Caso de niña y cura
Otra novela lóbrega, otro folletín oscuro de hombre de hábitos negros y niña absorbida por la lujuria del fantasmón. Ella respondió con arreglo a lo sabido: silencio por vergüenza y miedo, con angustia y dolor físico que aún le dura; con fallos escolares y, después, desarreglos sexuales. Tenía cuatro años, la bestia negra le decía que lo que hacían era pecado, con lo cual aumentaba la angustia de la criatura; le mandaba anónimos diabólicos, y la amenazaba de muerte.
Me interesa el caso del individuo. No me importa que no vaya a la cárcel porque tiene 73 años y quizá eso le exima. Me interesa el personaje del clérigo transgresor, juez eclesiástico además encargado de instruir y dictaminar casos de derecho canónico; no sé si realmente era creyente o se limitaba a ser un funcionario de la Iglesia. No creo que nadie que empiece a sentir sexualmente con una niña de cuatro años sea normal. Tampoco creo que sea una patología clara, sino un trastorno de comportamiento: un estallido tardío de la larga represión sexual. Un muchacho en su seminario de posguerra: en uno de aquellos (o de estos) sórdidos caserones disciplinados, donde al hombre se le hace perder la naturaleza de hombre, la biología y las hormonas, en aras de la entrega a algo que nunca se manifiesta, y que no consuela de las pulsiones, o acaso las agudiza. Y si existiera, nunca toleraría los destrozos causados por sus adoradores a sus adoradores. ¿O es que no cree ninguno de ellos? ¿No será que están en el secreto y se dedican a esto solamente por el alcance del poder? ¿No han empezado todos por miedo y por inseguridad, porque les cazaron pequeños e inocentes, como ahora algunos de ellos capturan a los que hacen sus víctimas? ¿No fueron alguna vez adolescentes que se tocaban sus cosas alegremente, aunque ya perseguidos por padres ignorantes y confesores que a su vez eran víctimas? Factores esenciales de la sociedad: la era de Franco estaba presidida por hábitos con manchas de cera y semen, que incluso creían en lo que predicaban y lo hacían contra sí mismos: flagelo en mano. Todavía en Madrid se venden flagelos en las tiendas de artículos religiosos, en torno a la calle Mayor y Arenal. Para curas o seglares que salvan el sadismo con el masoquismo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.