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Columna
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Carta abierta a Àlex Rigola

Señor director del Teatre Lliure:

Le escribo en mi condición de miembro (electo, no vitalicio) del patronato de la Fundación Teatre Lliure-Teatre Públic de Barcelona. Soy, señor director, uno de los 22 miembros del patronato que el martes, 18 de marzo, votaron afirmativamente su nombramiento como director del Teatre Lliure.

Hará un par de meses, un compañero del patronato me dijo que el nombre de usted sonaba como posible candidato a la dirección del Lliure, en el caso de que fallase Lluís Pasqual (porque el problema con Pasqual es que, como un día me dijo Jack Lang, "siempre hace lo contrario de lo que dice que va a hacer"). Mi compañero quería saber qué pensaba yo acerca de usted como posible director del Lliure. Mi primera reacción fue decir que no le conocía a usted, señor Rigola, y que en consecuencia no podía opinar. Y era cierto: tan solo había visto dos de sus espectáculos, dos montajes que, al margen de la impresión que me hubiesen podido causar, no justificaban por sí solos su candidatura como posible director del Teatre Lliure. Para hacerse cargo de la dirección de un teatro de las características del Lliure, hace falta algo más que haber dirigido, con mayor o menor fortuna, dos, cuatro, seis, ocho espectáculos. Así que le dije a mi compañero que, en el caso de que fallase Pasqual, mi opción era la de convocar un concurso público, no necesariamente circunscrito a las gentes de teatro del principado. Y le añadí: "Como es moneda corriente en la mayoría de los teatros y festivales de teatro europeos".

Yo le voté porque usted había formado parte del equipo de Pep Montanyès y contaba con su confianza

Pero el Lliure tenía prisa, mucha prisa por nombrar a su nuevo director, por cancelar de una vez por todas la situación de provisionalidad creada por la muerte de Pep Montanyès y por programar su nueva temporada. Así que mi propuesta no fue ni siquiera tomada en consideración.

La reunión del patronato del martes, 18 de marzo, fue, como usted ya debe de saber, una reunión tensa. Durante un par de horas se oyeron palabras muy duras sobre la gestión de la junta de gobierno y sobre los representantes de las administraciones presentes en ella. Curiosamente, se habló más de Lluís Pasqual que de usted, que era el único motivo de nuestra reunión. Quien sí habló de usted, muy favorablemente, fue la señora María Martínez, la viuda de Pep Montanyès, recientemente elegida miembro del patronato. Fueron las palabra de esta señora, buena amiga mía, las que me decidieron a concederle mi voto. Yo le voté, señor Rigola, porque usted había formado parte del equipo de Pep Montanyès y contaba con su confianza. Le confesaré que antes de darle mi voto me hubiese gustado escucharle -el señor Dalmau, presidente de la fundación, nos dijo que se hallaba usted a nuestra disposición- cuatro ideas sobre cómo piensa, por ejemplo, programar nuestro teatro, pero cuando propuse que le escuchásemos ya era tarde y mis compañeros tenían prisa por ir a almorzar.

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Al día siguiente, le vi a usted en las páginas de este diario, fotografiado con su preciosa Harley Davidson (que le envidio, pero, por suerte o por desgracia, no conduzco) y afirmando aquello de que "se ha acabado el teatro arqueológico". Buen comienzo, señor director. ¿A qué teatro arqueológico se refiere usted? ¿Al que hasta antes de llegar usted se hacía en el Lliure? Porque del teatro que se haga en los demás escenarios de la ciudad, y en el caso de que éste sea "arqueológico", no es precisamente de lo que el lector espera que le hable el nuevo director del Lliure. Luego dice usted unas cosas muy bonitas sobre "la magia" del Lliure, sobre cuando su madre le llevó a ver Fulgor i mort de Joaquim Murrieta, sobre la necesidad de que cada espectáculo que programe el Lliure sea "una fiesta", sobre la necesidad de hacer un teatro que no se aleje de los intereses de los ciudadanos, sobre la necesidad de que las salas del Lliure sean como las del Verdi, a las que uno acude confiado, echen lo que echen.

Todo esto está muy bien, señor director, como eso de que usted apueste por "un teatro de calidad para todos" (una frase que me es familiar: se la oí decir muchas veces a Antoine Vitez, y a buen seguro que no era él el primero en pronunciarla). Pero el nuevo Lliure, el de Montjuïc, aunque es una maravilla de teatro, no es el Lliure de Gràcia. Queda lejos -sin metro, sin autobús- y mucha, muchísima gente todavía lo desconoce. El nuevo Lliure se vendió mal o, mejor dicho, no se vendió. Faltó una campaña publicitaria que ofreciese la imagen del nuevo Lliure. En cuanto al público, ignoro si se ha hecho un estudio sobre él, sobre el real y el posible; en cualquier caso, yo no lo conozco. Ése es un trabajo urgente, señor director, que habrá que hacer.

Usted es joven, señor director, y se espera de usted que lleve al Lliure un público joven, que es su garantía de futuro. Su juventud es, pues, su mejor arma. Además, me dicen que es usted honrado, inteligente, artista y tozudo (y que encima fuma puros). Tanto mejor.

Concluiré, señor director, recordándole que su predecesor, Pep Montanyès, había pensado ofrecer en 2004, coincidiendo con el Fòrum, un festival de la Unión de Teatros de Europa, la aristocracia de la escena europea, de la que, como usted sabe, el Lliure forma parte. Para ello precisaba una subvención de trescientos y pico millones (de pesetas) que, en última instancia, le fue denegada. Me agradaría, señor director, que retomase usted la iniciativa de Montanyès. Un festival de los mejores teatros de Europa en el Lliure sería una buena ocasión para ayudar a dar a conocer nuestro teatro, para presentarle a usted en sociedad y para que las administraciones que le han dado su voto hagan honor a éste. Amén de que sería un motivo más para situar a Barcelona "en el mapa", teatral en este caso. Su interlocutor podría ser el alcalde Clos.

Le deseo muchos éxitos, señor director. Me tiene usted a su entera disposición. Atentamente.

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