preciso distribuir las rentas del petróleo entre varios centros de poder, tal vez entidades federales. Así se creará un sistema de control y equilibrio que impida la reaparición de un Gobierno fuerte, centralista y autoritario. El método actual para el reparto fijo de los ingresos del Programa de la ONU Petróleo por Alimentos podría ser el punto de partida para los planes de financiación federal.
La alta autoridad internacional no tendrá más papel que el de garantizar la estabilidad del nuevo sistema constitucional hasta que se consolide un nuevo orden federal que demuestre su viabilidad. La UE debe ofrecerse a compartir la experiencia europea en el diseño de nuevas instituciones políticas y apoyar la reforma de los sistemas legal y policial. Debe contribuir a la reconstrucción de la sociedad civil iraquí mediante la ayuda a organizaciones no gubernamentales, el fomento de los intercambios internacionales y la cooperación sobre el terreno en materia de democratización, derechos humanos, gestión de conflictos civiles, etcétera.
Para abordar con eficacia los problemas iraquíes es necesaria una dimensión regional.
Habrá que integrar gradualmente a Irak en un sistema de seguridad que incluya a Irán y otros países del Golfo, con el fin de mitigar la percepción de Irak como amenaza y dominar los nuevos intentos de dominación regional.
Al mismo tiempo, Irak debe prever un proceso de integración económica con sus vecinos árabes -Siria, Jordania, Líbano y el futuro Estado palestino-, con los que comparte grandes vínculos económicos y culturales. La reconstrucción de Irak y su reintegración en la comunidad internacional deben beneficiar a todos los países de la región. Para ello es preciso crear instituciones regionales sólidas, incluido un mecanismo de solidaridad fiscal que permita cierta redistribución regional de las rentas del petróleo. Si queremos evitar la acritud de las relaciones de clientelismo que se daba en el pasado, la solidaridad fiscal debe originarse en instituciones regionales y orientarse hacia objetivos claros de interés común, tales como la mejora de las infraestructuras y comunicaciones y el impulso a la educación. Además, la integración regional debería establecer y garantizar la libertad de circulación de bienes y servicios, capitales y personas en busca de empleo.
La UE tiene que apoyar los programas de cooperación regional y ofrecer su amplia experiencia en este ámbito, así como instaurar un sistema positivo de condiciones que vincule todos los tipos de ayuda a los socios regionales con los avances en materia de democratización y derechos humanos.
Por último, para que exista un compromiso creíble de la UE en Irak, tendrán que producirse avances en el enconado conflicto palestino-israelí. La UE debe presionar para que se celebre una gran conferencia regional convocada por el Cuarteto (Estados Unidos, la UE, Rusia y la ONU), según el modelo de la conferencia de Madrid en 1991, con el fin de alcanzar una solución para el conflicto árabe-israelí.
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