Sobre la guerra: carta a Latinoamérica
Las expresiones políticamente correctas, las crecientes mentiras de la ideología dominante y la estetización de la realidad empañan nuestra visión del mundo. Quizá no nos dejan ver que vivimos una crisis general de la cultura que tiene una estrecha relación con la crisis ecológica, con la incapacidad de los sistemas productivos dominantes de relacionarse con el medio sin agotarlo y destruirlo. Una crisis en una sociedad que ha avanzado tecnológicamente, en una parte del mundo, pero que no ha evolucionado lo suficiente desde el punto de vista humano y social.
La actual guerra generada con la invasión de Irak por las fuerzas armadas de Estados Unidos y el Reino Unido es la más trágica demostración de esta larga crisis. Y la visión desde los países latinoamericanos puede caer en dos equívocos.
Si la civilización del petróleo domina Irak, no dudará en destruir a otros países: Irán, Egipto, Siria, Sudán, Jordania...
Primero, por sus problemas propios y por la lejanía, pensar que el conflicto no les incumbe. Nada más erróneo. Para empezar, el tamaño de las noticias de la guerra ha ocultado en los medios de comunicación todos los problemas latinoamericanos actuales: la grave crisis en Venezuela, las elecciones y crisis en Argentina, etcétera. El nuevo desorden belicista e ilegal que se está instalando, fuera de los criterios internacionales de la ONU, incumbe a todos y está haciendo más urgente un cambio que no se produce. Cuando es más vital una total transformación del sistema productivo, esencialmente depredador y destructivo, injusto e inhumano, la guerra hace retroceder al mundo. El tardocapitalismo basado en las industrias del petróleo, del automóvil y del armamento y en la especulación financiera e inmobiliaria es la más extrema expresión de la esencia destructiva y explotadora del capitalismo, y lleva al límite la incapacidad para prever un futuro en paz y para crear un mundo sostenible. De ahí la total irresponsabilidad de los gobernantes con relación a las consecuencias de lo que se manipula y de ahí las continuas catástrofes: el naufragio del Prestige, los accidentes en las centrales nucleares, las guerras. Precisamente, esta guerra en Irak se explica como necesidad a la desesperada del sistema productivo norteamericano, no sólo de hacer avanzar su industria de armamento, sino de asegurarse el control sobre el mercado del petróleo, especulando con las fluctuaciones de su precio y alargando unos años la agonía de un sistema basado en que una parte del planeta pueda disfrutar de automóviles, autopistas, centros comerciales climatizados y suburbios residenciales mientras el resto se hunde más en la miseria. Tal como demuestra esta guerra, si esta crepuscular civilización del petróleo ha empezado por destruir y dominar por las armas a Irak, no va a dudar en destruir y dominar el país que sea: Irán, Siria, Jordania, Egipto, Sudán, Venezuela o Colombia, sobre todo si es rico en petróleo o en otra materia prima deseada y si es frágil en su estructura política.
El segundo equívoco es pensar que España está de acuerdo con la guerra. No es fácil explicar fuera de nuestro país la total disociación que se está produciendo entre el Gobierno español, con su presidente, José María Aznar, promotor de la guerra en Irak, y los españoles, que en un 92% están total y radicalmente en contra de ella. Manifestaciones, concentraciones, cadenas humanas, caceroladas..., todo tipo de movilizaciones demuestran continuamente que la inmensa mayoría de los españoles odia esta guerra. En estos momentos en España están totalmente escindidos el Gobierno y la ciudadanía, lo que lleva al paroxismo un contexto de esquizofrénica doble moral: el Gobierno español del impopular Partido Popular habla oficialmente de sostenibilidad y paz desde sus ministerios y desde la programación del Fòrum 2004 de Barcelona, pero a la vez promueve la guerra y reprime violentamente a los ciudadanos que se manifiestan. Firma el Protocolo de Kioto, pero al mismo tiempo las emisiones de CO2 en España han aumentado el 33% en los últimos años y la nueva Ley del Suelo permite la preparación de más suelo urbano en los municipios de las regiones metropolitanas de las grandes ciudades españolas, apostando por que las coronas de suburbios sigan creciendo, consumiendo más territorio, y se utilice más el vehículo privado.
En el contexto global, mientras se consiguen pequeños avances en materia de sostenibilidad, energías renovables, reciclaje y calidad del espacio público gracias a los sectores más conscientes de las sociedades, a las organizaciones no gubernamentales y a las administraciones locales progresistas, los retrocesos y desastres a gran escala son mucho mayores y más graves: guerras, catástrofes, enfermedades, hambrunas... Si no hay grandes cambios sociales, políticos e infraestructurales, la justicia y la sostenibilidad del planeta serán cada vez más un objetivo inalcanzable. Uno de los eslóganes repartidos en la manifestación del 22 de marzo en Barcelona contra la guerra decía: "Nuestra forma de vida nos hace cómplices". Realmente, nuestra aceptación de la mentalidad depredadora de la sociedad del consumo y del petróleo, si no se transforma radicalmente, nos compromete con unos privilegios que se nutren de la miseria y el sometimiento de gran parte de los habitantes del planeta.
En el contexto local, la total disociación entre el partido del Gobierno y la opinión pública española que, más allá de su diversidad, se ha unido como nunca contra la guerra y contra la política del PP, anuncia que, tal como sucedió tras la transición con la desaparición de Unión de Centro Democrático, el partido del Gobierno se irá desmoronando.
Josep Maria Montaner es arquitecto y catedrático de Composición Arquitectónica de la Escuela de Arquitectura de Barcelona.
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