_
_
_
_
Reportaje:TENDENCIAS

Cazadores de cabezas

El máximo objetivo consiste en conseguir la cabeza de Sadam Husein y exponerla sobre un catafalco iluminado por láser en el centro de Times Square.

A esa finalidad van dirigidas las operaciones militares de 250.000 soldados armados hasta los dientes, los 900 helicópteros, los mil aviones, los F 117 invisibles, las bombas electromagnéticas y las incontables reservas de carros blindados, lanzamisiles, compañías de élite, destructores, fragatas y portaaviones. El asesinato y decapitación de Sadam acaso podría lograrse con muchos menos medios, pero no saben.

Desaciertos de la CIA

La aspiración de Estados Unidos en Irak es la alta 'performance', el despliegue del superespectáculo, de su tecnología incomparable y de su hegemonía sin precedentes
El coste para Estados Unidos no tiene sentido contabilizarlo en gastos militares. Como tampoco las ganancias de la contienda deben medirse en barriles de petróleo
EE UU dispone de una extraordinaria oportunidad para exhibirse. Una acción militar proporcionada al grado de resistencia iraquí sería muy pobre, pero una guerra a secas sería poco

Los servicios de inteligencia norteamericano, la CIA o el FBI hace tiempo que no aciertan ni una y si se trata del terrorismo islámico son invariablemente burlados. Dieron muestra de su cómica glamourosa incompetencia con los atentados del 11-S, pero, después, Bin Laden sorteó limpiamente su acoso en los laberintos de Tora Bora y Sadam Husein los confunde repetidamente a través de la transmigración en su media docena de dobles. Nunca, por tanto, estarán seguros de poseer la cabeza de Sadam hasta degollar a una siniestra colección de Sadames.

Pero, entretanto, ¿qué? En el intervalo, Estados Unidos dispone de una extraordinaria oportunidad para exhibirse. Una acción militar proporcionada al grado de resistencia iraquí sería muy pobre, pero incluso una guerra a secas sería poco. La aspiración de Estados Unidos en Irak es la alta performance, el despliegue del superespectáculo, de su tecnología incomparable y de su hegemonía sin precedentes. Nunca, en la historia de la Humanidad, una nación acaparó más poder que el de Estados Unidos. Nunca un imperio -ni con Carlomagno, los faraones, los romanos, China, la monarquía británica- fue tan grande. Ningún otro país posee hoy flota en más de dos océanos, pero ellos están presentes en los cinco, y gastan más en presupuestos militares que las 15 siguientes naciones juntas, de manera que sus casi 400.000 millones de dólares en defensa significan la mitad de todos los gastos militares del mundo.

Pero ni así los norteamericanos, que temen a los marcianos, los virus misteriosos, las conspiraciones continuas, se sienten seguros. Demostrar su poderío militar es una buena forma de ostentación, pero también una demoledora información disuasoria.

La guerra de Irak es una ofensiva, a ojos del mundo, pero incluso esta evidencia se invierte ideológicamente para considerarla una operación de defensa. Una guerra preventiva para neutralizar las amenazas de las armas de destrucción masiva, y fulminar, en todo caso, la temible acción del mal. El espíritu norteamericano no es guerrero, pero sí muy religioso. No es de talante imperialista, pero sí patológicamente codicioso.

Una guerra contra Irak puede parecer ilegal, injusta, injustificada. Resulta además grotesca de acuerdo al clamoroso desequilibrio de fuerzas, pero es, sin embargo, para Estados Unidos, una guerra necesaria, consecuente, urgente. Y, como proclamaron, "inevitable".

Conciencia ciudadana

La guerra se hacía necesaria a Estados Unidos porque desde el 11-S el Gobierno de Bush se consideró "ya en guerra", we are at war, y así se hizo resonar en la conciencia ciudadana. ¿Dónde, sin embargo, hallar la ocasión de guerra? La ansiedad por representarla y ganarla se tradujo en una primera decepción afgana. Pronto, pues, había que designar, preparar y montar otro escenario para la frustrada representación de la victoria.

De la victoria del Bien contra el Mal, naturalmente. Pero también para la elocuente escenificación de una superproducción militar, y no militar, fastuosa, desconocida por la Humanidad hasta ahora, según la opinión más extendida. Una fuerza económica, política, científica, militar, tecnológica y simbólica como jamás se ha visto. ¿Las Naciones Unidas? ¿El Tribunal Penal Internacional? ¿El Protocolo de Kioto? ¿Los convenios de minas antipersonas? Estados Unidos es más que la legalidad internacional: es la Ley.

