Entre hayas hasta la cima del Moncayo

El mayor tesoro de este paraje cercano a Tarazona (Zaragoza), declarado parque natural en 1998, es su magnífica colección de bosques agarrados a las laderas del pico Moncayo o San Miguel. De abajo arriba, encinas y carrascas; rebollos; robles, sauces, abedules y hayas, y grandes extensiones de pino silvestre, laricio, negro y rodeno. Por encima de los 1.800 metros sólo crecen enebros, piornos y algunas especies endémicas.

Se conservan también varios circos de origen glaciar excavados por los hielos del Cuaternario. El más vistoso es el llamado pozo de San Miguel, o Cucharón, al pie del collado que separa las dos cumbres más altas; tiene forma de herradura abierta al noroeste y un buen conjunto de morrenas dispuestas en arcos escalonados a lo largo de un kilómetro.

Finalmente, el sector suroriental de la sierra, el último incorporado al parque, es también un prodigio de paisaje. Durante siglos, el agua ha mordido la roca caliza formando picos acastillados, cumbres planas y cañones por cuyo fondo fluyen ríos y galerías subterráneas plagadas de acuíferos que brotan al exterior por surgencias como la fuente de Purujosa, que llega a verter al río Isuela 100 litros por segundo. El águila real y el buitre leonado son los señores de estos cortados.

Para descubrir lo mejor de estos ecosistemas hay que echar pie al monte; empenzando por la ascensión a la cumbre del Moncayo. Punto de partida, el Santuario, antiguo edificio del siglo XIII al pie de la peña el Cucharón, adonde habremos llegado desde Agramonte después de 6 kilómetros de carretera y 6 más de pista.

El camino enfila el bosque para subir en zig-zag hasta el pozo de San Miguel. Hay que seguir con atención las señales para no perder la senda que conduce a las lomas cimeras, entre este circo y el de San Gaudioso. Luego, una cómoda caminata en dirección noroeste lleva sin problemas hasta el pico Moncayo. Desde lo alto la vista se extiende por la depresión del Ebro, las planicies castellanas, algunas otras cumbres del Ibérico (Cebollera, Urbión y San Lorenzo) y, en días claros, los Pirineos. La subida cuesta unas dos horas.

Luz verdosa en el hayedo

La primavera y el principio del verano es buen momento también para visitar el magnífico hayedo del parque, uno de los más meridionales de Europa. En esta época, los árboles están al 50% de frondosidad y proyectan una encantadora luz verdosa, casi de realidad virtual. Para recorrerlo hay que tomar una pista que parte de la carretera del Santuario, a la altura de la llamada fuente del Sacristán. Nos conduce, en 1 hora y 45 minutos de marcha y 400 metros de desnivel, a través de este hermoso bosque, más propio de Centroeuropa. Veremos hayas, pero también buenos ejemplares de pinos, robles, avellanos, tejos y frambuesos. El recorrido termina de nuevo en la carretera, cerca del llamado barranco Castilla.

Quienes no deseen enfrentarse a grandes desniveles pueden optar por una cómoda excursión desde el Santuario hasta el circo glaciar de Morca. Al principio ha de tomarse el mismo sendero que sube hacia el Moncayo, pero enseguida se abandona para continuar de frente remontando suavemente hacia el bosque. Sin bajar ni subir demasiado, la trocha llega a unos escarpes pronunciados sobre el valle del Morca, desde donde el panorama compensa la media hora de marcha. Puede seguirse fácilmente hasta la base del circo, el único que tiene agua en verano y que en el mes de julio aparece plagado de flores pirenaicas.