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Columna
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Espiral autoritaria

Estamos empezando a padecer ya los efectos de la guerra. Las libertades se resienten y la deriva autoritaria se extiende a lo largo de cualquier conflicto. Por un lado está el antiterrorismo como causa que supuestamente justifica cualquier exceso de celo en la represión. Hemos asistido durante los cinco meses que los okupas del Cabanyal han permanecido en prisión a un uso laxo de la aplicación del delito de terrorismo. Algo que violenta el principio de tipicidad del derecho penal, es decir la adecuación exacta del hecho que se considera delictivo a la figura o tipo descrito por la ley. Y cuando esta semana han liberado sin cargos a tres de los cuatro detenidos en Valencia por una supuesta relación con Al Qaeda, hemos sabido que se les ha dispensado un trato que recuerda más los métodos utilizados por el ejército norteamericano en Guantánamo que las garantías que la Constitución consagra.

Hay, por otra parte, una irrefrenable tendencia de los gobernantes del PP a convertir cualquier conflicto en un asunto de orden público y acabar recurriendo a la intervención de los guardias de la porra. Sin salir del ámbito local, no son ejemplos lo que faltan: disolución de la verbena de carnaval, que todos los años venía celebrándose en Benimaclet y que esta vez ha terminado en una batalla campal; retirada de los carteles de "no a la guerra" de la fachada del Ayuntamiento y de las Cortes; detención de los alcaldes de Buñol y de Macastre.

Este último caso puede que sea el más paradigmático. Que un conflicto de competencias por la forma de gestionar un servicio público derive en la detención de las autoridades municipales es la señal más clara de la espiral autoritaria que empezamos a sufrir. Oponer la Guardia Civil a la policía local y a la autoridad que la manda es una flagrante violación de la autonomía municipal y una mala parodia de las hazañas bélicas, en este caso la guerra de la basura. En una sociedad democrática el sentido de la política no es otro que el de encauzar pacíficamente la resolución de los conflictos. La diferencia entre el ejercicio de la democracia y la práctica del autoritarismo puro y duro radica no sólo en la división de poderes, sino también en el equilibrio y los contrapesos entre las diferentes administraciones del Estado.

El pasado miércoles el asunto llegó a lo caricaturesco. Ese día la Policía Local de Buñol obligó a identificarse a dos agentes de la Guardia Civil que, vestidos de paisano, se encontraban entre los vecinos que asistían a una asamblea informativa convocada por la alcaldesa, Minerva Gómez. Los agentes llevaban un pequeño magnetofón para grabar lo que allí se decía, algo que provocó el cachondeo de no pocos vecinos porque la asamblea estaba siendo retransmitida por Radio Buñol. Qué se le va a hacer, puede que el delegado del Gobierno, Juan Cotino, tenga pretensiones de dirigir la TIA, la agencia de información en la que trabajan Mortadelo y Filemón. Por lo demás, hay un asunto que resulta de lo más inquietante y es que cuando el 87% de la sociedad española se opone a la guerra y con ella todo el arco parlamentario, a excepción del PP, no haya habido un solo diputado de ese partido que haya tenido la dignidad de votar contra la participación española en el conflicto. ¿A qué tipo de adhesiones inquebrantables responde esa unanimidad?

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