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Reportaje:GUERRA EN IRAK | El paradero del dictador

La calle, bien; los hospitales, mal

La algarabía de la gente en el barrio shií de Kadhimiya, en la capital, contrasta con los mensajes encendidos de algún imam

Francisco Peregil

Si se visita el barrio shií de Kadhimiya, costará mucho darse cuenta de que Bagdad fue bombardeada el jueves y tiene muchas probabilidades de que se la bombardee cada noche. Los shiíes son la mayoría religiosa del país, pero se encuentran marginados del poder. Sus barrios son los más pobres, donde hay más agua estancada por la calle, más chabolas y menos preparación escolar. Pero ayer, mientras casi todos los comercios de la ciudad estaban cerrados y calles como la de Mutanabi, en la que cada viernes se apelotonan cientos de lectores en busca de libros, estaba vacía, en el barrio de Kadhimiya, donde se encuentra la Mezquita de Oro, una de las más bellas de la ciudad y de las más famosas entre los shiíes, todo era una algarabía de gente y de puestos de ventas.

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En la mezquita, el mensaje del imam parecía pacífico. Y fuera, los niños llevaban cubos de lata llenos de agua para venderla a cazos a los sedientos. Mientras en la mayor parte de la ciudad es imposible encontrar patatas, cebollas, cualquier clase de fruta o papel higiénico, en este barrio pobre de casas a medio caer se podía encontrar de todo en la calle.

La tranquilidad en el rostro, la alegría con la que se dirigían los shiíes al visitante extranjero, es la misma que demuestran muchos iraquíes. "Nos hemos dado cuenta de que las bombas van contra el régimen, no contra nosotros. Es una cosa entre Husein y Bush", decía una bagdadí.

Sin embargo, en otra parte de la ciudad el ambiente era bien distinto. Uno de los principales imames iraquíes, Abdelatif Homein, desde su púlpito en la mezquita Um Al-Marek (Madre de todas las batallas), la más próxima al régimen y desde donde se retransmite semanalmente a la televisión la prédica del viernes, agarró un Kaláshnikov y, blandiéndolo en el aire, hizo un llamamiento a los musulmanes para matar americanos. "Cercad a los americanos y matadlos allí donde los encontréis. Nuestros niños mueren, nuestras mujeres y nuestros mayores son masacrados, y no podemos hacer otra cosa que encomendarnos a Dios. ¿Qué esperáis, que ocupen la mezquita del profeta y la Kaaba?", preguntaba en referencia a Medina y La Meca, los lugares santos del islam en Arabia Saudí. El imam imploró a Dios para que destruya a los sionistas y americanos en rodajas. A la salida, los fieles azuzados por el imam, que agitaba su fusil en el aire, mostraron en varios cánticos su apoyo a Sadam Husein.

Mientras eso sucedía, las autoridades iraquíes llevaron a los periodistas de todo el mundo y a los nueve brigadistas españoles que han decidido apoyar al pueblo iraquí quedándose bajo las bombas, hacia el hospital universitario Alyarmuor, donde el cirujano Jameel al Bayaki les explicaba en inglés que las bombas del jueves habían llevado a su centro a 36 personas heridas.

Entre ellas se encontraba una madre con un bebé de 14 meses al que estaba dando el pecho cuando las esquirlas de una bomba causaron heridas en la espalda del niño y en la mano de la madre. Frente a ella se encontraba su hermana de 13 años, una joven que no quería que el doctor le enseñase la pierna a los periodistas. Pero al final, el doctor mostró las heridas. Y cuando un compañero le preguntó qué sentía en ese momento, recitó los versos de un cántico que es el que siempre se repite en las manifestaciones: "Bush, Bush, entérate, estamos con Sadam".

Todas las lesiones de los heridos fueron producidas por esquirlas. Y todos los familiares de los pacientes aseguraban que allí donde cayeron las bombas no había ningún centro militar como posible objetivo del ataque.

A las seis y cinco de la tarde -hora peninsular española-, en que acabo de escribir esta crónica, comienza a sonar la alarma en Bagdad. Y tres minutos después, el fuego antiaéreo. El doctor Al Bayaki dijo que, en cuanto sonara, dejaría a sus hijos para acudir al hospital.

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Sobre la firma

Francisco Peregil
Redactor de la sección Internacional. Comenzó en El País en 1989 y ha desempeñado coberturas en países como Venezuela, Haití, Libia, Irak y Afganistán. Ha sido corresponsal en Buenos Aires para Sudamérica y corresponsal para el Magreb. Es autor de las novelas 'Era tan bella', –mención especial del jurado del Premio Nadal en 2000– y 'Manuela'.

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