"Las mujeres aportan rapidez y energía a las orquestas"
No se siente un iconoclasta y, sin embargo, es de los directores que han contribuido a romper el predominio de las orquestas sinfónicas en el mundo musical. Tampoco piensa que el arte cambiará el mundo, pero en estos días de guerra y horror, que, dice, "me llenan de rabia", John Eliot Gardiner (Fontmell, Dorset, Reino Unido, 1943) encuentra en las notas de Debussy, Prokofiev y Britten, compositores a los que hizo sonar junto a la Orquesta Sinfónica de Londres ayer en Madrid y anteayer en Barcelona, una alquimia y una magia que le ayudan a superar algo que se le atraganta. "Los que nos dedicamos a la música tenemos mucha suerte estos días, porque podemos evadirnos y hacer que la gente se relaje", afirma.
"Esta guerra me llena de rabia", dice el músico y estudioso de la cultura árabe
A él le incumbe todo lo del conflicto de Irak especialmente, porque está muy próximo al mundo árabe este director fino, tremendamente culto, que siempre ha ido por libre con sus grupos, como los English Baroque Soloist, el Monteverdi Choir y la por algo bautizada Orquesta Revolucionaria y Romántica, producto de un músico luchador y reivindicativo, sin pelos en la lengua, donde hay más mujeres intérpretes que hombres: "Ellas, al haber tenido que ser autodidactas y ganarse sus puestos, imprimen rapidez y más energía a las orquestas", asegura.
Tuvo que estudiar árabe e incluso castellano antiguo para acercarse bien al islam. "Hice mi doctorado sobre los mitos clásicos en el islam", dice. Fue en Cambridge, en los años sesenta, y también estuvo muy cerca de la influencia árabe en España. "Por eso me cuesta más que ninguna otra cosa entender la posición de su Gobierno [el español] en este conflicto". A George Bush le comprende, "porque es un ignorante", dice; de Blair cree vislumbrar alguna razón, "porque esa posición moral a ultranza, cercana a lo religioso, que mantiene, le está cegando", añade. Pero, la postura de Aznar... "No sé qué hace España en esta guerra, de verdad". Aunque cuando se le informa de que una vez, el presidente español, cuando no estaba en el cargo, eligió disfrazarase de El Cid para un reportaje fotográfico en El País Semanal, se explica muchas cosas: "He leído el Cantar de Mío Cid, ahora lo veo claro", dice, medio esbozando una sonrisa, allá en la cima de su corpachón largo.
Gardiner está pegado a la televisión. "Veo la CNN, Sky News, Al Yazira y me pregunto cómo es posible que cambie todo de una versión a otra, son mundos diferentes, ahí se ve la falta de entendimiento", remarca. Y a la misma hora que él se marchaba ayer para el Auditorio madrileño, Blair trataba de convencer a Bush de que contara con la ONU. "Lo espero con todas mis fuerzas, lo mismo que espero que se resuelva la raíz de este conflicto, que es la paz entre palestinos e israelíes, y que se dejen de hipocresías y de que Arafat es un corrupto. ¿Y Sharon, qué es? Pero para reestablecer una confianza entre Occidente y los árabes, éstos deben ver que se respetan las reglas del juego, y eso es muy difícil", afirma.
El caso es que Gardiner siente estos días un cóctel revoltoso de rabia, impotencia y pena, que se trata con sobredosis musical. Tiene sus compositores para cada dolor anímico. Prokofiev, por ejemplo, de quien hizo la Sinfonía número 5, le aporta ironía, escepticismo. "Dicen que es una obra sobre el triunfo del alma humana, pero yo creo que él mismo lo niega y se ríe de ello, como un diablo. Por supuesto, la censura estalinista no era capaz de verlo en su tiempo". Debussy le sirve paro todo, como las aspirinas: "Es el músico que mejor describe los estados de ánimo de todo, hasta del mar", dice. Y también para aumentar la adrenalina: "Encontró un camino lleno de contrastes, es de los compositores que se tiran por un precipicio y frenan en el último metro, cuando los demás habrían parado diez metros antes".
Es un repertorio que puede hacer a placer con la Sinfónica de Londres, "una orquesta que tiene cualidades únicas, dinamismo, una fuerza y energía muy vivas, y flexibilidad, que le hacen adaptarse fácilmente a las ideas que se aportan", afirma. Y una orquesta de las dominantes en el mundo sinfónico que ha sabido superar la crisis y el embite que directores como él, que iban por libre y creaban cuerpos para repertorios concretos, les ponían sobre las tablas. "Creo que mi generación y los que hemos hecho las cosas a nuestra manera, hemos cambiado las cosas porque estábamos todos un poco hartos de que una orquesta sinfónica interpretara desde barrocos como Haendel a contemporáneos como Hindemith, pero no hemos roto un estatus. Yo no me veo como un iconoclasta", asegura, quitándose importancia, con algo de flema británica, elegancia y arte.
De hecho, Gardiner ha compaginado los dos campos, el libre y el de las invitaciones a dirigir grandes orquestas como la londinense, la Filarmónica de Berlín o la de Viena. "Tener tu grupo es algo que te obliga; ser invitado a estas orquestas es como vivir una aventura amorosa", resume.
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