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Columna
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Algo huele a fresco en Alemania

Miguel Ángel Fernández Ordoñez

Si Alemania fuera bien, los demás países europeos podríamos ir bien, especialmente cuando no está claro que la locomotora mundial -los EE UU- pueda volver a tirar de todos nosotros como hizo hasta hace dos años. Pero Alemania va mal. Desde el año 2000 está creciendo a una tasa que se sitúa entre un 0% y un 0,5%, y este año puede continuar sin salirse de esa horquilla si es que no entra en recesión. El desempleo está a punto de alcanzar los cuatro millones y medio de parados, las noticias empresariales hablan de ajustes cuando no de quiebras, y la situación de los bancos y aseguradoras preocupa seriamente a los supervisores.

El origen de los males de Alemania se suele achacar a haber dejado pasar un largo periodo -todos los años de mandato de Köhl y los de la primera legislatura de Schröder- sin hacer reformas económicas. Otro factor de importancia es que Alemania -al revés que España- entró en el euro en 1998 con un tipo de cambio muy revaluado y está pagándolo -al revés que España- con un crecimiento por debajo de la media de la zona euro. Finalmente, es evidente que las políticas monetarias y fiscales impuestas por la Unión Europea no ayudan a Alemania a salir del hoyo. Con unos precios creciendo en torno al 1% y con un crecimiento real del 0,2% es evidente que un tipo de interés del 2,5%, que es el fijado por el Banco Central Europeo, no estimula la recuperación. Igualmente está claro que, en esa situación depresiva de precios y crecimiento real, la obligación del Pacto de Estabilidad de mantener un déficit del 3% del PIB fuerza a aplicar una política fiscal restrictiva.

Pero dentro de esta sombría situación general pueden avistarse algunos factores que indican que Alemania está cambiando. En cuanto a las reformas del mercado de trabajo y de la Seguridad Social, Schröder ha planteado unas propuestas que, comparadas con las que hizo González hace dieciocho años en España, pueden parecer insuficientes pero, indudablemente, van en la dirección correcta. Y en cuanto al seguro de desempleo, la reforma anunciada es más dura que la que el Gobierno español ni siquiera se atrevió a sacar adelante el año pasado.

El otro cambio que no hay que perder de vista es la suave pero constante mejora de la competitividad de la economía alemana como consecuencia del mantenimiento reiterado de un diferencial negativo de inflación con sus socios europeos. Al revés que España, que pierde competitividad todos los años, Alemania la está ganando. El año pasado España acabó el ejercicio con un deflactor del PIB del 4,8% y Alemania con un 0,9%.

Con un sector de la construcción en contracción durante los últimos tres años -consecuencia de los excesos de actividad en este sector después de la reunificación- y sometida a esas políticas macroeconómicas duras, Alemania no sólo está purgando sus errores pasados, sino que también se está ajustando, preparándose para un futuro mejor. Un ajuste más intenso que el actual alemán llevó a cabo la economía española de 1992 a 1994 y eso nos permitió despegar y disfrutar de una nueva fase de crecimiento por encima de la media europea.

En los años malos casi nadie se fija en las reformas y ajustes que se realizan, sino en los pésimos datos económicos que las acompañan, pero son esas reformas y ajustes los que, en buena parte, explican los siguientes años buenos. En Alemania habrá que esperar a comprobar la realidad de las reformas anunciadas y que no se queden, como sucede últimamente en la mayoría de los países europeos, en pura retórica.

La evolución de los indicadores de sentimiento económico desde noviembre hasta febrero alentaba una cierta esperanza de cambio, se empezaba a percibir la entrada de un cierto aire fresco en la economía alemana. Pero con la crisis de Irak, el indicador de confianza de marzo ha cortado esa optimista evolución. Está visto que esta maldita guerra puede acabar pudriéndolo todo.

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