La electrónica amigable de Nils Petter Molvaer
Nils Petter Molvaer vive en Bergen, una ciudad noruega (también patria chica del compositor Edvard Grieg), rodeada por bosques de un verde lujurioso, casi invasivo, con hierba tan mullida y alta que se diría el refugio perfecto para gnomos y elfos: un entorno natural al que los hermanos Grimm hubieran sacado mucho partido. Sin embargo, la mente musical de Molvaer parece tomada por máquinas anónimas a las que también parece atribuir un cuerpo con vida propia y... hasta un alma. Los fascinantes resultados (que algunos gustan llamar tecnojazz) de esa alternancia entre sensaciones introspectivas y estímulos externos podrán escucharse en Madrid (día 2 de abril), Barcelona (día 3), Valencia (día 4) y Bilbao (día 5).
Nacido en la isla de Sula, en el noroeste de la costa noruega, el trompetista empezó a familiarizarse con la música gracias a su padre, de manera que a los 13 años ya colaboraba con diversos grupos de pop y rock. Poco importaba el instrumento que estuviera libre: en aquella época podía tocar bajo, batería o teclados. No obstante se decidió por la trompeta y viajó a Oslo para conocer todas las posibilidades de su nuevo instrumento. El ambiente estudiantil provocó un asombroso desdoblamiento de influencias, desde Miles Davis, Don Cherry y Billie Holiday hasta Brian Eno, Joni Mitchell y Bill Laswell, pasando por la de diversas formaciones locales absortas en proyectos de muy distinto signo. Le atraía tanto lo eléctrico como lo acústico y no terminaba de hallar las diferencias entre la práctica de uno y otro tipo de música. Mientras procuraba entender lo que la gente podía encontrar de fascinante en las etiquetas, tocó con algunos ilustrísimos nombres del jazz, Elvin Jones, George Russell y Gary Peacock, entre ellos, y compuso para la televisión y el cine. Precisamente su trabajo en L'Invention de l'amour desembocó en una lluvia de premios y reconocimiento general. Corría el año 1998, pero su despegue se había iniciado cinco años atrás junto al productor Manfred Eicher, productor y dueño del sello ECM.
De aquellos días, Molvaer re-
cuerda que Eicher no interfirió en su actividad creativa: "Me dijo que adelante y que hiciera lo que tuviera que hacer", dice el trompetista noruego, "de modo que pude darle mi propio enfoque a la música. En aquel momento no estaba tan interesado en el sonido como en el concepto del disco [titulado Khmer]. En realidad, la colaboración entonces fue más estrecha entre el ingeniero de sonido y yo. Una de las diferencias entre aquel disco y el más reciente [npm], es que ahora el color dominante lo impone la propia banda y no ningún productor o ingeniero".
Y esa enigmática atmósfera electrónica, rica en posibilidades conceptuales, es la que ahora atrae a un nutrido coro de músicos jóvenes que toman Bergen casi como un lugar de peregrinaje: "La mayoría son de localidades cercanas, pero viven en Bergen para no perderse nada de lo que allí está sucediendo. Es una ciudad tan pequeña que todo el mundo se conoce. Podría decirse que ya existe una escuela Bergen, aunque también en otros países nórdicos hay músicas con sus propios rasgos distintivos. En Dinamarca, por ejemplo, están realizando una especie de cruce entre tradición y electrónica. Quizá son algo menos experimentales, pero me encanta el trompetista danés Palle Mikkelborg. Me gustó mucho el trabajo que hizo en Aura [título del disco en homenaje a Miles]. Si a mí me hubieran propuesto hacer algo parecido no sé qué hubiera salido; es posible que hubiera pensado en un sonido con textura de satén negro, o que hubiera escrito algo inspirado en cada década de Miles, o quizá me hubiera quedado con el Miles de los setenta. Live Evil es uno de mis discos favoritos".
Mucho más convencida resulta la respuesta de Molvaer cuando se le pregunta sobre los aspectos de la música que más le interesan "Ahora mismo, el timing y la capacidad de reunir a músicos diferentes pero siempre adecuados para la idea que tienes entre manos", aclara. "Precisamente dos de las principales virtudes de Miles. Me gusta estar a la última en tecnología y eso va abriéndome el abanico de posibilidades. Un aparato para mí es como un destornillador, una simple herramienta que sirve para construir sonidos de distintas texturas y colores. Creo que la tecnología es positiva siempre que haya un ser humano detrás, por eso trabajo con el concepto de tecnología amigable, la que utiliza un humano para crear algo bello dirigido a otros humanos".
Muchos de esos "humanos" a los que se refiere Molvaer han conseguido bajar ostensiblemente la media de edad de los asistentes a conciertos más o menos jazzísticos. "Me consta que en mis conciertos puede haber gente joven bailando, pero no compongo pensando en ello. No sigo un único proceso de trabajo. A veces me viene una melodía a la mente y empiezo por ahí; otras, se me ocurre una idea sobre un patrón rítmico y comienzo a desarrollarlo. En realidad, es todo muy relajado y flexible; no me preocupa si se puede bailar o no. Creo que el éxito tiene que ver más con ser honrado y no pretencioso, y es hacer lo que sientes en cada momento. Da lo mismo si la gente que escucha la música es joven o adulta, o si la baila o no. Para mí no es una distinción importante".
Para encontrar diferencias reales es mejor mirar hacia el escenario, donde la trompeta incisivamente frágil de Molvaer parece negociar contra el denso patrón rítmico que sus músicos van creando en un crescendo imparable. Al final, la tensión ha subido de manera casi imperceptible y amenaza con devorarlo todo. "Es entonces cuando suelo encontrarme con una sobrecarga de ideas y decido detenerme para crear un silencio como factor sorpresa. Mi mayor aspiración es dar coherencia a lo que hago, formar una pasta homogénea; parece mentira lo que puede contribuir a ello variar un poco el tempo. La electrónica te permite estos y otros muchos ajustes. El problema es cuando se recurre a ella como mero reclamo comercial. Entonces está irremisiblemente perdida".
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