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La buena política exterior de EE UU, víctima de la guerra

Otra vez estamos en guerra; no a causa de un ataque enemigo, como en la II Guerra Mundial, ni porque haya habido una escalada de nuestra intervención, como en la guerra de Vietnam, sino por la decisión deliberada y premeditada de nuestro propio Gobierno.

Ahora que nos hemos embarcado en esta triste aventura, esperemos que nuestra intervención sea rápida y decisiva y que la victoria llegue con un mínimo número de víctimas entre los estadounidenses, los británicos y los civiles iraquíes.

Eso sí, debemos seguir preguntándonos por qué nuestro Gobierno ha decidido imponer esta guerra. Es una decisión que refleja un giro catastrófico en la política exterior de Estados Unidos, un giro que ha hecho que se sustituya la doctrina estratégica de la contención y la disuasión, que nos llevó a la victoria pacífica durante la guerra fría, por la doctrina Bush de la guerra preventiva. El presidente ha adoptado una política de "defensa propia por adelantado", que resulta peligrosamente similar a la política empleada por el Japón imperial en Pearl Harbor, en una fecha que, como dijo un presidente estadounidense anterior a él, vive en la infamia.

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Franklin D. Roosevelt tenía razón, pero hoy somos nosotros, los estadounidenses, quienes vivimos en la infamia. La oleada mundial de simpatía que envolvió a Estados Unidos después del 11-S ha dado paso a una oleada mundial de odio hacia nuestra arrogancia y nuestro militarismo. Los sondeos de opinión pública en países amigos consideran que George W. Bush es una amenaza mayor para la paz que Sadam Husein. Las manifestaciones que se suceden todos los días en el mundo, en vez de denunciar las crueldades del presidente iraquí, atacan a Estados Unidos.

La doctrina Bush nos convierte en juez, jurado y verdugo del mundo por designación propia, una condición que, por muy virtuosos que sean nuestros motivos, tiene que corromper forzosamente a nuestros dirigentes. El 4 de julio de 1821, John Quincy Adams advertía que las máximas fundamentales de nuestra política "pasarían, de forma inconsciente, de la libertad a la fuerza... podría convertirse en el dictador del mundo. Dejaría de ser dueño de su propio espíritu". Ya son considerables los daños colaterales sufridos por nuestras libertades civiles y nuestros derechos constitucionales, gracias al fanático religioso que es nuestro responsable de Justicia, y todavía hay otros por venir.

¿Por qué la urgencia de entrar en guerra? Husein posee una fuerza militar mucho menor que en 1990, y se ha debilitado aún más a medida que el régimen de inspecciones de Naciones Unidas ha ido revelando y destruyendo cada vez más armas. La causa de nuestra prisa por iniciar la guerra fue tan superficial que parece estúpida. Fue el tiempo. Las tropas estadounidenses, según nos dicen nuestros genios, pierden su ventaja en el sol de mediodía del golfo Pérsico; así que era preciso comenzar la guerra antes del verano. ¿Ésa es una razón para acelerar el inicio de los combates? Al fin y al cabo, tenemos un ejército profesional, y un ejército profesional no debería perder su ventaja con tanta rapidez ni tanta facilidad.

Existe la fundada sospecha de que luchamos contra Irak porque es la única guerra que podemos ganar. No podemos ganar la guerra contra Al Qaeda porque es una organización que ataca desde las sombras y luego desaparece en ellas. No podemos ganar una guerra contra Corea del Norte porque tiene armas nucleares. En realidad, el peligro que representa Corea del Norte es mucho más obvio, presente y acuciante que el de Irak, y nuestra forma diferente de tratar a los dos países es un serio incentivo para que otros Estados irresponsables construyan sus propios arsenales nucleares.

