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Reportaje:

Languidece el cementerio romántico

La sacramental de San Isidro aloja nuevas sepulturas cuya densidad rompe el diseño neomedieval con el que fue ideada

En la esquina occidental de la ciudad, erguido en un promontorio tras el que se esconde el sol cada tarde entre destellos de cobre hirviente, yace dormido el relato de dos siglos de la historia de Madrid. El sueño se despliega desde 1811 hasta hoy mismo dentro de una necrópolis llamada Sacramental de San Pedro, San Andrés y San Isidro, junto a la ermita del mismo santo.

El relato que atesora en su seno remite a alguno de los más ricos próceres de la ciudad. Ellos, los emprendedores hijos de la última aristocracia y la primera gran burguesía madrileña: Amboage, Arcos, Casa Riera, De la Gándara, Denia, Mora y Aragón, Nájera, Perinat, Torrecilla, Saavedra o Sáinz de los Terreros, tras enriquecerse en bolsa, ferrocarriles e industrias, dieron instrucciones a los mejores arquitectos para ensanchar Madrid, a la sazón oscuro y sórdido, con amplios bulevares, fuentes monumentales y parques frondosos; trazaron hacia el norte avenidas, despejaron hacia el sur la industria, ajardinaron el oeste, y ellos, plenos de poder, se asentaron en el centro, donde amansardaron con gallones de pizarra los tejados y las chimeneas de sus palacetes. "Cuando sus vidas culminaran, quisieron traducir sus emprendimientos urbanos sobre una auténtica ciudad, simétrica de la viviente, pero consagrada a los muertos". Así lo explica Javier G. Mosteiro, arquitecto, profesor de la Escuela de Arquitectura que dirige un doctorado sobre el Madrid del siglo XIX.

"Dispusieron ser sepultados en mausoleos monumentales ideados por los mismos arquitectos, Adaro, Segundo de Lema, Repullés o Lázaro, que edificaron bancos como el de España, barrios como el de Salamanca, que tachonaron de bosque y de palacios la Castellana, como Arturo Mélida, también escultor como Bellver y Querol, cuyas tallas pueblan el camposanto. Tradujeron su ciudad de los vivos a esta sacramental con avenidas de cipreses, remarcadas por caceras surcadas por agua cristalina y zonas de pradera", explica.

El resultado fue un cementerio de extraordinaria belleza -el Père Lachaise madrileño ha sido llamado- que acogió gloriosos cuerpos como, en un principio, los de Goya, Donoso Cortés, Meléndez Valdés, Moratín o Alonso Martínez. La necrópolis se irguió con sus cámaras sepulcrales cinceladas en casi todos los estilos neomedievales, señaladamente el neogótico, ornamentado con delicados vitrales y nudosas rejerías. "Toda esta riqueza arquitectónica y paisajística está en peligro, la especulación del suelo también ha llegado a esta sacramental", advierte Mosteiro. Hoy, los enterramientos, sepulturas de granito pulimentado sin nada que ver con la impronta medieval con la que fuera ideado el cementerio, invaden avenidas, rompen acequias, destruyen el trazado de una serena ciudad de los muertos, para transformar aquella su quietud en un desordenado vértigo sediento de espacio.

"La sepultura a perpetuidad para cuatro cuerpos cuesta 10.415 euros", dicen en la sacramental. La suma sube a 12.000 euros en la zona más selecta, no importa cuánto arte roto tal nueva sepultura implique. Mosteiro y sus alumnos intentan detener la agonía de este paisaje cultural único, narración aún viva de la historia de un Madrid romántico en peligro, cierto, de perecer.

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