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Columna
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El Mal

La única opción de esta guerra consistía en que fuera fulminante. Que no se dejara contemplar, oler, ni discutir. De otro modo, como ahora ocurre, la acción militar es sólo matanza y el poder de Estados Unidos se reduce a la brutalidad de su fuerza contra unos pobres iraquíes que ni siquiera poseen medicinas y ropas. "¿Por qué nos atacan? Somos inocentes", clamaba una señora en el derruido mercado de Bagdad. ¿Por qué les atacan? La ficticia razón de esta guerra se ha convertido en una total sinrazón que impulsa al delirio de matar por matar, destruir por destruir como una condena en la que son también víctimas los invasores. ¿Sadam Husein? Su figura se pierde tras el fuerte horror de las explosiones aliadas y ahora nadie duda quién es el terrorista mayor. La guerra fulminante habría favorecido que el Imperio norteamericano se manifestara como una versión de Dios, pero así se ha convertido en una máquina algo menos que humana. La imagen de Estados Unidos nunca ha registrado un nivel más bajo. ¿Dueños del mundo estos devastadores de la razón? ¿Directores del planeta estos depredadores bárbaros, ignorantes y fanáticos? La victoria súbita habría obviado muchas interrogaciones, pero la guerra día tras día reproduce, a través de las trincheras enfangadas, los francotiradores temerarios o los niños desventrados, el argumento bélico de toda la vida. Ni Estados Unidos se revela el veloz superman que pretendía deslumbrar al mundo con su limpia cirugía balística ni su acción antiterrorista es otra cosa que la reproducción del GAL a la máxima escala. ¿Cómo seguir creyendo en su mítica democracia? Bush ha hecho caer el crédito de su nación a niveles predemocráticos y ha sumido en la vergüenza moral, encharcada de torpe patriotismo, a una ciudadanía dentro de la cual sólo la quinta parte le otorgó su voto. Ahora todavía callan, pero la gran mayoría estadounidense se encuentra ante la responsabilidad de echar del poder a ese tirano peligroso y anacrónico. A menudo el Mal aparece donde menos se le espera y ahora, en el laberinto de esta guerra, la carga negativa balancea desde Bagdad a la Casa Blanca y desde las masacres de un sátrapa oriental a las carnicerías que comanda un tejano loco.

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