El Málaga explota la endeble defensa del Athletic

El Málaga toma aire. Su irregular trayectoria encontró ayer un impulso valioso, pero propiciado en buena parte por la endeblez defensiva del Athletic, que, pese a alinear a tres centrales, se vio desbordado de modo alarmante para su técnico, Jupp Heynckes, porque el equipo es ya uno de los más goleados de la competición.

Acuciados por una necesidad imperiosa de puntos, el Málaga y el Athletic plantearon en La Rosaleda un pulso igualado, con actitud ambiciosa y con cierto buen gusto futbolístico que deparó una primera parte de ida y vuelta, con oportunidades meridianas en las dos porterías.

Pero resulta imposible sostener un mano a mano cuando se hacen tantas concesiones en la defensa. Lo malo es que el Athlétic tampoco mejoró cuando su entrenador modificó el equipo, aún con el 1-0, y reforzó el centro del campo con Guerrero, pues desde ese momento no volvió a dar señales de vida por el área de Contreras. En parte, porque quedó mucho más expuesto atrás.

Los dos goles de Manu son para sacar los colores a cualquier defensa. El primero (2-0), porque se limitó a rematar un balón que Larrazabal no acertó a controlar cuando le cayó con toda la ventaja del mundo al borde del área. Y y el segundo (3-0), porque vino precedido de tres rechaces en el área pequeña de Aranzubia.

Pero los fallos de los defensas no son el problema primordial. El naufragio del Athletic comenzó a fraguarse en los espacios que concedió al centro del campo del Málaga, en el que Sandro maniobró con inexplicable comodidad.

El Málaga, en cambio, ató muy bien a los hombres más creativos del Athletic, a los que impidió que surtieran de balones a Urzaiz, un jugador muy temido en La Rosaleda por sus anteriores actuaciones. Nadie en Málaga se fía del Athletic, que suele ganar en los últimos minutos y hace dos años remontando incluso un 3-1. Pero ayer no tuvo ningún poder de reacción.

Aún tuvo el Athletic alguna opción con el 1-0, pero luego recibió cada gol como un mazazo definitivo que lo dejó atontado y a riesgo incluso de acabar encajando una goleada más escandalosa. Nunca se pertrechó, pero tampoco tuvo armazón para resistir el pulso abierto en el que quiso convertir el partido.