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Columna
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Tortura, que algo queda

No quisiera manosear un tema tan delicado. Ni hurgar en una herida tan dolorosa para tantos. Pero hoy se habla de tortura y se hace genéricamente, sin matices. Para algunos, es evidente que ocurre. Para otros, resulta evidente lo contrario. No voy a entrar aquí en la verdad o falsedad de los hechos: me faltan datos para hacerlo. Tampoco quisiera dirigirme a los convencidos ni a los cínicos. Me inquieta, más bien, esas convicciones absolutas de uno u otro orden extendidas entre la gente corriente (ese término hoy en boga), gente como yo mismo. Y me preocupa el caldo de cultivo que alimenta ese estado de cosas tan categórico. Porque, a la postre, va socavando la escasa cultura democrática que hemos ido tejiendo. Es otra cosa más que debemos a la serpiente que, además de asesinar, lo emponzoña todo.

Debo añadir que tengo constancia de situaciones de violencia con los detenidos (de ETA y ajenos a ella; con delincuentes en general). Y, también, de autolesiones luego utilizadas públicamente con regodeo (esto lo hace más bien ETA). Aborrezco la equidistancia, pero hoy aquí se maltrata a los detenidos (también en Gran Bretaña, Estados Unidos o Grecia). Pero, mientras allí se discute de ello y se depura, aquí es un debate que nos está siendo hurtado. ¿Por qué? Porque sentimos el aliento de ETA en nuestra nuca. Pero, vayamos un poco más allá.

No es de recibo que Martxelo Otamendi diga en Barcelona que seguirá denunciando los maltratos recibidos, "mientras la gente me siga apoyando, mientras los catalanes me den su respaldo" (sic). ¿Y si dejan de apoyarle? ¿Acaso el maltrato no fue el mismo? Se supone que él, periodista, cree en los valores de la libertad de expresión y en la actuación de la justicia. De hecho, ha puesto una denuncia. Sin embargo, en su caso todo huele fatal. Claro que no será el mundo de Batasuna (al que Martxelo pertenece) quien haga pedagogía de la democracia. Pero es igualmente lamentable que el ministro de Interior, señor Acebes, salga leyendo un "manual de ETA" para asegurar que no ha habido torturas en el caso Egunkaria. Patético. Abra usted diligencias administrativas, cerciórese de lo que dice, y, si es cierto que Otamendi miente, denúnciele en el juzgado y sea implacable. O meta en la cárcel al funcionario torturador. Le seguiremos en ambos casos. Pero, ¿un "manual de ETA"? Eso no prueba nada. Prueba que ETA ha adoptado el camino fascistizante, etc. Pero el caso es concreto. Hablemos de él.

Hay cosas más sutiles (aparentemente toscas, pero sólo aparentemente) que se trasuntan en las conversaciones entre nosotros, la gente corriente. Esto es una "guerra secreta", se dice. Partiendo de ese axioma, todos son culpables: ETA y el PP. No hay un régimen democrático perfectible que defender (Estatuto y Constitución). Nada cuenta mucho, no hay valores democráticos en nuestra sociedad ni en el ordenamiento que nos hemos dado. Todo es relativo. Y todo se reduce a meras "campañas orquestadas" por el Ministerio de Interior, propaganda de la que todos somos víctimas. O, también: lo que se "persigue" es el euskera (Martxelo es santo varón del gremio, ya descubierto en su día por Matías Mújica en su Libelo), "nuestro idioma" vive una situación agónica (¿Atxaga dixit?) y todo forma parte de esa campaña por yugularlo. Eso circula entre la gente corriente.

Joseba Arregi dice que de Irlanda estamos imitando las comunidades inconexas antes que las soluciones. Es probable. Por eso, se agradece que Ramón Saizarbitoria, Ibon Sarasola o Lourdes Oñederra no hayan entrado en esta diarrea de proclamas de parte o de secta que padece un grupito de escritores (y que podrían ser suscritas en su literalidad por Pedro Ugarte, Antonio Altarriba, Espido Freire o Fernando Marías, por decir algunos vascos castellano-escritores), grupo que aspira a erigirse en portavoz de lo euskaldun.

Todo esto enturbia la cultura democrática, la sociedad abierta. Y, hoy por hoy, impide un debate franco sobre los malos usos en las comisarías y la denuncia de torturas concretas y demostrables. Es algo que, más allá de ETA, perjudica seriamente la salud democrática.

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