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Columna
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El americano impasible

No estamos en guerra. Podemos a lo sumo estar en primavera. ¿Que han empezado a caer misiles sobre Bagdad, que toda la ferretería militar se ha puesto en marcha produciendo daños laterales y algún colateral? Pues será sin nosotros; y no porque no queramos la guerra, sino gracias al lehendakari Ibarretxe. Nuestro lehendakari se ha atado los machos y le ha escrito una carta a la ONU donde le dice que nosotros no estamos en guerra, que lo estarán, como mucho, los españoles, ese pérfido pueblo que nos sojuzga y que quería llevarnos a la guerra como si fuéramos Mambrú.

Pero no somos ni Mambrú ni españoles y por eso no estamos en guerra. Al menos, en la iraquí, pero eso es otro cantar. Aunque ya lo estoy viendo. Seguro que los retorcidos de los españoles están diciendo por lo bajini (son muy cobardes y no les va ir de frente como los hombres, digo, como los vascos) que el lehendakari se ha aprovechado de la ocasión para que la ONU nos tome en cuenta como nación y nos haga un hueco incluso en el Consejo de Seguridad.

Ya los estoy oyendo. Así como hay escudos humanos que se han ido a la guerra, la guerra en la que no estamos metidos, para interponerse en el camino de las bombas, los españolazos acabarán por decir que nuestro lehendakari es lo contrario, o sea un puñal humano que se clava por la espalda. O sea, mientras España está en la guerra, viene el puñal humano y se le clava, con perdón, por detrás; es decir, en los foros internacionales.

Puestos a buscarle tres pies al gato, seguro que los retorcidos de ellos están convencidos de que nuestro lehendakari está al margen de la ley sólo porque no acata las leyes que constituyen el marco que le permite a él no ser Ibarretxe ni un tal Fernández, sino lehendakari; vaya, que toma las leyes que le interesan y las otras se las echa al gato, o a sus pies, a los pies de los caballos. No quieren entenderle: cuando dice que el pueblo vasco es el único que puede decir si son legales cosas como Batasuna, Egunkaria, el ámbito de decisión y un largo etcétera, no es porque coincida en todo eso con Batasuna -que no es ETA, pese a lo que hayan dicho los tribunales-, sino porque es nacionalista y desea romper el marco de una vez por todas rompiéndolo a cachitos cada vez que puede.

O intentándolo, como en la ONU. Es lo que tiene el nacionalismo. Por eso nuestro lehendakari, salvando la lengua y la hamburguesa, es igual que Bush. Mientras nuestro lehendakari en nombre de su pueblo trata de romper el marco en que se hallan inscritos él y nuestro pueblo, Bush hace lo mismo pero a escala planetaria, porque para eso es ya una nación con Estado, por no decir con el mundo. De ahí viene esa guerra de la que nos ha sacado in extremis nuestro lehendakari.

Bush quiere un orden mundial a su medida. Un orden al servicio de sus intereses económicos y que contemple el derecho de injerencia -el suyo pero el de nadie más-, de modo que nadie pueda afearle la conducta. Así, podrá declarar una guerra (preventiva) y negar los derechos mínimos a quien desee, por ejemplo a los supuestos terroristas de Al Qaeda. Coge, los encierra en Guantánamo y los reduce sólo a vida, a nuda vida: los convierte en nadie antes de convertirlos en nada. En cambio que nadie toque a sus soldados, aunque se pasen. Todos los derechos, incluso el de abusar, para sus chortas, y ninguno para quien Bush diga, ya sea nación o individuo. Así que, mientras Bush se salta el marco internacional, nuestro lehendakari hace cuanto puede por saltarse el nacional con idéntico tupé. Le debemos a Hobbes la idea de pacto entre los ciudadanos para poner coto al Leviatán, o sea al poder excesivo, y resulta casi vergonzoso que haya que volver a lo mismo cuatro siglos después.

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Bush está pidiendo a gritos que se le enmarque en una ONU de la que ni él tiene derecho a burlarse. Nuestro lehendakari está pidiendo también a irrintzis que se le recuerde que no hay otro imperio que el de la ley, so pena de ver cómo se destruye la nación de ciudadanos y se suplanta por la tribu, eso que llaman pueblo y donde nadie puede ser autónomo, o sea sujeto de derechos. Mal que le pese a nuestro impasible lehendakari.

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