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LA CRÓNICA
Columna
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El pacificador

Mientras los pacifistas tocan la cacerola, mientras los del Fòrum 2004 crean comisiones para ver si condenan la guerra o, ya puestos, se esperan a que termine, un hombre ha pasado a la acción. Es el alcalde de Montornès del Vallès (y pido perdón por cometer una rima interna en días tan convulsos como éstos). Este hombre no firma licencias de armas porque cree en la no violencia. Es un hombre bueno. Y en mi azarosa vida yo no he conocido a muchos hombres buenos. Los hombres que he conocido iban todos a lo mismo. Así que me voy a verle para que me inculque sus valores.

El pacificador, Daniel Cortés, me da una vuelta por su ciudad. "Adiós, adiós", le saluda todo el mundo. Qué aire de paz se respira aquí. Me explica que tomó posesión del cargo hace dos meses y, a la semana, tuvo que firmar una licencia para una pistola de aire comprimido. Pero este hombre idealista siempre ha estado en contra de las armas, ya sean de aire comprimido o de destrucción masiva. "Si uno toda la vida ha estado en contra, aunque tenga la obligación de firmar una licencia, ¿debe hacerlo?", se preguntó. La presión era grande. De un alcalde se espera que firme licencias sin que le tiemble el pulso. "No puedo. La cultura de las armas no es lo mío, lo mío es dialogar", se repetía. Y, heroico, soltó el bolígrafo.

El alcalde de Montornès del Vallès está contra las armas, incluso las de la guardia municipal. Explica aquí su filosofía de la vida

Pero, días después, tuvo que enfrentarse a una prueba mucho más dura: otra licencia, ésta para un agente de policía de la localidad. El pacificador se debatía entre el deber y las ideas. La policía de Montornès está bajo su jurisdicción, es su policía. Pero es incoherente no firmar una licencia para una pistola de aire comprimido y, en cambio, firmarla para el arma de fuego de un policía. "¿La policía necesita pistola?", se preguntó entonces. Y, una vez más, se contestó que no. "La policía tiene que dialogar. La cultura de las armas genera egoísmo, militarismo, nacionalismo y guerra. No puedo fomentar eso estampando mi firma". Y no firmó. Así empezó la leyenda.

Claro que no todos los vecinos saltan de alegría con sus ideas, pero él no puede hacer otra cosa salvo pedirles comprensión. Para convencer al jefe de la policía, el pacificador le pone el ejemplo de los bobbies ingleses, que no llevan armas y encima van en bicicleta. "No me dice que no lo vea posible, pero claro, me hace ver que Londres es Londres. Que allí hay una tradición, y que aquí no hay precedentes". Qué poca fe en los delincuentes autóctonos. Y qué poca fe en las ganas de pedalear de los agentes locales, por Dios. Pero es que el pacificador también tiene ideas admirables sobre la educación de los hijos. Pronto será padre y su retoño no verá películas violentas, no tendrá pistolas de juguete, ni bombas de mano, ni ese juego de bricolaje con el que hemos crecido tantas niñas: "Enjoy Charles Manson", con su sierra mecánica y demás accesorios. No leerá libros violentos como Guerra y paz, ni sabrá que existe el filme Justino, un asesino de la tercera edad. Pero, a cambio, tendrá el mejor regalo. Su padre pasará día y noche dialogando con él. "No me gustan las películas violentas como Rambo, me gustan las de genocidios", me revela. Le pido que me amplíe la información sobre el género, y entiendo que se refiere a películas como La lista de Schindler. Luego le pregunto cómo resuelve, en su diario devenir pacifista, lo de alimentarse. ¿Soporta el asesinato de inocentes gallinas, bueyes, cerdos, merluzas o caracoles? "Sí, justifico la ingesta de animales...", me dice, con un velo de melancolía en los ojos. "La ingesta de pescado la justifico más, porque comer pescado no es tan fuerte como comer carne". Aunque me aclara que sólo es capaz de comerse, pongamos, una pechuga si no ha tenido antes tratos con el pollo que en vida fue su propietario. Si ha conocido al pollo, entonces ya no puede deglutir ninguna parte de él. "De pequeño no podía comerme una gallina que antes hubiese visto viva. No podía, no podía...". Pero, ya que no puede evitar comer pechugas, tiene un deseo: "Lograr para todas las gallinas una vida digna". Como alcalde que es, le gustaría conseguir que "cada una de ellas habitase un terrenito espacioso, de unos diez metros, para poder picotear sin estrés durante toda su vida". ¡Ay si este hombre tuviese un marco jurídico!

"Tengo 32 años. Soy el alcalde más joven de la comarca. Me eligieron los de mi partido, el PSC, porque el anterior alcalde se jubiló. Por lo menos a cuatro meses de legislatura voy a llegar, y este tiempo lo dedicaré a mis valores: los que me han inculcado mi familia y las juventudes de mi partido. Porque, ¿sabes quién es el dios de América? Las armas. Si luchas contra Irak en nombre de Dios, tu dios son las armas". Y oyéndole, yo me pregunto: ¿llegará, realmente, a los cuatro meses de legislatura? Y en caso de que llegue, ¿lo van a reelegir? Nada me haría tan feliz. Pero, por si acaso, desde aquí propongo a Maragall que le tienda una mano. Le estoy viendo ya de conseller. Sí, sé que es un sueño, pero también soñaba Luther King, aquel que terminó tan mal. En estos días difíciles necesitamos un cambio de paradigma, y no sólo para las gallinas. En mi sueño, el pacificador está sentado en el despacho que ahora ocupa la gran Núria de Gispert y contempla con sonrisa beatífica una carpeta en la que se lee: "Mossos d'Esquadra".

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