_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Las horas

En la película Las horas, además de la homosexualidad, y precisamente por eso, otro de los motivos que desencadenan las tragedias es un tema que hemos podido leer en artículos de prensa en recientes fechas: el tema del esclavo. Siento no haber podido leer el libro de Gómez Pin porque me cuesta creer que el esclavo hace a los señores como rosquillas, uno detrás de otro, para poder rebelarse. No creo que sea tan fácil. En Las horas hay quién se rebela o escapa con mucho esfuerzo, o incluso con la muerte; y quién está tan contento con sus circunstancias que no se le pasa por la imaginación la menor duda, como le pasa al marido de Laura Brown. Ella no llega a suicidarse; se rebela escapando de lo que le aprisiona largándose. Y en este caso los "señores" no son sólo su marido y su hijo, con quienes siempre tendría que esconder su homosexualidad, sino también su vergonzosa torpeza culinaria que, aunque ahora parezca ridículo, en aquellos momentos es todo un símbolo de la esclavitud social que le atormenta.

Clarisa Vaugham parece feliz con sus flores y otros detalles cotidianos, hasta que se queja a quien había sido amante del escritor: "Tú te fuiste, le dijo, y yo me quedé a cuidarlo". En ese momento se entera el espectador de sus sentimientos, y a partir de entonces ya no hay motivo de rebelión porque se acaba la esclavitud y la tragedia. Corren tiempos modernos, claro.

La historia de Virginia Woolf, la verdadera protagonista, está protegida por un misterio romántico. Está lo suficientemente sana como para terminar Mrs. Dalloway, que no es ninguna tontería, y lo suficientemente enferma como para suicidarse sin un motivo importante y justificado: parece que no puede resistir más la tranquila vida rural ni tampoco dañar a su magnífico marido que no se considera esclavo sino sólo enamorado. El resto de sus conflictos hay que buscarlos en las mujeres de las otras dos historias. Bien pensado, la idea es buena, pero como el cine condensa lo escrito, ese suicidio tan presente siempre, desde el principio al fin, nos deja a las mujeres -me imagino que los hombres se identificarán menos- hechas polvo. Afortunadamente, la magnífica interpretación de las tres mujeres lo compensa con creces.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_