Aguilera pone a volar al Atlético
Un insólito cabezazo del capitán rojiblanco tumba al Valencia en Mestalla
El fútbol, a veces, se deja llevar por sus cosas. Se vuelve loco y toma decisiones que no entiende nadie, casi caprichos, excentricidades. Y resuelve marcadores de la manera más rara. Eso ocurrió ayer en Mestalla, de donde el Atlético se llevó tres puntos muy peculiares. No los conquistó cuando los merecía, sino mucho después, precisamente cuando más bien el duelo se le iba de las manos. Y lo hizo por el camino más inesperado, con un cabezazo imposible por partida doble: lo firmó Aguilera, nunca llamado para esta suerte, y desde el corazón de la mismísima defensa del Valencia, toda una autoridad en esas lides.
Y eso que el Atlético sí alcanzó el descanso convencido de tener cerca el partido, al menos gobernado. Lo había ido conquistando metro a metro, a golpe de oficio y posesión, viajando progresivamente de menos a más. El Valencia, en cambio, no se encontraba a sí mismo. No tenía la pelota y tampoco sabía cómo recuperarla, su viejo punto fuerte. Ni uno ni otro fabricaron ocasiones como para llegar a la segunda mitad con el marcador de su lado, pero la pinta era rojiblanca.
VALENCIA 0 - ATLÉTICO 1
Valencia: Cañizares; Réveillère, Ayala, Marchena, Ayala, Carboni; Angulo (Sánchez, m. 80), De Los Santos (Carew, m. 75), Baraja, Vicente (Kily González, m. 65); Aimar; y Mista.
Atlético: Esteban; Contra, Coloccini, Hibic, Sergi; Emerson, Albertini (Movilla, m. 82); Aguilera, Jorge (Correa, m. 68), Stankovic (Dani, m. 66); y José Mari.
Goles: 0-1. M. 73. Córner lanzado desde la derecha por Albertini que cabecea a gol, en el primer palo, Aguilera.
Árbitro: Medina. Amonestó a Albertini, Baraja, Carboni, Sergi, Angulo, Stankovic,
Unos 45.000 espectadores en el estadio de Mestallla.
Salvo en los metros finales, en los de verdad, el Atlético cuajó en esa fase una actuación sobresaliente. Atrevido en su planteamiento, alejando la línea de su propia área, asumiendo la posesión y negándole al Valencia el factor campo y clasificatorio. Muy solvente por atrás, la zona en la que Coloccini crece y crece día a día, rápido, seguro y contudente. Y muy mandón en el centro del campo, con Albertini y Emerson pasándose autoritariamente el partido de una pierna a otra, dominando la situación y la pelota, agarrando de la solapa el territorio donde habitualmente se deciden los resultados. Pero a esa cara saludable rojiblanca le faltó veneno por delante. La voluntad de José Mari, infatigable en la pelea con los centrales del Valencia, era en el fondo nada, muy poquito para traducirse en ocasiones. Aguilera y Stankovic, aunque correctos, no llenaban tampoco de vértigo sus costados. Y así, pese a su gobierno de la pelota y de la reunión, el Atlético no daba para ir mucho más allá. Le faltaba el gol y sus cercanías, porque ni lo rondaba. Le faltaba Fernando Torres, en suma, el condimento atlético necesario en todas las situaciones posibles. También en ésta.
El Valencia tenía más munición para generar peligro verdadero. Pero los tipos con calidad y desequilibrio suficiente para poner patas arriba cualquier defensa, conectaban poco. Vicente enseñó dos carreras a toda pastilla por su banda, Baraja surtió media docena de sus pases letales y Aimar asomó su talento en un par de ocasiones. Pero más bien pasaron inadvertidos en el primer periodo, candados por el planteamiento del Atlético y también por decisión propia, por la alineación que arrojó Benítez sobre el tapete. Tal vez Carew -como demostró luego, cuando ya era tarde-, habría dado más problemas a los centrales rojiblancos, tal vez. Pero pesó sobre todo la ausencia de Albelda, la presencia de De los Santos: algo aparentemente tan insignificante, encerró en el fondo todos los secretos del partido.
