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Tribuna:POLÍTICA MONETARIA
Tribuna
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El euro y el dólar

El autor reflexiona sobre el papel que ha jugado el euro en el entorno internacional desde su nacimiento y sobre el comportamiento de los inversores frente a la moneda única europea y el dólar.

Hace ahora más de seis años -el 16 de diciembre de 1996- publicaba en estas mismas páginas y con este mismo título un artículo en el que hacía algunas reflexiones sobre lo que podría representar el euro en el entorno monetario internacional cuando la moneda única fuera adoptada como el medio de pago de la Unión Europea. Concluía que "el euro podría llegar a ser un firme competidor para el dólar en los mercados de divisas".

En el pasado, el dólar era la única moneda con tamaño y consistencia suficiente para mandar en el comercio y en las finanzas internacionales. Un espejo de esa fortaleza la daban al comenzar los años noventa las reservas exteriores de los bancos centrales de todo el mundo que concentraban en dólares alrededor del 70% o más de esas reservas, mientras que en aquella época ninguna de las divisas europeas tenía verdadero peso internacional. Ni el marco alemán, ni la libra esterlina, ni la peseta representaban un nivel apreciable. En 1999, al comenzar su andadura, el euro representaba sólo el 10% de las reservas exteriores de los bancos centrales. Las cosas evolucionaron y actualmente el dólar representa un 57% del total de las reservas exteriores de los bancos centrales y el euro ha pasado al 29%.

El dólar representa hoy un 57% de las reservas exteriores de los bancos centrales, y el euro, el 29%
El dólar está enfermo. La interrogante es por cuánto tiempo más los inversores confiarán en él

El euro está apareciendo en los mercados como una alternativa al poderoso dólar como suponía en mi artículo citado. ¿Qué está pasando? Algunos indican como causas los trágicos atentados del 11 de septiembre, la guerra de Afganistán, los escándalos contables de las empresas estadounidenses, la guerra de Irak, etcétera. Todas éstas son razones ponderables que pueden influir en la consistencia de una moneda que representa a Estados Unidos. Pero a mi modo de ver hay razones mucho más profundas. Me refiero al desequilibrio de la balanza comercial y de cuenta corriente de Estados Unidos. El déficit de la balanza de cuenta corriente no deja de crecer y de los 80.000 millones de dólares de principio de los noventa se ha pasado a casi 500.000 en 2002, lo que representa un porcentaje del 5% del producto interior bruto (PIB) del país.

Ese enorme déficit de cuenta corriente, quiere decir que Estados Unidos gasta más de lo que ingresa; las importaciones son muy superiores a las exportaciones. Se vive del crédito y el país se endeuda en el exterior con inversores que tienen confianza en el dólar. Poco ahorro y mucho gasto causa ese déficit exterior, que los asiáticos y europeos financiamos con la compra de acciones, de bonos del Tesoro, de obligaciones y de otras formas de inversión. El ahorro neto del sector privado estadounidense en porcentaje del PIB se mantuvo por encima del nivel cero hasta 1998, pero a partir de esa fecha se convirtió en negativo llegando a -6% del PIB en 2000 y actualmente sigue siendo negativo en niveles de -1,5%. Se dice que la mitad de los billetes en dólares en circulación están en manos de extranjeros y que más de la mitad de los bonos del Tesoro americano reposan en las reservas de los bancos centrales del mundo.

Y al déficit de cuenta corriente actual hay que añadir hoy un nuevo déficit, el fiscal, que se producirá con la política del presidente Bush. Algunos dicen que ese plan es irresponsable y parece más una apuesta propia de un casino de juego. Alan Greenspan, el 11 de febrero, criticó los déficit crecientes de Estados Unidos y recomendó aplicar una mayor disciplina presupuestaria a largo plazo para no frenar el crecimiento económico. Por otro lado, diez premios Nobel de Economía, entre ellos Stiglitz, Modigliani, Klein y el influyente Samuelson, han criticado la política económica y fiscal de George W. Bush.

En el mercado de divisas, los bancos centrales de todo el mundo juegan -como decía- un papel determinante y, se puede decir, que son los principales protagonistas tanto por sus compras y ventas como por el ejemplo que dan a los demás inversores institucionales. Se dice que las reservas exteriores de los bancos centrales del mundo se sitúan actualmente alrededor de 1,1 billones de dólares, volumen que no deja de crecer y que puede orientarse hacia varias divisas. Actualmente los bancos centrales asiáticos poseen reservas exteriores de más de 700.000 millones de dólares, los bancos centrales europeos de unos 190.000, los americanos del norte, centro y sur de unos 170.000, los de Oriente Medio de unos 25.000 y el resto de unos 15.000 millones de dólares. Los bancos centrales de Rusia, China y Taiwan ya han dicho que están diversificando y aumentando el peso del euro en la composición de sus reservas y otros probablemente lo están haciendo sin decirlo.

Es evidente que cuando los mercados venden una divisa para comprar otra, esta última se revalúa. La economía de mercado, ese maravilloso sistema que regula libremente las transacciones mundiales, valora los datos fundamentales y más pronto o más tarde va reaccionando en busca de los necesarios equilibrios. En esta decisión no hay que olvidar que la rentabilidad de las inversiones en euros es más elevada que las obtenidas con el dólar: en febrero el interés de una inversión a tres meses en dólares era del 1,24% mientras que era del 3,36% para el euro.

