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Columna
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Guerreras

José Luis Ferris

Marzo nos trae, como preludio primaveral, la semana de la mujer trabajadora. Y me parece bien. Aunque debo matizar que el 8 de marzo debería de ser, sin excepción alguna, el día de todas las mujeres. Lo digo pensando de manera especial en esos 5 millones de "amas de casa" que, sin salir de nuestras fronteras y mal que le pese a tanto machito autosuficiente y engolado, son las jornaleras sin papeles de este país nuestro.

Sin ningún máster que las avale, ellas tienen que desarrollar principios de economía y administración, educar a sus vástagos, alimentarlos con los nutrientes precisos, acometer las tareas de intendencia, higiene y sanidad, transformar la materia prima en consumibles elaborados, atender las relaciones externas asumiendo incluso los gastos de representación. Y todo sin exigir reducción de horario y sin un mísero contrato eventual o indefinido, una mínima cotización a la seguridad social que les garantice y reconozca la antigüedad por los servicios prestados. Su condición de asalariadas sin salario no entra siquiera en los estudios de población activa, pasando a ser, por pura exclusión, trabajadoras que ni producen ni existen.

En los últimos 30 años, muchas mujeres han cambiado la exclusividad de esas tareas domésticas por un salto cuantitativo al mercado laboral. Ya no requieren de un permiso escrito de sus cónyuges para acceder a un puesto de trabajo. Han adquirido una valiosa independencia económica, lo sé. Pero jamás podremos hablar de integración mientras en las cifras del INEM sigan ocupando las dos terceras partes de parados sin recursos o en los hogares tengan que seguir asumiendo en solitario, tras 8 horas de intensa jornada, el papel de trabajadoras legalmente ilegales. La solución, como apuntaba estos días Mª José Frau, vicerrectora de la Universidad de Alicante, quizá consista en lograr que, tras ese salto femenino de lo privado a lo público, el varón se decida a hacer lo propio desde lo público a lo privado. Puede que alguna vez el hogar sea también el reposo de la guerrera. Sólo entonces los encuentros íntimos con el apuesto esposo volverán a tener el sabor perdido de las grandes hazañas.

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