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DON DE GENTES.
Columna
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Fiebre del sábado noche

Elvira Lindo

SOY UNA MUJER FÁCIL. Soy como ese chucho sin amo que te sigue hasta el portal de tu casa. Soy, en suma, una mujer abierta. Por ejemplo, un ejemplo, se fue mi santo de viaje -muchos lectores pensarán: huy, huy, huy, ¿no son demasiados viajes para un solo santo?- y yo me quedé en mi humilde mansión, imaginándome un fin de semana saludable y cultural: tiempo para la lectura (antes que escritora, soy lectora), deberes de francés, manifestación de turno, ensaladas con soja para aumentar mis estrógenos y charla con mis suegros que están en Roquetas y me llaman y yo les cuento que estoy solita haciendo deberes, leyendo La lista negra: los espías nazis protegidos por Franco y la Iglesia (dicho libro me recuerda a mi santito ausente), y comiendo soja y ellos piensan que soy esa nuera con la que siempre soñaron; y luego llama mi padre y yo le cuento que estoy abandonadita y me dice que para consolarme me va a leer una poesía que ha hecho y yo le digo, bueno, y antes de leérmela me explica que dicha poesía trata de un transplante de corazón con el mérito de que no ha usado ni la palabra corazón ni la palabra transplante. Y la lee, y es cierto, te lo juro. Y yo le digo, papá, mola mazo, y le digo que por qué no escribe unas cuantas más de temática quirúrgica y las presenta al premio Loewe, y él me dice que no se presenta a un premio si no lo tiene ganado de antemano, que para eso sigue jugando a los ciegos. Y ahí le doy la razón. Piensa como los grandes poetas.

Por lo pronto, para no sucumbir en la cultura, que tampoco es plan, cerré el libro del cual sólo llevaba la dedicatoria, y empecé por pintarme las uñas de los pies, que es una actividad con la que no le hago daño a nadie, y me puse con los dedos separados por algodones como Lolita (pero en franca decadencia). Elegí el color negro por ser ad hoc para la manifestación Chapapote. Y en éstas estaba, cuando me dije a mí misma: ¿es esto lo que esperan mis lectores de mí, que esté en casa mientras la realidad vibrante palpita tras los ventanales? Y antes de acabar esta interminable pregunta ya me había puesto mi abrigazo Benarroch, los tacones, y el rímel y me había tirado a la calle. Me fui al teatro yo solita. Anda que necesito yo a nadie que me saque. Confesiones de mujeres de treinta, ya te digo. Ahí en el escenario, tres mujeres bandera, la Alonso, la Pujalte y la Solivellas, y el teatro hasta arriba y la gente partiéndose. Y al terminar la función, voy y me digo: felicito a las cómicas y me voy a casita con mi libro, mis deberes y mi ensalada de soja. Pero como soy mujer fácil agarré del bracete a mi Anabel y me di un paseo que acabó a las seis de la mañana. Como te cuento. Una noche de Fellini, tipo la Dolce Vita. Todos los freaks nos salían al paso. Ustedes no saben lo que es ir una noche de sábado por la Gran Vía con una estrella de la tele. Es que no puede una avanzar. Nos paraban estudiantes de la ESO: "¡Anabel, tía, cómo molas; Anabel, fírmame en el brazo, ¿eres tan enrollá como parece?; Anabel, has adelgazao; Anabel, ¿esa tía que va contigo es tu hermana?; Anabel, tómate algo con nosotros, no seas borde". Nos paraba la policía: "Anabel, ¿te llevamos a algún sitio?; Anabel, vivan las mujeres de treinta". Incluso en el pub del Diego ligamos (bueno, ligó ella, porque yo era como esa amiga que va de vela) con dos periquitos y nos invitaron a cócteles y nos apuntaron su teléfono en los posavasos. O sea, superantiguo de la muerte. Y salimos del bar, y seguimos con encuentros. Vimos a la drag japonesa que antaño cantaba la canción del abuelito de Heidi en el Gula, Gula y que ahora anda durmiendo en la estación de Atocha. Y Anabel, mujer de corazón inmenso, le dio una pingüe cantidad para una pensión, y la japonesita/o dijo que mejor se iba a una sauna que se está más acompañado, "y uno dice, polla grande sí, polla pequeña no" (palabras textuales). Y Anabel le dijo: "Tú eres un poco perrillo, cariño", y esa joya del Japón se perdió por Chueca tarareando lo de Heidi y buscando saunas. Y a eso de las seis de la mañana, cuando las chinas de la Gran Vía ya habían vendido toda la mercancía, Anabel y yo pensamos: "Somos superamigas". Sé que ella lo pensó porque hay pensamientos que tienen su aura y que se ven. Estuvimos en un tris de tomar café con churros, pero renunciamos porque después del fumeteo y el bebeteo el café deja un aliento muy desagradable y antes que golfas somos mujeres con sensibilidad, y nos retiramos cada cual con nuestro perro de compañía. Ella con Lucas, yo con Chiquitín.

Me acuerdo de lo rápido que me recuperaba yo in illo témpore de una noche golfa. Y sin vitamina B, como la Thatcher. Qué perrilla la Thatcher. Pero ahora me quedo desaparramada dos días en el sofá esperando que llamen mi suegros desde Roquetas; mi padre desde el bar Azul y Oro, donde escribe sus poesías emulando a José Hierro, y mi santo viajero, que me deja sola, empujándome, a la postre, a la vida bohemia. Él tiene la culpa de que me quedara con las uñas de negro chapapote y sin fuerzas ni para manifestarme. Me ha dicho que vuelve a casa y me ha prometido que me va a hacer de vigilante-jurado. Y qué quieres, la idea me sugiere unas cuantas prácticas aberrantes que no os voy a contar, morbosillos.

Cati Solivellas, entre María Pujalte (izquierda) y Anabel Alonso, en <b><i>Confesiones de mujeres de treinta.</b></i>
Cati Solivellas, entre María Pujalte (izquierda) y Anabel Alonso, en Confesiones de mujeres de treinta.SANTI BURGOS

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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