No se olvide que con una previsión de inflación para el año del 2% y un tipo de interés del dólar a corto actualmente al 1,24%, la rentabilidad real resulta negativa. Al caer los tipos de interés se ha creado una fuerte presión en los inversores que tienen que conseguir, dentro de normas de seguridad y liquidez, una rentabilidad satisfactoria para sus activos.

Estados Unidos -dicen- necesita hoy inversiones exteriores de más de 1.500 millones de dólares por cada día laboral para cubrir su déficit de cuenta corriente y Wall Street ya no atrae el ahorro mundial como en las horas alocadas de la euforia de la nueva economía y además, como acabo de decir, los tipos de interés favorecen al euro.

El riesgo ahora reside en que las expectativas de un adecuado retorno para la inversión en activos americanos puedan no ser suficientes para atraer los fondos necesarios para cubrir el elevado déficit de cuenta corriente. El flujo de recursos hacia Estados Unidos se está reduciendo y ello lleva consigo la depreciación del dólar y la probable subida de los tipos de interés.

El valor de una moneda está respaldado por los datos fundamentales de la economía del país a que pertenece y cuanto he expuesto en los párrafos anteriores justifica el actual debilitamiento del dólar y el consecuente fortalecimiento del euro como alternativa.

Un dato que frecuentemente se desconoce y que es fundamental en la medición de la solidez financiera de un país es el de la fortaleza de su sistema bancario. Muchos piensan que la banca estadounidense es más fuerte que la europea, sin embargo unos datos de la revista The Banker de julio de 2002 nos revelan que, entre los 1.000 mayores bancos del mundo según sus activos, los de la Unión Europea representan el 44% y los norteamericanos el 16%, mientras que, según su capital, los europeos tienen el 36% y los norteamericanos el 24%.

A los datos fundamentales a que me he referido hay que añadir en este momento la desconfianza por los efectos económicos de un conflicto con Irak -cuyo coste se valora entre 120 millardos y 1,5 billones de dólares según sea su duración, por los efectos aún no digeridos de la crisis generada con la explosión de la burbuja bursátil, por los escándalos contables de grandes empresas norteamericanas como Enron, WorldCom, Tyco, etcétera, por las nuevas medidas de política fiscal anunciadas por el presidente Bush, por la desaceleración de la economía norteamericana.

Por todo ello se puede decir que el dólar está enfermo. La interrogante es por cuánto tiempo más los inversores del exterior confiarán en el dólar. La realidad nos recuerda que en el año 2002 el euro se revalorizó un 16,3% con relación al dólar y en las seis primeras semanas de este año subió otro 4,2%. Desde enero de 2002, el euro ganó más del 20%. El apetito foráneo por activos norteamericanos está decreciendo y es posible que disminuya aún más a causa del déficit fiscal estadounidense, proyectado para este año en 304 millardos de dólares.

En enero de 1999 comienza la era virtual del euro, el Banco Central Europeo pone en marcha la política monetaria que los Tratados de la Unión le atribuyeron, y en enero de 2002 los ciudadanos de 12 países empiezan a tener en sus bolsillos las nuevas monedas y billetes. Ciertamente da confianza el tener en los bolsillos una moneda fuerte y estable que vale tanto o más que el dólar y que nos hace olvidar la volatilidad y las devaluaciones de nuestra querida peseta. El euro es el instrumento que ayuda a consolidar la unidad europea, a la vez que aporta a los ciudadanos progreso, estabilidad, bajos precios del dinero y reducción de los costes de transacción.

Un dólar más bajo facilitará el control de la inflación europea, permitirá la relajación de la política monetaria del Banco Central Europeo, amortiguará la escalada de los precios del petróleo y aumentará nuestro poder de compra.

Estamos viviendo dos momentos históricos en la Unión Europea: por un lado, esa exitosa circulación de una moneda común y, por otro, la reciente decisión de sumar 10 nuevos miembros en el año 2004, lo que creará un bloque de 25 naciones con un total de 450 millones de consumidores y un producto interior bruto equivalente al de Estados Unidos. En el futuro, la nueva Europa será más grande, más rica y más capaz de defender sus intereses frente al resto del mundo, aunque no se puede olvidar que la eurozona hoy atraviesa una situación económica depresiva a causa especialmente de una Alemania que va mal y que representa una tercera parte del producto comunitario.

Es cierto que un aumento del valor del euro en los mercados dificultará las exportaciones de la Unión Europea, especialmente de los países que más exportan a Estados Unidos. Para España, el efecto, sin embargo, será limitado porque sus exportaciones a Norteamérica son reducidas.

Como conclusión, yo vería un cambio razonable alrededor de 1,10 dólares por un euro para los próximos meses. El premio Nobel de Economía Mundell desearía ver una paridad de un euro por un dólar lo que, dice, facilitaría su deseado proceso hacia una moneda única mundial. Sea como fuere, el telón de fondo para el dólar en estos momentos no es favorable y parece poco probable que mejore en un futuro cercano.

Por su parte, el Fondo Monetario Internacional advierte de que excesivos desajustes financieros de Estados Unidos puedan provocar indeseables desviaciones fuertes en los tipos de cambio que perjudicarían el equilibrio económico mundial.

Jorge Stecher Navarra es economista y banquero.

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