Un '98' universal
En 1898, un mundo terminaba y comenzaba otro, y no únicamente para España, que perdía Cuba y Filipinas, sino para la humanidad, que asistía a la presentación de credenciales de una gran potencia inminente. Y ocurre que hoy con la guerra de Irak, Washington da un nuevo paso al frente, que prolonga algunas constantes de aquel rentable atropello a una España crepuscular. ¿Qué razones esgrimía la prensa y la sociedad norteamericana, contra las cautelas del presidente McKinley, para echar a España de Cuba? Las atrocidades de la dominación colonial en la isla; lo intolerable de una explotación, que impedía al criollo regir sus destinos; el salvajismo de una guerra que libró el general Valeriano Weyler contra los mambises. ¿Le suenan a alguien esas acusaciones?
En cuanto a atrocidades parece claro que, cualesquiera que fuesen las peores intenciones coloniales, la tecnología militar de la época no daba para tanto. El soldado mallorquín no gaseó a nadie, como Sadam Husein a los kurdos, aunque la discriminación entre blancos y negros sí que pueda tener algún parecido con la manera en que se asegura que Bagdad trata a shiíes y kurdos; la brutalidad española era, en el peor de los casos, paleo-militar.
Weyler mandó cavar una trocha de mar a mar por la parte más angosta de la isla -poco más de 30 kilómetros- para cegar la comunicación guerrillera entre Oriente y Occidente, lo que contribuía al empobrecimiento de la población; la represión al insurgente fue durísima; y entre lo más efectivo que se le ocurrió al general estuvo cuadricular el territorio creando zonas de concentración forzosa de pobladores para aislar jungla de ciudad, penalizando, con ello, tanto a sublevados como afectos. Mucho antes de que Mao dijera lo del pez en el agua, ya había tratado Weyler de secar la pecera en la que nadaba la guerrilla campesina. Todo ello era recordatorio de las tácticas norteamericanas en Vietnam -verjas electrificadas, variados My Lai en el anonimato, y aldeas fortificadas- hasta el punto de que algún estratega de Washington reconoció la deuda con el escueto militar español.
Los resultados de ese apoyo a la insurrección fueron un protectorado militar norteamericano de 1898 a 1903, en el que el ciudadano de color, que había llevado el peso de la guerra de independencia, se vio discriminado mucho más que lo fuera con el Gobierno de Madrid; y entre 1903 y 1922, la incorporación a la Constitución cubana de la enmienda Platt, que legalizaba el derecho de intervención de Washington cuando sintiera sus intereses amenazados por La Habana. Una enmienda en la que Estados Unidos hallaba, por cierto, el mismo tipo de legitimidad que dice hoy obtener de la resolución 1.441 del Consejo de Seguridad.
Por todo ello, la sublevación en 1959 de los criollos que dirigía Fidel Castro tuvo mucho que ver con la forma en que había tratado Washington el patio trasero de su patio trasero, así como con el apoyo popular que pueda restarle al gallego insurrecto. Con alguna intuición, el almirante Cervera, cuando hecho un andrajo ganaba la costa cerca de la rada de Santiago tras el sacrificio de la flota, le dijo a los guerrilleros que lo hacían preso que cambiaban la mano de España por un yugo mucho más asfixiante.
La situación, antes que repetirse, es con Irak una continuación, pero ya en un escenario universal. Este 98 se lo inflige EE UU a la mayor parte de la comunidad internacional encarnada en el Consejo de la ONU, al que ignora al hacer la guerra preventiva. Lo permanente aquí son la retórica altruista y la voluntad de dominación, hoy del Creciente Fértil, uno de los grandes fulcros de cualquier geopolítica planetaria.
Los criollos cubanos eran blancos al igual que sus ocupantes, si bien que de la contaminada especie ibérica; y la población, cristiana, de nuevo como los norteamericanos, aunque mayoritariamente de la no menos desdeñada versión de Roma. El iraquí sale, en cambio, perdiendo porque es árabe y casi siempre musulmán, en tiempos en que la xenofobia anti-islámica bate récords en EE UU a caballo de famosas profecías como el choque de civilizaciones de Huntington. Pero en todo ello lo más notable es que el presidente Aznar, con providencial astucia, haya decidido que este 98 a él no le pilla, porque ha sabido situarse al lado de los vencedores.
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