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Columna
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Vete ya, Gallardón

Hay palabras que quedan en la biografía de quien las dice como una oscura mancha de sangre sobre la alfombra y hay miedos que producen miedo, que son como el indicio de un abismo, el eco de algo viscoso, lúgubre, las astillas de un acto miserable. Estos días infames a los que nos han conducido los delirios de grandeza del pequeño Aznar, ese hombre que ríe mientras condena a muerte a cientos de personas en Irak y se pasa por el arco del triunfo al 95% de los españoles, a la opinión pública internacional y a la gran mayoría de los gobiernos de Europa, uno escucha hervir en la olla del PP el agua negra de las adhesiones incondicionales, los llamamientos a cerrar filas, a cuadrarse y dar un voto ciego al lidercito, sí señor, a la orden, cuenta con nosotros, contigo hasta el fin del mundo; y uno se asusta y se siente decepcionado, a partes iguales.

Uno se asusta al ver qué fuerte es la cobardía, con cuánta obediencia y qué poca dignidad le han seguido todos, desde ese desafinado Trío Matamoros que aspira a sucederlo hasta el último peso pesado de su grupo, sin una sola disidencia ni un gesto independiente, sin un matiz, ni una crítica velada, ni una reflexión propia. Uno se siente decepcionado al pensar en personas concretas, políticos que parecían la gran esperanza blanca del grupo conservador y que se han sumado al disparate de esta guerra no sé si contra sus propias convicciones, pero estoy seguro que decepcionando la confianza que muchos ciudadanos tenían puesta en ellos. ¿Por qué? ¿Tanto temen las represalias de su jefe? ¿Tanto les atemoriza que les quiten el puesto o los degraden? Naturalmente, estoy hablando, sobre todo, de Alberto Ruiz-Gallardón.

Igual que muchas personas de izquierdas, siento afecto por Alberto Ruiz-Gallardón, lo considero una persona inteligente, educada y tolerante, y además creo que ha sido, en general, un buen presidente de la Comunidad de Madrid. Hay muchas cosas en el saldo positivo del ahora aspirante a la alcaldía de la capital, desde su propia gestión de gobierno, con logros innegables, como la ampliación y modernización del metro, que han mejorado las infraestructuras de la ciudad, hasta esa imagen de respeto por sus adversarios políticos que lo distingue tanto de muchos de sus compañeros del PP, siempre tan dados al insulto y la degradación del rival, cuando no a la pura calumnia.

No hay más que comparar los habituales abucheos del gallinero de la derecha en el Congreso, mientras intentan hablar los oradores del PSOE e IU, o actitudes tan indignas como la de esa diputada conservadora que anteayer le puso delante a Rodríguez Zapatero, en pleno Parlamento, una pancarta con la leyenda GAL; no hay más que comparar esas exhibiciones del mal gusto y la falta de sentido democrático con la actitud de Gallardón el otro día en la Universidad Complutense, cuando le ofreció su micrófono a los estudiantes que lo abucheaban para que, en lugar de gritar de cien en cien, expusieran sus argumentos en voz baja y de uno en uno. Sí, Alberto Ruiz-Gallardón es listo y tiene tablas, sin duda, pero no es justo reducir su gesto sólo a eso: también creo que ese episodio demuestra su respeto por el diálogo y por la razón. A mí me pareció que salía de la Complutense de un modo digno, dadas las circunstancias.

El problema, sin embargo, no es cómo salió Ruiz-Gallardón de la ciudad universitaria, sino por qué lo abucheaban. Es fácil, lo abucheaban porque su apoyo público a la locura de Aznar, ese hombre ensoberbecido a quien ya no le importa nadie, del rey abajo ninguno, que diría Rojas Zorrilla -por cierto, ¿dónde está el rey, jefe del Estado, qué piensa de esta declaración de guerra, a qué lo ha reducido el presidente del Gobierno?-, y a quien tanto temen sus amigos, lo cual tal vez lo explica todo.

¿De verdad apoya Alberto Ruiz-Gallardón esta canallada? Si no es así, qué digno sería marcharse ahora. Piénsalo, Alberto, y recuerda lo que dice la canción de tu primo Luis Eduardo Aute: presiento que tras la noche, vendrá la noche más larga. Pero también puede ser al contrario, si uno tiene valor.

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