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Columna
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Misericordia

A falta de la piedad pagana que permitía en las antiguas democracias auxiliar a los adversarios políticos, o la piedad laica, sea bienvenida la misericordia o la caridad cristiana, el testimonio desde el Evangelio de estos cuatro sacerdotes que se han apuntado en las listas electorales de los partidos constitucionalistas apelando a las conciencias con carácter extraordinario. Yhavé ya ha encontrado a cuatro hombres justos y nuestras ciudades, de momento, no serán asoladas por lenguas de fuego. Los que miran hacia otro lado, por ahora, no serán convertidos en estatuas de sal.

Estos mismos sacerdotes, que no necesitan ir a misiones para arriesgarse al martirio, ni a Bagdag para hacer de escudo humanos, son los que manifiestan conscientemente la anormalidad y la excepcionalidad de la situación política vasca. No puede ser ilusionante el país cuando cuatro sacerdotes tiene que ofrecerse en este testimonio solidario. Políticamente, Euskadi no ha estado peor, aunque el terrorismo haya decrecido. Pero la mínima pervivencia de éste en una situación de inestabilidad provocada desde los poderes autónomos crea mayores efectos de inseguridad y de miedo que antes.

El PNV hace la política de Batasuna con el propósito de que ésta deje de existir

En esta inestabilidad, cuando el terrorismo pervive, la soflama lanzada contra el Tribunal Constitucional por la vicelehendakari, a raíz de la decisión adoptada unánimemente por el Alto Tribunal sobre el recurso del Gobierno vasco contra la ley de partidos -"cruzada antivasca", "los tribunales españoles están contaminados", "grave vulneración"- constituye una muy seria irresponsabilidad. Si no es irresponsabilidad es un hito más en la profundización de la ruptura, un gesto y un discurso propio y digno en el pasado del nacionalismo radical que favorece el enquistamiento de la ruptura.

No es gratuito enfrentarse de esta manera tan irrespetuosa, tan crispada, al Tribunal Constitucional, poner en entredicho las leyes, y votar las mociones de Batasuna -incluso en ausencia de ésta- en el Parlamento vasco. El PNV, desde hace tiempo, está haciendo la política de Batasuna, deseando que ésta deje de existir en política. Es lo que ha pasado en el pleno del Parlamento vasco. Un pueblo, una sola bandera y un solo partido (también, una sola cadena de televisión, como quisiera el parlamentario del PNV José Antonio Rubalkaba).

A la falta de respeto a las instituciones que deben arbitrar la convivencia democrática se une, y es consecuencia de ésta, la concepción etnicista de la política del nacionalismo y del propio lehendakari. No fue baladí el rifirrafe que tuvo con el parlamentario del PP Carlos Urquijo. Expresó allí Ibarretxe su concepción segregadora cuando se consideró de nacionalidad vasca y a Urquijo le atribuyó la nacionalidad española. Urquijo no puede ser vasco, no tiene por qué estar en ese Parlamento (se verá con el tiempo), y todo por el hecho, inaudito en una sociedad políticamente moderna y de ordenamiento liberal, de no compartir su nacionalismo, los planteamientos políticos del lehendakari. Todo eso en el mismo día en que el tripartito vota una moción de los de Batasuna, que sí son de nacionalidad vasca.

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Si en un país tan pequeño se hacen estas distinciones para la exclusión, Yhavé nos acabará mandando las leguas de fuego. Ibarretxe no es consciente de que lo que dijo previamente a la boutade exclusivista -que él y Urquijo son vascos "con los mismos derechos y deberes"-, es lo suficiente y necesario, lo que forja la convivencia, lo que marca la ley, la Constitución y el Estatuto. Lo otro, la boutade, son ganas de eliminar la igualdad, de echar a los que no piensan igual que él, discurso étnico para un futuro totalitario.

El nacionalismo vasco debería priorizar el racionalismo ilustrado, la igualdad del ciudadano sobre las fantasías étnicas y morales que acaban haciendo vascos de primera y españoles de segunda con funerales de tercera. No es sólo por el terrorismo por lo que los constitucionalistas no pueden rellenar sus listas. Así que, o mucho cambia el nacionalismo y se olvida de nacionalidades dentro de casa, o la convivencia será imposible. La anormalidad se mantendrá entronizada, la violencia seguirá siendo una mera consecuencia lógica y el testimonio misionero de unos sacerdotes solidarios, algo no tan extraño.

De no darse ese cambio, la opción está entre una alternativa democrática para Euskadi que, con mucho retraso, nos haga entrar en el siglo XXI y que acabe con este panorama a partir de las elecciones municipales, o en más de lo mismo.

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