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Columna
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Las horas

En la película Las horas, además de la homosexualidad, y precisamente por eso, otro de los motivos que desencadenan las tragedias es un tema que hemos podido leer en artículos de prensa en recientes fechas: el tema del esclavo. Siento no haber podido leer el libro de Gómez Pin porque me cuesta creer que el esclavo hace a los señores como rosquillas, uno detrás de otro, para poder rebelarse. No creo que sea tan fácil. En Las horas hay quién se rebela o escapa con mucho esfuerzo, o incluso con la muerte; y quién está tan contento con sus circunstancias que no se le pasa por la imaginación la menor duda, como le pasa al marido de Laura Brown. Ella no llega a suicidarse; se rebela escapando de lo que le aprisiona largándose. Y en este caso los "señores" no son sólo su marido y su hijo, con quienes siempre tendría que esconder su homosexualidad, sino también su vergonzosa torpeza culinaria que, aunque ahora parezca ridículo, en aquellos momentos es todo un símbolo de la esclavitud social que le atormenta.

Clarisa Vaugham parece feliz con sus flores y otros detalles cotidianos, hasta que se queja a quien había sido amante del escritor: "Tú te fuiste, le dijo, y yo me quedé a cuidarlo". En ese momento se entera el espectador de sus sentimientos, y a partir de entonces ya no hay motivo de rebelión porque se acaba la esclavitud y la tragedia. Corren tiempos modernos, claro.

La historia de Virginia Woolf, la verdadera protagonista, está protegida por un misterio romántico. Está lo suficientemente sana como para terminar Mrs. Dalloway, que no es ninguna tontería, y lo suficientemente enferma como para suicidarse sin un motivo importante y justificado: parece que no puede resistir más la tranquila vida rural ni tampoco dañar a su magnífico marido que no se considera esclavo sino sólo enamorado. El resto de sus conflictos hay que buscarlos en las mujeres de las otras dos historias. Bien pensado, la idea es buena, pero como el cine condensa lo escrito, ese suicidio tan presente siempre, desde el principio al fin, nos deja a las mujeres -me imagino que los hombres se identificarán menos- hechas polvo. Afortunadamente, la magnífica interpretación de las tres mujeres lo compensa con creces.

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