La guerra acometida frente a la oposición de Francia, de Alemania, de China o de Rusia multiplica la proporción de su fuerza. Más que una potencia al lado de las demás, es el centro de la potencia; más que una cultura al costado de otras, es la cultura popular del mundo; más que un simple way of life, lo norteamericano se alza como una auténtica civilización. ¿Quién puede, en estas condiciones, aleccionarle sobre el derecho de las gentes?

Más que guerrear, las tropas norteamericanas tienen por misión hacer patente la actual magnitud de su país, su escala, fuera de escala. De esta manera la guerra halla, dentro de la misión hegemónica norteamericana, su legitimación interior. El impacto de las bombas, la capacidad de destrucción y de paralización, la tormenta de su justicia divina no se dirigen, claro está, contra los míseros iraquíes, sino a los medios de comunicación internacionales. No tratan, sobre todo, de matar a los indefensos soldados de Sadam, sino de intimidar al planeta.

Estados Unidos necesitaba apremiantemente hacer ver plásticamente su envergadura, a menudo dispersa en las noticias científicas, artísticas o tecnológicas. Una guerra espectacular posee la energía mortal de condensar esos predominios y aterrorizar. Gracias a la guerra de Irak, Estados Unidos obtiene la máxima exposición corporal en la feria internacional del fuego. ¿Sin costes?

El coste para Estados Unidos no tiene sentido contabilizarlo en gastos militares. Como tampoco, las ganancias de la contienda, deben medirse en barriles de petróleo. Tanto lo que conquista como lo que pierde Estados Unidos en esta invasión son, principalmente, bienes simbólicos, y así, el máximo perjuicio de la batalla se contará en el deterioro de la marca norteamericana ante la opinión pública del mundo. Reconstruir Irak es un paso elemental tras la devastación, pero la reconstrucción del aprecio al logo USA será la tarea ímproba que habrán de emprender las otras fuerzas de su Pentágono de la persuasión y el marketing.

La imagen ante el mundo

Ya antes de este ataque, la Administración norteamericana se ocupó de distintas maneras, con Charlotte Beers (subsecretaria de la Diplomacia Pública y ex jefe de dos gigantes de la publicidad, Ogilvy & Mather y Walter Thompson), de mejorar su imagen ante el mundo. Apenas lo consiguió. Las colosales inversiones que desde la Segunda Guerra Mundial lograron convertir el sello norteamericano en lo más fascinante del cine, la música, los consumos o las modas, piden ahora ser reforzadas para recuperar el daño que esta matanza le acarrea. ¿Conseguirá recuperarse?

Un sondeo de The Herald Tribune confirmaba, bajo el título de A rising anti-american tide (Un ascenso de la corriente antiamericana), que ya, hace semanas, tanto en Alemania, en Italia o en el Reino Unido -los mejores amantes norteamericanos de Europa-, el entusiasmo había flaqueado.

Pero, fuera de Estados Unidos, ¿a qué cultura referirse?, ¿el islam?, ¿el orientalismo confuciano? Efectivamente han reaparecido con claridad las diferencias entre Estados Unidos y Europa, pero la disparidad afecta ante todo a los líderes, Bush es la seña de lo decadente y la opinión pública más progresiva se unifica a un lado y otro del mar. Por extraño que hoy parezca, es probable que la próxima imagen encantadora de Estados Unidos sea aquella que sus comunicadores y empresarios obtengan inspirándose en los rasgos europeos. El próximo Estados Unidos a la venta será menos norteamericano y más europeo. O, en suma, dejará de presentarse como una opción de allá y será la única opción. Es decir, una opción sin elección, invisible, porque se tratará de una propuesta que abarcará, como un puding, la diversidad del mundo, con base en la pasta occidental, pero con incorporación de los múltiples aderezos exóticos, iraquíes incluidos. Así tienden a ser las grandes ciudades contemporáneas, norteamericanas o no, y así acabará siendo, perdido su rostro de Gran Amo, la futura realidad del Imperio.

En ese proyecto de marketing, sin embargo, caerán antes muchas cabezas. Y el plan idóneo, el más cinematográficamente feliz para Estados Unidos, es aquel que finaliza su primera fase con la cabeza de Sadam Husein y Bin Laden ensartadas en una estaca iluminada en el centro geométrico de Manhattan.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_