Los iraquíes esperan el ataque final
Los heridos civiles intentan recuperarse en el hospital de Hilla tras una semana de bombas
Irak ya no esconde a sus soldados. A la salida de Bagdad, en la carretera que se dirige hacia el sur por el cauce del Éufrates, son cientos los que esperan bajo las palmeras o a la sombra de una tanqueta el momento de entrar en combate. Muchos más pueden estar agazapados bajo las numerosas trincheras y túneles subterráneos que se divisan a ambos lados de la ruta durante los 90 kilómetros hasta Hilla, la capital de la provincia de Babilonia. Tal como ayer recordó Sadam, Irak sólo ha empleado hasta ahora un tercio de su Ejército. Los iraquíes esperan bajo tierra a los estadounidenses. La carretera está limpia; sólo los habituales puestos de control al pasar cada ciudad.
"En este país hemos tenido dos guerras y es la primera vez que veo estas heridas"
En los controles ni siquiera se detiene el autobús de los periodistas. Hay tanto tráfico de entrada como de salida de Bagdad. Pero, una vez que se supera la vía de circunvalación de la ciudad, empiezan a verse esos camiones rusos que hace apenas dos meses esperaban la pintura de camuflaje en un aparcamiento a las afueras de Mahmudia. El resultado no ha sido perfecto y el azul original de esta importación de doble uso aún se percibe bajo la capa de caqui. Sobre ellos, decenas de soldados apiñados hacen la uve de la victoria camino del frente.
En Mahmudia, Iskandariya, Musayab y Mahawil, las cuatro localidades que se suceden hacia el sur de Bagdad antes de llegar a Hilla, la vida parece continuar como si nada. Las mujeres trajinan en los puestos del mercado, los niños juegan en la calle y los hombres que no han cogido un fusil ven pasar el tiempo desde las aceras. También aquí llueven las bombas. Hace cinco días que el mercado de Mahmudia tembló por un misil, aunque no hubo víctimas.
A primera vista, no hay un gran despliegue militar. No obstante, bajo la espesa capa de arena que ha recubierto el país tras la última tormenta se percibe la tierra revuelta. Aquí, un montículo esconde un camión. Allí, un agujero da fe del inicio de un túnel. Por todas partes hay trincheras y soldados. Esos soldados que no necesitan raciones asépticas y enlatadas: aguantan días y días con un poco de pan y arroz. También se ven piezas de artillería camufladas bajo redes o con ramas de palmera. Igual que en las películas. Sólo que los muertos no van a levantarse cuando alguien diga "¡corten!".
Lo saben bien en el hospital central de Hilla, que soldados y civiles han abarrotado durante la última semana. Hay camas hasta en los pasillos. En el vestíbulo, Razek Al Kazem Al Jafaj resume toda la tragedia que desde el jueves ha vivido esta capital de provincias de medio millón de habitantes. Fuera de sí, exhibe 15 certificados de defunción. Corresponden a los 15 miembros de su familia con los que viajaba el lunes cuando un helicóptero Apache disparó contra su furgoneta. Cuenta que vio a su hermano sin cabeza, y esa imagen vuelve una y otra vez a su cerebro. Van a darle el alta, pero ¿adónde irá?
Arriba, los dos primeros pisos se han convertido en un muestrario de los horrores. Ibrahim Abdel Yafar tiene seis años y está herido en el abdomen. Su madre cuenta que otros dos hermanos también resultaron alcanzados por las esquirlas. A Jafaf Hashem, de 13, le han amputado una mano y tiene la pierna derecha llena de metralla. En su familia hubo 10 muertos. Y así hasta más de un centenar. Todos vecinos de Nader, un barrio popular al sur de Hilla que el martes se convirtió en un infierno.
"Nos bombardearon en pleno día", explica un incrédulo Rahim Hasan Obeid, de 73 años. "Vi venir los aviones: primero cayó una bomba cerca y luego, la segunda, casi encima". Él no salió muy mal parado. Tiene las plantas de los pies quemadas y una pierna vendada, pero puede contarlo. Cuarenta de sus vecinos recibieron sepultura el día anterior. "Salí corriendo a la calle y vi que estaba llena de cadáveres. ¿Por qué nos hacen esto?".
"Toda la zona ha quedado llena de agujeros enormes", explica Alí Abu Dalem, que ha perdido a cuatro miembros de su familia. "Ya no podremos vivir allí". Los periodistas no pueden comprobarlo. Concluida la visita al hospital, el autobús fletado por el Ministerio de Información regresa a Bagdad. Tampoco tenemos acceso a la tercera planta del hospital, en la que, según ha explicado una enfermera, se encuentran ingresados los soldados. ¿Cuántos? "No sé, muchos", contestan. "La mayoría de los heridos son civiles", asegura Abdel al Himeri, el director del hospital. "Mire, en este país hemos tenido dos guerras antes de ésta, pero es la primera vez que veo estas heridas", declara, convencido de que "han utilizado bombas de fragmentación". Y explica: "Sólo tiene que fijarse usted en que la mayoría de los ingresados han requerido amputación de uno o más miembros".
El día anterior se conoció que el lunes habían ingresado 350 heridos fruto de dos ataques que dejaron medio centenar de muertos. "Hemos atendido a más de 600 desde que se inició la guerra", precisa. No tiene un registro de víctimas mortales porque ellos sólo certifican quiénes mueren en el hospital. Otro médico las cifra en un centenar. "Sólo el jueves hubo 27 muertos en un autobús alcanzado por una bomba", apunta.
Abdel Saleh declara que lleva cinco días ingresado. "Viajaba de Mahawil a Hilla cuando unos soldados norteamericanos se interpusieron en mi camino y empezaron a disparar con una ametralladora", relata este chófer con voz apenas perceptible. Está herido en el brazo y en el abdomen. La enfermera que le atiende cuenta que le costó dos días recuperar el conocimiento. Pero su historia palidece ante la peripecia de Abás Obeid Kadhem. Este maestro y sus compañeros fueron capturados por los norteamericanos en Kifl, entre Hilla y Nayef, el 23 de marzo, y muestra el documento que lo prueba.
"Me dispararon en el cuello y la bala aún sigue alojada ahí", relata. "No nos dieron asistencia. Querían llevarnos a Nasiriya, pero, después de siete días en el desierto, nos dejaron abandonados". Y añade indignado: "Algunos de los prisioneros tenían heridas graves en el abdomen". No me atrevo a recordarle que fue en Kifl donde los antiguos babilonios tomaron prisioneros a los judíos. Da la impresión de que la humanidad ha avanzado poco. Sadam envió ayer un mensaje al pueblo de Naseriya para que resista. ¿Hasta cuándo?
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