_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

A la búsqueda de la pistola humeante

El presidente George W. Bush, que es un cristiano vuelto a nacer -protestante norteamericano que padece visiones del Señor-, y, por ello, lee mucho la Biblia, debería estar rogando a la divinidad que Sadam Husein ordenara cuanto antes la utilización de armas de destrucción masiva -aunque, por supuesto, sin efectividad alguna- porque si esta guerra acaba sin una demostración de la intemperancia criminal de Bagdad, el ataque norteamericano contra Irak iba a quedar pero que muy mal.

Evidentemente que hay sucedáneos: hallar la pistola humeante, como se llama a la prueba retrospectiva o prospectiva de que el tirano ha tenido, posee o poseerá ese tipo de ingenios de muerte. Por ello, es seguro que, además de guerrear parapetándose en una tecnología suprema, los aliados están ya buscando esa pista en forma de ántrax o de una diversa bacteriología, que permita afirmar que el régimen iraquí marchaba camino del apocalipsis. Y como los designios de la ciencia aplicada son inescrutables, parece altamente probable que, a falta de misiles ponzoñosos, los anglosajones acaben por encontrar lo que encontrar quieren.

Fracasada, aparentemente, la pretensión inicial de que el régimen iraquí se derrumbara a causa de los bombardeos demostrativos, se inicia ahora una doble cuenta atrás. De un lado, la de cuánto tardará la formidable máquina militar aliada en liquidar la resistencia enemiga, con el interrogante añadido de si será necesario para ello pasar del bombardeo demostrativo al masivo, y de otro, la de si el presidente iraquí es capaz de desatar alguno de sus presuntos cuatro jinetes o es la coalición la que ha de hacer el trabajo hallando esos agentes, aunque estén recluidos en probetas de laboratorio.

Entre la forma activa de la prueba y la demostración pasiva media, sin embargo, todo un abismo.

Sadam ha dispuesto, sin duda, de esos medios de guerra, pero no está claro cuántos de ellos aún hoy retenga. El hecho de que no llegara en el futuro a emplear ninguno de los mismos, incluso cuando se viese abocado a una derrota que sigue siendo indudable, no puede constituir, en absoluto, garantía de que esos medios no figuren en su poder, pero sí, en cambio, de que no abriga la más mínima intención de usarlos, por lo menos no en contra de una invasión occidental; algo así como si el dictador pensara que fuesen buenos para atormentar a la población propia -el gaseo de los kurdos en 1988-, o, como en la guerra de 1980-88, contra Irán, un pueblo de la región, e igualmente seguidor de Mahoma.

Y no debe escapársenos el autorracismo utilitario que ello implica; Sadam podía creer que Occidente perdonaría -como ocurrió- un uso interno del aire envenenado, pero sabía que la condena era inevitable si el empleo era, en cambio, externo, en contra del primer mundo, porque a esa condena iba siempre aparejado el temor iraquí a que se produjera, acto seguido, un planchado aéreo del país. Ésa fue la razón por la que Bagdad renunció a cargar con algo más que el explosivo necesario para que alcanzaran sus objetivos los 39 Scud lanzados en la guerra de 1991 contra Israel.

Conocer lo que pasa fuera, es entender lo que pasará dentro, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Todo parece indicar ahora que, a diferencia de lo que ocurrió en aquella contienda, no va a haber forma de que el líder iraquí salga indemne de la actual. Y, por esa razón, si Sadam no acaba por recurrir a lo que los israelíes llaman la opción Sansón, aquella en la que la víctima derribe las columnas del templo para morir matando a parte de sus atormentadores, ello sólo podrá deberse a dos motivos: porque carece de esos agentes de muerte o porque no hay ni ha habido nunca el menor riesgo de que los utilizara, al menos, contra un adversario occidental. E, igualmente, si el presidente iraquí no se sirve ahora de esa muerte masiva, no puede haber tampoco razón para suponer que esté dispuesto a facilitar su recurso a los que han sido siempre sus menos que cordiales enemigos, los terroristas de Al Qaeda, para que éstos siembren un nuevo caos, pos-11 de septiembre en el planeta.

Ahí se juega gran parte del alma de esta guerra. Si Sadam Husein, ante la derrota inevitable, no tirara de bacteria, se demostraría que la acción militar había sido innecesaria. Por eso, hay quien debería estar rezando hoy porque lo hiciera.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_