Hilachas
Lehendakari Jauna: Le supongo puntualmente enterado de lo que nos está pasando, a pesar de que en ocasiones me asalte la duda de si no estará usted sucumbiendo al conocido como síndrome de La Moncloa -en su versión vasca convendríamos en denominarlo síndrome de Ajuria Enea-, que provoca en los gobernantes una invencible tendencia al despotismo ilustrado. Ya sabe a lo que me refiero: eso de gobernar en nombre de un pueblo abstracto, aunque el pueblo concreto no se muestre precisamente feliz con su gobierno. "Están gritando ahí afuera", dicen que dijo alguno de los selectos participantes en aquella cumbre de la Organización Mundial del Comercio en Sea-ttle cuando, a sus puertas, miles de personas se manifestaban contra la globalización neoliberal. Esta parece ser la amenaza que acecha, más temprano que tarde, a todo gobernante: la incapacidad para concebir, siquiera, la posibilidad de que alguien pueda gritar ahí afuera. Tengo para mí que el citado síndrome tiene mucho que ver con la conformación de un círculo de consejeros estratégicos que actúa como fibra impermeabilizadora, como una suerte de goretex político: facilita sobremanera la salida hacia el exterior de las propuestas del gobernante, a la vez que impide que a este le llegue cualquier producto (léase queja, grito, demanda, advertencia, súplica, crítica, rediós) proveniente del exterior si no es tamizado por el ojo interesado y calculador del cortesano.
Notará usted que en la calle hay ruido. Mucho ruido. No haga caso a quienes pretenden quitar hierro al asunto reconduciendo la protesta al confortable terreno del cálculo político. Es lo que otros han pretendido hacer con las manifestaciones contra la guerra ("izquierdistas resentidos manipulados por los comunistas") o con las movilizaciones de Nunca mais ("radicales nacionalistas incapaces de ganar en las urnas"). No se deje seducir por este tipo de falsas, aunque tranquilizadoras, explicaciones. Están gritando ahí afuera, y aunque el grito, en su fondo o en su forma, pueda en muchas ocasiones ser discutido, lo que no puede ser es ignorado.
¿De verdad cree usted que la urgencia de este país pasa por contrastar su voluntad con plan de autogobierno ninguno, por más legítimo que el mismo sea? Nada, ni siquiera la preocupante situación generada por el cierre de Egunkaria, justifica el agonismo con el que usted y los suyos están actuando. Nuestro país se encuentra en estado de emergencia, sí, pero tal emergencia tiene muy poco que ver con la hipótesis de un autogobierno en peligro. Lo que hoy y aquí está en crisis es algo previo a cualquier construcción política. Hace tiempo ya que, a falta de paz y de normalización política, contábamos al menos con una sociedad razonablemente sólida. Su solidez tenía dos pilares fundamentales: el primero y el más básico, un espacio de compasión compartido; el Estatuto de Gernika, auténtica patria de los vascos de este cambio de siglo, era el segundo. De esa sociedad hoy no nos queda otra cosa que no sean sus hilachas: residuos de sociedad, fragmentos de un vínculo ciudadano otrora consistente, restos de lo que hasta ayer mismo era un cuerpo social que luchaba por mantenerse saludable a pesar de la peste de la violencia. ¿De verdad cree que sobre esta base puede edificarse nada?
Los que gritan ahí afuera no son sus enemigos. Son, simplemente, las víctimas del derrumbe de aquellos dos pilares que, en los malos tiempos, nos guarnecían a todos. No busque tras la protesta segundas o terceras intenciones. ¿Que puede haberlas? Nunca hay veta sin ganga, pero lo que está en juego (la posibilidad misma de configurar un "nosotros" plural) es demasiado importante.
No mire a sus críticos como enemigos: mírelos, si así lo prefiere, como bufones. Son el contraste imprescindible frente a tanto cortesano. Le recuerdan, con mejor o peor fortuna, que también usted es pueblo, que también usted es polvo. Y que este pueblo está cada vez más hecho polvo.
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