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Columna
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Pandilla

Philip Roth publicó en 1971 una farsa irreverente, como todas las suyas, sobre los "ideales" tramposos de los políticos. Con una nada escondida referencia a Nixon, el libro, titulado La pandilla (Our gang), está protagonizado por un presidente norteamericano llamado Trick E. Dixon que se enreda en una oratoria vehemente sobre "los derechos de los que todavía no han nacido" hasta el extremo de que ha de afrontar una revuelta de boy scouts escandalizados porque creen que aboga por fomentar las relaciones sexuales indiscriminadas. "Caballeros, se puede hacer la guerra sin la aprobación del Congreso, se puede arruinar al país y pisotear los derechos civiles, ¡pero no se puede violar el código moral de los boy scouts de América y esperar que le reelijan a uno para el cargo más alto de la nación!", confiesa alarmado a los miembros de su comité de crisis antes de acabar sometiendo Dinamarca al asedio de la Sexta Flota para doblegar al "gobierno propornográfico de Copenhague". En un discurso a la nación, Tricky declara: "Las acciones que he emprendido en el conflicto entre los Estados Unidos de América y el Estado soberano de Dinamarca son indispensables para nuestra dignidad, nuestro honor, nuestro idealismo moral y espiritual, nuestra credibilidad internacional, la solidez de nuestra economía, nuestra grandeza, nuestra dedicación a los sueños de nuestros antepasados, el espíritu humano, la dignidad de inspiración divina del hombre, nuestros compromisos internacionales, los principios de las Naciones Unidas, y el progreso y la paz de todos los pueblos". En términos mucho más crudos debate, desde luego, el asunto con sus asesores. "Señor presidente", le dice su experto militar, "si el día que tomó usted posesión de su cargo hubiésemos, con su permiso, detenido y fusilado a todos los vietnamitas que hubiésemos encontrado, habríamos salvado con ello quince mil vidas americanas". La impresión de quienes salieron a la calle el sábado, como hace un mes, en la Alameda de Valencia, la Puerta de Sol de Madrid, la Diagonal de Barcelona, la plaza de la República en París, las calles de Berlín o la explanada de la Casa Blanca en Washington es que el presidente Bush y la pandilla que lo asesora parecen sacados de una caricatura de hace treinta años.

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