Terror en Filipinas
Filipinas sufre un grave e irresuelto problema de terrorismo, protagonizado al menos por cuatro grupos cuyo denominador común es el separatismo islámico en el sur de un país mayoritariamente católico. En este panorama se inscribe el atentado de ayer en el aeropuerto de Davao, en la isla meridional de Mindanao, en el que han muerto una veintena de personas y más de un centenar resultaron heridas por la explosión de una bomba todavía no reivindicada.
Incapaz por sus propios medios de combatir el polifacético terror islamista, el Ejército filipino ha vuelto a recurrir a EE UU, cuyas fuerzas especiales regresarán al archipiélago asiático si fructifican las negociaciones para su despliegue. Filipinas es uno de los países a los que Washington presta atención preferente en su cruzada global contra el terrorismo fundamentalista, pero su Constitución prohíbe el combate de tropas extranjeras en su territorio. Washington y Manila, que se han venido refugiando en el eufemismo del asesoramiento militar, negocian ahora unas reglas de actuación mucho más agresivas para la actuación de los 1.700 soldados estadounidenses que serían enviados a la isla de Jolo con la misión de intentar destruir al grupo de Abu Sayyaf, especialmente activo en la región.
La lucha contra el terrorismo islamista no ha dado muchos resultados en Filipinas, una de las democracias más débiles de Asia, donde se suceden los gobiernos inestables y los rebeldes sureños se benefician de la doble circunstancia de una población que frecuentemente les apoya y una jungla que favorece su ocultamiento. No está siendo diferente con la presidenta Gloria Macapagal, que no se presentará a la reelección el año próximo y cuya falta de sintonía con las fuerzas armadas la ha convertido prematuramente en irrelevante.
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