Una cuadrilla de pesimistas en Augusta
Los españoles llegan en malas condiciones para intentar evitar otro récord de Tiger Woods
La tropa española es una troupe.
José María Olazábal y Severiano Ballesteros bromean en el tee del uno. Dice Olazábal: "Estoy fatal, no doy una. Soy incapaz de dejar la bola en la calle, se me van todas a los pinos". "Peor estoy yo -responde Ballesteros-; porque a los árboles donde la mando yo están mucho más cerca que los tuyos".
Ballesteros, que no ha pasado un corte del Masters desde 1996, por si acaso, se ha buscado ocupación para el fin de semana: si queda eliminado pasará a comentar las dos últimas jornadas para la BBC.
Sergio García, que aún no ha llegado al punto de buscar en la risa un escape a la frustración, explica muy serio que está cambiando la forma en que sostiene el palo en lo más alto de su swing y que, por tanto, puede que el Masters 2003 (Via Digital, a partir de las 21.00 y el domingo desde las 19.35) no sea el mejor de su carrera. De Miguel Ángel Jiménez habla bastante la prensa norteamericana, pero no para reflejar o encomiar el juego del malagueño sino para mostrar una rendida admiración por la forma en que gestiona su melena, una ligera y evanescente fronda de rizos pelirrojos que cubren las orejas y caen en agitada cascada por hombros y espalda. "Me ha costado un año de esfuerzos y son rizos naturales, nada de peluquería", dice orgulloso su propietario, que completa su imponente look con bigote a tono y longilíneo veguero en la boca. Completa el quinteto Alejandro Larrazábal, que está feliz y optimista durmiendo en una litera en el sobrado de la casa club. Es lo que llaman the crow's nest (el nido del cuervo), el dormitorio de los amateurs invitados al torneo por sus méritos. Larrazábal, como Olazábal en 1985 y Sergio García en 1999, logró la invitación por su victoria en el British amateur del año anterior.
"Estoy desconcertado: hago los movimientos bien y el resultado es malo", dice Olazábal
García explica que está cambiando la forma en que sostiene el palo en su 'swing'
Están en Augusta, en la casa del Masters, el primer grande de la temporada, y hablan con desapego, como si la cosa no fuera con ellos, como si fueran unos invitados a la probable entronización de Tiger Woods, quien, si gana también la chaqueta verde de 2003, continuará con su implacable tarea de demoler todos los récords registrados del golf. Sería su tercera victoria consecutiva en Augusta, algo que ni los legendarios Nicklaus o Palmer pudieron lograr. Hablan del campo como hablarían de un monstruo. "Está tan largo con la lluvia, y hasta han estrechado algunas calles, que hasta para plantearse una estrategia puramente defensiva habría que tener un gran nivel de juego", dice Olazábal, el pesimista ontológico a quien su ansia perfeccionista lleva por la calle de la amargura. "Da tres golpes buenos y no disfruta y dice qué bueno soy", explica su manager y consejero, Sergio Gómez. "En lugar de eso, que es lo que haría una persona normal, él no, él va y amarga pensando que eso no puede durar y que el cuarto será malo". Sobre Olazábal circula el mito de que en Augusta se transforma y de que ganó los Masters del 94 y del 99 llegando a Augusta en mala forma. "Pero no", dice el vasco. "En el 94 no estaba nada mal, y en el 99 estaba bastante mejor que ahora. Entonces me llevaba mal con el drive, ahora es con el drive con los hierros y con el putter. Y, además, y este es el problema, no sé por qué. Estoy desconcertado porque hago todos los movimientos bien y el resultado es malo. Tengo dudas, las dudas generan desconfianza y la desconfianza me obliga ir a tientas, como a los ciegos".
Es un Masters raro. En Augusta llueve, el cielo está gris, las azaleas no asoman, los magnolios están lacios. A Hootie Johnson, el presidente del club que creó el torneo, le preguntan por las mujeres a las que no quiere hacer socias y que preparan para el sábado una manifestación de protesta, los reventas se empapan por Washington Road sin sacarse el papel de encima y los Cadillac de los jugadores no llevan el logo del Masters: son Cadillac Deville de alquiler. Este año el torneo no tiene patrocinadores porque no quiere exponerlos a un posible boicot por parte de organizaciones feministas y, en la patria de la televisión comercial, la CBS no emitirá anuncios publicitarios durante su retransmisión en directo. Pero no todo cambiará, Nicklaus, Palmer y demás viejas glorias seguirán siendo invitados a participar per secula seculorum: tras una hábil negociación privada en la madriguera de Hootie consiguieron que el presidente del club derogara la norma que instituía la jubilación obligatoria a los 65.
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