¿Cómo es posible que hayamos ido a parar a esta situación tan trágica sin un debate previo? Ninguna guerra ha tenido tantos anuncios como ésta. A pesar de sus desmentidos, que eran pura formalidad, la decisión del presidente Bush de ir a la guerra era evidente desde el principio. ¿Por qué, pues, esta ausencia de diálogo? ¿A qué se debe el derrumbe del Partido Demócrata? ¿Por qué dejar que los movimientos de oposición caigan en manos de izquierdistas infantiles?

En mi opinión, los medios de comunicación tienen una gran responsabilidad. Ha habido esfuerzos para iniciar un debate en el Congreso. Los senadores demócratas Edward M. Kennedy, de Massachusetts, y Robert C. Byrd, de Virginia Occidental, pronunciaron enérgicos y elaborados discursos en oposición a la prisa por iniciar la guerra. Los medios, en gran parte, los ignoraron. Algún filántropo tuvo que pagar a The New York Times para que publicara el texto del gran discurso de Byrd, pronunciado el 12 de febrero, como un anuncio a toda página; un discurso que los medios ignoraron cuando lo pronunció. La prensa ha dado una gran importancia a las manifestaciones de masas y, en cambio, no ha presentado los argumentos razonados contra la guerra.

Según las encuestas, una ligera mayoría de los estadounidenses, mal informados, cree que Husein tuvo algo que ver con los atentados de Nueva York y el Pentágono y la consiguiente matanza de casi 3.000 personas inocentes. Husein es una espléndida figura de villano, pero no tuvo nada que ver con el 11-S. Muchos estadounidenses, tal vez la mayoría, creen que la guerra contra Irak será un golpe contra el terrorismo internacional. Sin embargo, las pruebas halladas en la región indican a las claras que servirá para facilitar el reclutamiento de nuevos miembros por parte de Al Qaeda y otras bandas asesinas.

¿Qué deberíamos haber hecho? ¿Y si los medios hubieran dado un trato justo a la oposición a la guerra? Existen dos argumentos sólidos para estar a favor del conflicto: que Husein podría adquirir armas nucleares en algún momento y que el pueblo de Irak merece la liberación de su monstruosa tiranía.

A diferencia de las armas biológicas y químicas, las armas nucleares -y sus plantas de producción- son difíciles de ocultar. Los trabajos de inspección, vigilancia, escucha de teléfonos y espionaje podrían comprobar cualquier iniciativa nuclear por parte de Husein. Se le puede contener, y no es inmortal.

Otro argumento más poderoso es la intervención humanitaria, difícil de aceptar en un Gobierno en el que hay gente que no tuvo ninguna objeción ante las atrocidades de Husein en materia de derechos humanos cuando estaba en guerra con Irán. Y, en cualquier caso, ¿tenemos la obligación moral de luchar contra los tiranos despreciables en cualquier parte?

Es indudable que Husein es un monstruo. ¿Pero significa eso que debamos apartarle del poder por la fuerza? "Donde quiera que se despliegue o se vaya a desplegar el estandarte de la libertad y la independencia", decía Adams en ese mismo discurso del 4 de julio, "estarán su corazón, sus bendiciones y sus plegarias. Pero no irá al extranjero en busca de monstruos a los que destruir". Ahora vamos al extranjero a destruir un monstruo. La posguerra, el comportamiento que tenga Estados Unidos en Irak y en el mundo, será la prueba crucial para ver si la guerra puede justificarse.

¿Estados Unidos como juez, jurado y verdugo del mundo por designación propia? "Debemos aceptar", dijo en una ocasión el presidente John F. Kennedy, "que Estados Unidos no es omnipotente ni omnisciente; que sólo somos el 6% de la población mundial; que no podemos imponer nuestra voluntad al otro 94% de la humanidad; que no podemos corregir cada mal ni enderezar cada adversidad, y que, por tanto, no puede haber una solución americana para todos los problemas del mundo".

Arthur Schlesinger Jr. es historiador; su obra más reciente es A life in the 20th Century: innocent beginnings. Fue asesor especial del presidente John F. Kennedy. © Arthur Schlesinger Jr., 2003 Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

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