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LA COLUMNA.
Columna
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Después de la guerra

Josep Ramoneda

LA GLORIOSA GUERRA en la que un rico apalea a un mendigo ya está en marcha. "No a la guerra" no puede ser un punto final, ni quedar como un simple sobresalto ético de millones de ciudadanos de buen corazón. Los tiempos nuevos dependen, en parte, de la transformación política positiva del rechazo expresado. Si no la hay, todo quedará entre la frustración y el retorno a la indiferencia. ¿De qué se trata? De impedir que Estados Unidos construya por libre un orden mundial a su imagen y semejanza. Y, en parte, ya se está logrando. Habrán conseguido hacer su guerra contra la opinión pública mundial. Pero al precio de un aislamiento que les impedirá, por falta de medios económicos, políticos y logísticos, seguir adelante con los planes que llevaban diseñados desde hace años. Estados Unidos solo no puede seguir la estrategia de la acción en cadena contra los demás miembros del eje del mal. Y aunque haya sacado la guerra de Irak adelante, le ha costado un año de esfuerzo y un enorme fracaso diplomático. Lo cual frena, sin duda, sus ambiciones futuras.

Se dice que ha habido un gran fracaso de la ONU porque el consenso ha sido imposible. ¿Qué punto de consenso se ofrecía? La guerra. Y el Consejo de Seguridad ha rechazado este consenso. El fracaso no es de la ONU, sino de los que han optado por una guerra ilegal ante su incapacidad diplomática para conseguir los apoyos necesarios. Se dice que se ha abierto una gran división en la Unión Europea. Pero Europa ha descubierto que tiene una opinión pública. Y ésta, al expresarse, ha dado consistencia a las posiciones de Francia y Alemania. Si en el origen eran tácticas, la fuerza de la opinión las ha convertido en estratégicas. Francia y Alemania llevan ahora encima un compromiso, quizá no buscado, que deberán saber no defraudar.

Estados Unidos se ha situado en un callejón de difícil salida. Las razones aparentes de la guerra -el desarme y la lucha antiterrorista- se ha demostrado que eran falsas. Si el objetivo era acabar con la amenaza terrorista, el propio general Wesley Clark, que dirigió el Ejército de la OTAN en Kosovo, se preguntaba: "¿La caída de Sadam nos acerca a este objetivo? ¿Cuál es ahora la próxima etapa?". La respuesta a la primera pregunta es: no. La respuesta a la segunda sería: volver a empezar, hacer una estrategia antiterrorista adecuada al terrorismo. Pero ahora ya sabe todo el mundo que las razones reales de la guerra son otras: la instauración de un nuevo orden mundial bajo tutela americana, para garantizar que en la globalización Estados Unidos no pierde su papel de potencia imprescindible.

¿Cómo conseguir que el rechazo sufrido por Estados Unidos en la ONU y en la opinión pública se exprese a la hora de configurar las instituciones políticas de la globalización? No se trata de que se cumpla la profecía que alguien le hizo a Clyde Prestowitz en Kuala Lumpur, en 1997: "A este paso, esto será pronto Estados Unidos contra el resto del mundo". Se trata de que la guerra no enturbie ni oscurezca la realidad de los hechos: que la mayoría de los Gobiernos -a través de Naciones Unidas- y de la opinión pública -en la calle, en los medios de comunicación- le han dicho a Estados Unidos que, por este camino, no.

Al núcleo conservador que lidera Estados Unidos -que, como todo fundamentalismo religioso, es una mezcla de sinrazón teológica y fascinación por los bienes materiales- no le será fácil asumir que su orgullosa suficiencia sólo le lleva al aislamiento y que el mundo no ha pedido a Estados Unidos que le salve. Mucha gente sensata lleva tiempo diciendo al Gobierno de Bush que sólo con un giro radical en el conflicto árabe-israelí, con más sentido de equidad y menos arrogancia, con más sensibilidad con la gente que sufre y menos omnipotencia tecnocrática, podrá conseguir el respeto y la confianza de los demás. Los países que han hecho que Estados Unidos tuviera que ir a la guerra en una frustrante soledad, tienen ahora la obligación de sentarlo en la mesa y, con el apoyo de la ciudadanía, llevar las cosas hacia un orden compartido, no impuesto. La guerra será breve, la posguerra larga, la política no ha hecho más que empezar. Y en España habrá que recuperar a toda prisa el retraso provocado por Aznar al apuntarse al pasado sin darse cuenta de que el futuro está en la otra parte.

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