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REDEFINIR CATALUÑA
Columna
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Artur, Ernest, José Mari: ¡ay!

Estamos tan contentos con los previsibles pero a la vez rotundos resultados de la encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) respecto a la guerra, que quizá hoy no es el día de ponerlo todo patas arriba. Por una vez ese consultorio sentimental que el PP usa para su propio abuso, sin demasiados complejos, ha servido para dar una alegría a los simples mortales. Ciertamente, era difícil maquillar un lleno absoluto, un no tan integral a esa guerra con la que José María Aznar quiere entrar en la historia. (Paréntesis: como decía mi querido Martínez Ibáñez, "tener una cita con la historia no implica que la historia te cite"). Pero como los resultados cantan cuando consiguen esa rara avis de la democracia que es la unanimidad, sueño solo exclusivo de las largas noches de las dictaduras, no hay posibilidad de escape: el CIS no podía evitar dar los datos, y los datos eran un patadón en el mismísimo trasero presidencial. Sin ninguna duda, Aznar ha perdido ya varias batallas de su guerra particular; la más inequívoca, la batalla moral.

Pero hablemos del CIS, y sobre todo de encuestas, especialmente ahora que nos hemos tragado el enésimo escándalo político con la voracidad suicida de la incompetencia. El último episodio del asunto, versión Generalitat, ha sido una pequeña revuelta del PP local, con amenaza atronadora incluida de su pareja de hecho convergente, y con una derivada concretada, dicen, en una comisión de investigación. Visto lo que ha investigado el Parlamento catalán durante el largo reinado patrio, a pesar de los muchos escándalos que hemos ido toreando, algunos hemos perdido rotundamente la fe. Otra comisión para que los chicos se entretengan y tejan su fina retórica endogámica, usada para lanzársela a la cabeza del oportunismo electoral, pero sin ninguna vocación de levantar alfombras. Al fin y al cabo, ¿quién levanta la primera? La endogamia, esa forma de inmunidad parlamentaria, conforma el código político de la modernidad. Más o menos como lo de la financiación de partidos..., nos entendemos, ¿verdad? Y así estamos, ahora entretenidos por la chapucería mortadeliana de ese gobierno tan convencido de la feina ben feta que la hace mal por puro entretenimiento. Los han pescado, y los han pescado con tanto barro hasta los codos, que no hay manera de hacerlo limpio. Pero, para seguir la costumbre, nadie dimitirá -excepto algun chivo expiatorio inofensivo-, nadie asumirá nada y hasta tendremos un presidenciable que, en la defensa, practicará un fantástico ataque. Por cierto, ¡qué lindo amor al padre el de Artur Mas, tan jovencito y ya practicando el mensaje del patriarca!: confusión entre persona e institución, confusión entre crítica política y ataque institucional, apropiación indebida de la Generalitat de todos..., parece Pujol en sus mejores tiempos. Comisionen, ustedes, pues, que ni uno solo tiene intención de ir hasta el fondo.

¿Cuál es el fondo? El fondo es que las encuestas institucionales son un mecanismo de control y conocimiento del mercado, pagado con dinero público y servido para beneficio privado. Ni las encuestas que maneja, en coto particular, el único Maragall auténtico -según el otro-, nuestro querido Ernest, ni las que se inventa y chapucea el divino Madí, ni las que pomposea el hermano de Alberto, Jorge Fernández, ninguna de ellas parte del compromiso público con los ciudadanos ni del concepto de servicio. Gastan dinero del contribuyente en saber qué piensa el contribuyente para poder manipular mejor al contribuyente y así continuar mandando al contribuyente. Es decir, el ciudadano entendido como consumidor, el mensaje político concebido como objeto de consumo, y la política entendida como un gran mercado. De ahí nacen absurdas preguntas sobre la simpatía de un candidato, sus posibilidades electorales o su grado de aceptación. Díganme, ¿le sirve de algo al ciudadano saber cada tres meses si don Pasqual aún es más futurible que Artur o viceversa? Le sirve a ellos para sus cábalas o sus cálculos. Ergo, nos analizan, nos estudian y nos diseccionan para podernos llevar al huerto. O, para saber si ya nos han llevado. Vean ustedes lo del CIS. Una se demanda cómo se puede preguntar a la gente sobre aspectos qué no saben ni los propios preguntadores "¿Cree que Irak tiene armas de destrucción masiva?". ¡Fantástico! ¿El objetivo es descubrir la verdad que Blix no alcanzó? ¿O el objetivo es saber si ha calado hondo la intoxicación informativa? No nos sirven, sino que se sirven, ese es el punto.

Del abuso a la desmesura hay un corto trecho. Al fin y al cabo, si aceptamos como normal que los gobernantes paguen, con dinero público, estudios de mercado que persiguen fines privados, ¿por qué nos sorprende que se inventen directamente el mercado? Es cierto que lo de la Generalitat ha sido un grado superior en la escala de lo inmoral -"la moral es de derechas y la ética de izquierdas", dice el bueno de Bueno-, pero parte de un principio que ya es inmoral en la base: el uso de lo público como coto privado. Y todos participan de esa inmoralidad. Incluso los partidos pequeños, encantados de saber si han subido una décima en el aceptómetro. Que ello importe tres pepinos al personal, les importa a todos tres pepinos.

Acabo. Son tres escándalos en uno, como la Santísima. El más estridente es de vodevil y lo protagoniza CiU: puestos a despreciar al ciudadano, hasta se inventa las conclusiones cuando no le gustan las respuestas. Pero repito, también es escandaloso que todos los partidos participen del uso y abuso de la opinión pública. Y, por supuesto, es un escándalo que a la susodicha, la dicha opinión, no le importe.

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