Planeando la posguerra
Las tropas británicas y estadounidenses encuentran todavía focos de resistencia esporádicos, encarnizados algunos, pero la dictadura iraquí, como la imagen misma de Sadam Husein, se desploma a ojos vista, en lo que parece el epílogo de una corta guerra. Una guerra que en las últimas horas acentúa sus perfiles de tragedia para los periodistas en general, y los periodistas españoles en particular, con una nueva víctima ayer, el cámara de Tele 5 José Couso. El mando estadounidense está obligado a esclarecer este nuevo efecto mortal del fuego amigo. Las primeras explicaciones -que el tanque actuó en defensa propia y que los periodistas habían sido advertidos de que el hotel era "objetivo militar"- no son verosímiles, de acuerdo con los testimonios de otros periodistas. Los atacantes están obligados a una investigación con garantías. Es una de las cosas que les diferencian del régimen de Sadam Husein.
La guerra en Irak no ha terminado, pero comienza ya la transición hacia su gobernación futura. El destino del país árabe, más que por esta confrontación en sí misma, quedará marcado por cómo se administre la paz venidera, algo que Bush y Blair, en su tercera entrevista en pocos días, han vuelto a tratar en Irlanda del Norte. La legitimidad va a serlo todo en el Irak de mañana, y en este sentido, mucho depende del manejo que EE UU haga de su anunciada victoria.
Washington ya ha adoptado medidas para lidiar con el que será su mayor desafío exterior en mucho tiempo. Ha nombrado a un general retirado, Jay Garner, relacionado con la industria armamentista, como jefe de su administración interina y a las órdenes directas del Pentágono. Algo tan inquietante como que las fuerzas estadounidenses hayan metido ya en Irak a Ahmad Chalabi, protegido del ministro de la guerra Rumsfeld, que no ha pisado su país en cuarenta años y que encabeza un grupo de exiliados de dudoso pedigrí con pretensiones dirigentes. Bush prometió ayer en el Ulster una participación "vital" de la ONU en el proceso de reconstrucción política iraquí. Pero su calculada vaguedad no fue más allá de precisar que "vital significa vital". La manera más rápida de transformar un triunfo militar en una derrota política es instalar un plenipotenciario en Bagdad acompañado por un Gobierno que no represente a casi nadie. Eso debería ser suficiente para que Washington descarte la designación a dedo de un grupo de paniaguados del Pentágono.
En su lugar, Bush debe hacer caso a su inquebrantable aliado Tony Blair cuando le aconseja, como quieren Europa y muchos Gobiernos árabes, otorgar a la ONU un papel primordial tan pronto como sea posible. Algo en el punto de mira de la reunión que este fin de semana reúne en Rusia a Kofi Annan con Putin, Chirac y Schröder. Naciones Unidas carece de la capacidad y los medios para digerir en su totalidad una presa del tamaño de Irak, pero su protagonismo es insustituible en la gestación y control del nuevo marco político. Y en su legitimación, vía Consejo de Seguridad. Merece explorarse la iniciativa de Londres de una conferencia internacional que, al igual que ocurrió con Afganistán, trace las líneas maestras del futuro iraquí.
La transición iraquí hacia un sistema representativo va a resultar tan complicada como lo exige devolver la gobernabilidad, tras veinte años de totalitarismo, a un rompecabezas étnico y religioso. Y es evidente que la seguridad en Irak y la garantía de su integridad territorial tendrán que depender durante un tiempo de las tropas de EE UU y el Reino Unido, entre otros argumentos, porque las convenciones de la guerra hacen a los ocupantes responsables de la estabilidad del país, de garantizar comida y medicinas para la población y de hacer efectivo el imperio de la ley. Ayer mismo, habitantes de Basora pedían a los soldados británicos protección urgente contra el bandidismo y el saqueo. La tarea por hacer es formidable y todas las experiencias pasadas de los cascos azules desaconsejan su utilización en escenarios calientes.
La Casa Blanca debe asumir que su presencia más allá de lo indispensable contribuirá a encanallar los muchos agravios árabes y dar alas al fanatismo musulmán armado. La manera en que se maneje el Irak de la posguerra va a resultar, además, decisiva para el conjunto de una región explosiva, en la que EE UU es visto exclusivamente como un hiperpoder imperial sin otra guía que la de sus propios intereses. En este sentido, la opinión árabe, con las heridas abiertas por lo que está sucediendo en Irak, va a considerar como una prueba de fuego el papel que Bush decida finalmente desempeñar en el conflicto palestino-israelí, abandonado por Washington desde hace tanto tiempo a la lógica inaceptable del poder militar hebreo y la falta de escrúpulos del primer ministro Ariel Sharon.
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