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Columna
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Promesas y campañas

Pueden prometer y prometen, Madrid es la Tierra Prometida que tratan de conquistar en las urnas los candidatos locales y autonómicos. Todas y todos prometen, prometen colegios, hospitales, líneas de metro, trenes veloces de cercanías, parques, plazas, fuentes y rotondas. Los candidatos de los partidos gobernantes aprovechan las vísperas de la cita electoral para demostrar que, aunque a última hora y con prisas, podrán cumplir al menos algunas de las promesas que realizaron hace cuatro años para olvidarlas después en el archivo de asuntos pendientes.

Los cargos del Partido Popular hacen cábalas sobre cómo escapar de las pancartas acusatorias y los abucheos constantes que les acompañan allá donde comparecen en público. Con tan ruidosa comparsa pisándoles los talones, resulta casi imposible inaugurar, sin desmedro ni oprobio, nuevos tramos de asfalto o de vía férrea, cortar cintas, descubrir placas, entregar premios o presidir y patrocinar galas benéficas y ceremonias culturales. Por mucho cuidado que pongan las cámaras amigas de las televisiones cómplices del Gobierno por obviar o soslayar la presencia de manifestantes y protestantes en sus informativos, más suyos que nunca, los ecos de las voces discrepantes se cuelan a través de los micrófonos cuando, por ejemplo, Esperanza Aguirre, la candidata autonómica, visita con su séquito un hospital público para el tradicional reparto de promesas, sonrisas y caricias.

Ruiz-Gallardón, el presidente candidato a alcalde, asoma su condición de "tapado" de cara a más altas empresas electorales al aceptar el cuerpo a cuerpo con sus críticos más recalcitrantes, como los actores, siempre beligerantes contra la guerra, en la presentación de los premios Max, una fiesta que en principio se iba a celebrar este año en Galicia, por aquello de la solidaridad, y en la que Fraga se negó a participar en previsión de demostraciones hostiles. En un escenario presidido por las sombras de la guerra de Irak cada vez parece más claro que al candidato popular le salió el tiro por la culata cuando incrustó a Ana Botella en el número tres de su lista, elección que trata de compensar convocando a su consejera de cultura, Alicia Moreno, para que se presente en sus listas como independiente de izquierdas, por muy paradójica que resulte semejante adscripción dentro de una candidatura conservadora, o neoconservadora, neologismo no menos paradójico que implica una flagrante contradicción de términos, pues, por su propia definición, los conservadores están obligados a seguir siendo los mismos de siempre.

El mensaje de la Botella naufragó en las procelosas aguas del golfo Pérsico y ella regresó forzosamente a sus cuarteles de La Moncloa mientras la incombustible Trinidad Jiménez dejaba por un momento su campaña particular para volver a su antigua dedicación como responsable de relaciones internacionales de su partido y comparecer en un debate televisivo sobre Irak, al lado de Diego López Garrido y frente al ministro Piqué y al ubicuo Arístegui, que hablaron sobre todo de Costa de Marfil y de Kosovo. Para seguir con la paradoja, este debate, tal vez el más serio realizado hasta la fecha en la televisión, se produjo en un programa de humor, La noche de Fuentes, de Tele 5. El desparpajo y la ironía del equipo del programa ratificaron el viejo dicho de que lo divertido no es lo contrario de lo serio, sino de lo aburrido.

Desde su forzoso refugio, Ana Botella sigue haciendo lo que puede para colaborar en la campaña de su jefe, y como ya no puede hacerlo en la calle por temor a compañías no deseadas, ha abierto las puertas de su casa a todos los españoles invitando a entrar en ella a los reporteros de la revista Diez Minutos; en el ¡Hola! hubiera quedado más chic, pero no están los tiempos para remilgos. En portada, aunque en segundo término, desplazada por la última ex mujer de Pajares, una foto de la anfitriona y un titular: "Ana Botella nos abre las puertas de su casa", que por supuesto no es otra que el palacio de La Moncloa. En las páginas interiores, Ana posa con su cónyuge encaramado sobre el respaldo de un sofá a rayas, pasea en compañía de su perro Zico y sostiene en brazos a Manolo, un gato común que recogió su marido, que, en el fondo y en la intimidad, es un sentimental.

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