De los Santos falló en la circulación y, sobre todo, en la recuperación. Llegaba tarde a todos los balones y, demasiado obsesionado con la vigilancia de Jorge en la zona de entrelíneas, le regalaba el paraíso a Albertini y Emerson para que camparan a sus anchas por el centro del campo de Mestalla, los metros por los que principalmente se desarrolló la contienda.
Con el Valencia sin el control de la situación y muy incómodo, y con el Atlético al volante, pero sin caminos convencionales por donde llegar hasta el gol, vacío en la delantera, el partido parecía a expensas de las acciones a balón parado. En el campo estaba Stankovic, y eso siempre son palabras mayores en esa suerte. También Albertini. Pero los experimentos de laboratorios, aunque sofisticados, tampoco consiguieron arañarle excesivos sustos a Cañizares. Casi al contrario, fue Esteban el que peor lo pasó. Porque los ataques del Valencia, aunque menores en cantidad, eran verdaderos zarpazos.
No movió el banquillo Benítez en la reanudación, pero la cara del Valencia sí fue otra. Fue un lavado de actitud más que nada. Respondió a los obstáculos que le tenía ya pintados el partido a golpe de determinación y arrojo. Y así, donde De los Santos no llegaba antes a nada, después lo alcanzaba todo, donde el Atlético dormía plácidamente la pelota sin oposición del rival, ahora se la quitaban a gorrazos, sí o sí. Hubo una variación anímica, por tanto, y también táctica: Angulo jugó más como segundo delantero que como volante derecho, terreno que asumió el lateral Réveillère y al Atlético le aumentaron las complicaciones. Aimar ganaba presencia y el Atlético se descompensaba por su banda izquierda, en la que Sergi se desgañitaba y Stankovic, ya con cinco carreras a sus espaldas, no sumaba. Las ocasiones comenzaron a caer y Esteban, seguro unas veces y nervioso otras, lo pasó mal.
Al mismo tiempo casi Benítez trataba de dar oxígeno a su equipo con Kily por Vicente, Luis Aragonés intentó tapar la sangría del suyo retirando a Stankovic y dejando volar a Dani, poca cosa en los asuntos defensivos pero una amenaza al contragolpe. Una especie de aviso al Valencia, algo así como 'para de atacar que te la jugamos'. Pero Aimar ya estaba despierto, Emerson y Albertini no encontraban tantas ventas ventajas para amordazarle, y el Valencia estaba decidido a venirse arriba.
Y así, toda la buena pinta de la primera mitad para los rojiblancos, se volvieron malos augurios en la segunda. El Atlético entregó metros y la pelota, justo los dos conceptos que le habían reportado tanta salud en el primer tramo. A cambio, eso sí, ganó que al fin sus ataques aparentaran al menos carga de peligro. Con más espacios, el riesgo que asumió el Valencia con su mejor actitud, la contienda se antojaba también expuesta a los efectos de una contra.
No fue así, en un contragolpe, pero al Atlético sí se le reabrió finalmente el partido cuando peor le pintaba, y esta vez además de par en par. Ocurrió a balón parado, pero por los cauces más inesperados, casi insólitos. No es que el centro no partiera de Stankovic, que ya no estaba sobre el césped, porque Albertini también es un especialista en estos asuntos. Lo verdaderamente raro es que el remate de cabeza lo protagonizara Aguilera. Ya metió un gol de cabeza este año en la Copa, el primero de su carrera, pero ante el Xerez. Ayer fue frente al Valencia, una garantía hasta hace dos días.
Lo demás fue los intentos desesperados del Atlético por no dejarse empatar y los agónicos del Valencia, con tiro al palo incluido, por conseguirlo. Pero el marcador ya no se movió más.
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