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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Miquel Roca y Pere Portabella en París

No siempre se cumple la máxima por la cual "Cataluña, cuando viaja, se encoge". Pere Portabella acude estos días a París como lo hizo el otro día Roca Junyent. El primero, para estar presente en el homenaje que le dedica el Centre Georges Pompidou como autor de Nocturn 29, la primera película española -¿catalana?- que se atrevía a cuantificar los años de dictadura; el segundo, para celebrar el primer cuarto de siglo de la actual Constitución. Los dos hablan del pasado. Los dos esperan otro futuro. Los dos saben que se hará sin ellos o, al menos, sin que ellos desempeñen un papel de protagonistas. Lástima, porque los dos hubieran merecido serlo antes, pero los dos se equivocaron.

Miquel Roca y Pere Portabella, en París. El primero, para explicar la Constitución. El segundo, para recibir un homenaje como cineasta en el Pompidou

Portabella quiso imaginarse un país a su medida, hizo películas prescindiendo del público, para sus amigos. Esos amigos son hoy multitud, aunque ellos no siempre lo saben; Roca Junyent pretendió catalanizar España cuando ésta aún era un páramo asilvestrado. ¿Voluntaria o involuntariamente? Da igual, los dos se anticiparon a su época y los dos siguen soñando con un mundo que no existe.

En la parisiense Maison de la Catalogne, Miquel Roca les explicó a los franceses lo fantástica que es nuestra Constitucion y, sobre todo, el horror del que veníamos. De pronto, el político cartesiano se olvidó de tener el Estado en la cabeza y recordó una anécdota estremecedora: mientras esperaba a la policía que tenía que detenerle, él y su esposa decidieron quemar sus cartas de amor. No querían que las leyesen los grises, los maderos, los agentes de la ley y el orden. No querían que su vida privada fuese objeto de investigación, broma u olvido para los funcionarios franquistas. Nada explica mejor que ese gesto el horror de una dictadura, capaz de ridiculizar a los ciudadanos por la tierna cursilería con que trata a su amada o amado. La náusea. Roca tiene razón: el objetivo de una dictadura no es fusilar a los disidentes, sino transformar a sus ciudadanos en súbditos serviles. Y risibles. Y la Constitución, aunque deje mucho que desear, ha resuelto eso. Mientras Aznar no lo impida.

Portabella combate en otra guerra. Sus películas nunca han encontrado su público. Nunca han sido para "todos los públicos", es decir, nunca han satisfecho el delirio uniformizador de los dictadores. En la época muy pocos vimos en el Publi Nocturn 29 -la primera película que incluía una secuencia en color sólo para poder mostrar la senyera- y 20 años más tarde me temo que aún fuimos menos los que quisimos ver El pont de Varsòvia. ¿Por qué? "Por falta de curiosidad", dice Portabella. Y se extiende luego sobre los códigos dominantes, sobre los modelos narrativos. En vano. Nadie quería saber de los años de Diluvio, de esos 40 años de dictadura, de esos -¡ay!- 40 años de complicidades. El Pompidou también se interesa por la Escuela de Barcelona. Durante un mes las películas de Durán, Nunes, Bofill, Esteva, Jordà, Suárez y Aranda acompañarán a las de Portabella. ¡Dios mío! o, ¡Jesusito de mi vida!, como diría Ibarretxe, ¡qué espejismo! ¡Qué agradable resulta imaginarse otro lugar, vivir en pleno Mallarmé en vez de ser los miserables de Victor Hugo! Otra confusión. Ni Lejos de los árboles , ni Alrededor de las Salinas ni tan solo Dante no es únicamente severo escapan a la caspa de la España franquista. No basta con la sublime Serena Vergano para escapar a la idiotez ambiental.

Pere Portabella es un superviviente de ese desastre que él tuvo la fortuna de poder contemplar desde fuera. Como un entomólogo. Como el Buñuel de Viridiana que le acompañaba en el ascensor y que, tras oír a los censores, estaba eufórico -"su final es mucho mejor que el mío", decía- ante la propuesta de convertir en ménage à trois lo que era una pura sospecha de historia de amor, Portabella vivió un país distinto, voluntarista, que él contribuyó a poner en pie. Luego se ha impuesto el imperio de la normalidad. De la vulgaridad. De la estupidez. De la normalidad.

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Pasan los años y hoy los disparates parecen sensatos. El desorden de hoy es el orden de mañana. Portabella es menos abstruso de lo que parecía. Él empezó como cineasta adaptando a Brossa. "Hubo que matar al padre", dice de su tormentosa relación. No compteu amb els dits (1967) sigue siendo la mejor adaptación a la pantalla del universo del poeta. Convertido en senador, Portabella ha dejado de incordiar como cineasta. Pero todo se acaba. Y ahora, cumplidos los 70, el maldito cabalga de nuevo. Presentado en el Pompidou por Jorge Semprún, cineasta otra vez, pone en evidencia lo que quisimos ser y lo que no somos.

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