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Columna
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'Hogei urte eta gero hau!'

Absortos en el cierre de Egunkaria, ese ataque al euskara y la cultura vasca, o preocupados por cuándo se le va a ocurrir a Bush atacar Irak, núcleo del maligno eje del mal, resuelta la grave posibilidad de que Ainhoa nos representara como española en Eurovisión, porque no le votó para eso ni el apuntador, y perdida la importancia del chapapote, habría que pensar un poco en las elecciones municipales y quién se va a atrever a presentarse por los partidos constitucionalistas, sobre todo en los pueblos.

Sería el momento de recordar que, desde el asesinato de Gregorio Ordóñez, 15 políticos del PP y UPN y nueve del PSOE han sido abatidos y otros muchos se han salvado por las medidas de seguridad que han acabado teniendo, alguno tras pasar por el hospital. Para colmo, el panorama político y social recuerda bastante a las elecciones de la época de Franco, aquellas cuajadas de limitaciones -las del tercio familiar en las municipales, o las sindicales, sazonadas por el miedo-, en las que quien se presentaba sabía que no eran democráticas, que no existía igualdad, pero se acudía a ellas con la esperanza de abrir parcelas de libertad aunque se le acusara, no sin razón, de que su presencia legitimaba aquel orden de cosas impuesto por la dictadura. Ahora, con autonomía, Concierto y policía vasca, de lo que se trata es de defender la libertad, pero el miedo es mucho mayor. Hogei urte eta gero hau!

Ante el desprecio, si no el odio, por parte de los nacionalistas, hace falta mucho valor o mucha inconsciencia para que alguien vaya de concejal en una candidatura constitucionalista. Supongo que saben a qué se enfrentan: a acabar en una lista de ETA como posible objetivo hasta que ésta desaparezca, a vivir escoltado y sostener una serie de medidas de seguridad que afectan a todos los aspectos de su vida, del familiar al profesional, y a un aislamiento social que posiblemente sea lo más duro de la nueva situación. Presentarse es por ello un gesto realmente virtuoso, máxime si tenemos en cuenta que la democracia que surgió de la Transición puso en valor algunas cuestiones, como la sacralizada del consenso, pero poco se preocupó de la necesaria virtud del ciudadano para defenderla. La democracia no se coge de un estante de un supermercado, como creen muchos militantes de la antiglobalización, requiere hasta morir por ella.

Después de haber atravesado un largo trecho en el que hemos visto a políticos enriquecerse bajo el honor que le entregaba la república, ciertas dosis de virtud no vienen mal. Y aunque las listas se rellenen con paracaidistas, para regocijo de los inmisericordes, realmente es la presencia de esas personas la que posibilita que el sistema perdure, que se puedan hacer las elecciones, salvo escalada brutal de atentados contra ellas, y que la misma autonomía pueda persistir. De no ser por su sacrificio, las apariencias de igualdad y libertad en las futuras elecciones desaparecerían, los comicios serían suspendidos en el País Vasco y ello sería la antesala de la suspensión de la autonomía.

Suena mal decirlo, y resulta a estas alturas escandaloso, que haya gente dispuesta a asumir enormes riesgos no por Euskal Herria, ni el euskara, ni el socialismo versión abertzale, sino simplemente por la democracia, la igualdad y la libertad. Hasta en la muerte hay desigualdad. Los nacionalistas que mueren poniendo una bomba tienen honras de héroes en algún ayuntamiento, los otros, hasta hace muy poco, morían para que Ibarretxe sobre el ataúd dijera que hay que dialogar. Quizás haya pasado eso hasta hace bien poco porque nadie había querido enseñar la grandeza de la democracia. Para los partidos, era el sistema que les posibilitaba acceder al poder sin necesidad de una guerra; para muchos listos, el hacerse ricos sin hincarla, y, para vergüenza de todos ellos, hay gente que, sin habérsele enseñado nada sobre ella ni en la escuela ni en el partido, cree en la importancia de la democracia y piensa que puede apuntalarla presentándose en una situación nada igualitaria y poco democrática para un sufrido puesto de concejal.

Lo fácil sería denunciar la falta de condiciones para que se suspendieran las municipales en Euskadi. Es cierto que nunca se dan las condiciones ideales, pero lo que pasa aquí ronda la opresión de una dictadura o de una democracia bananera. Y a pesar de ello, los que históricamente han luchado por la igualdad y la libertad, a poco que se les permitiera participar en procesos electorales y por muchas cartas marcadas que existieran en la partida, lo han hecho. Que sean los totalitarios quienes impidan las elecciones, no los demócratas.

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