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Columna
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Por atún y a ver al duque

No acabo yo de encontrar la relación entre la paella y el Plan Hidrológico Nacional, y eso que llevo varios días dándole vueltas al asunto. El que deba alentarse una manifestación ofreciendo un plato de paella a todo el que se presente el domingo en Valencia, no termina de convencerme. Aunque no es probable que alguien secunde a la convocatoria con el único fin de comerse un plato de arroz, el riesgo de que las paellas devoren el sentido de la manifestación no es desdeñable. De hecho, durante estos días pasados, nuestro plato regional ha cobrado tanto protagonismo como el agua del Ebro, y cuando uno escuchaba en la radio los anuncios que llamaban a manifestarse, no tenía muy claro si lo importante era el arroz o la defensa del trasvase. Esto es lo que sucede cuando un tema tan serio como el agua se utiliza como cepillo electoral: sobreviene una desconfianza inevitable.

Durante los últimos meses, los empresarios valencianos no han dejado de manifestar que el Plan Hidrológico Nacional es indispensable para el desarrollo de la Comunidad Valenciana. Es una afirmación con la que estamos de acuerdo. Nuestros empresarios la han repetido cuantas veces han tenido ocasión y allá donde se presentaba. En este asunto, su ánimo no ha decaído un solo momento. Pero también es necesaria la investigación y el desarrollo de las nuevas tecnologías, y, sin embargo, jamás hemos visto a nuestros empresarios abrir la boca sobre estos asuntos. Y ello, pese a que somos, junto con Irlanda, el país de Europa que menos gasta en investigar. Por eso no me explico su obsesiva insistencia sobre el agua, salvo que ésta tenga, en la Comunidad Valenciana, un valor añadido muy superior a la investigación. O tal vez porque, en un futuro, nuestras industrias deban alimentarse con energía hidráulica, dado el servicio que ofrece Iberdrola.

Días atrás, Muñoz Grau denunciaba, en este periódico, la ampliación de los regadíos en Murcia, ante la perspectiva del Plan Hidrológico Nacional. Al presidente de aquella comunidad, Ramón Luis Valcárcel, yo le he escuchado unas soflamas muy bien construidas en defensa del Plan Hidrológico. Sin embargo, no le he oído una sola palabra desmintiendo las denuncias de Muñoz Grau, ni las que, desde hace meses, vienen formulando diversos grupos ecologistas por el mismo motivo. Si Valcárcel mostrara la misma contundencia en controlar los nuevos regadíos en su región que despliega en pedir agua, resultaría más fácil confiar en sus proclamas. De esta manera, su conducta nos obliga a interrogarnos sobre el fin último del agua.

Cuál será el destino final del agua es la pregunta que, hoy por hoy, nadie quiere contestar. Sin embargo, tan importante como que llegue el agua es saber qué se piensa hacer con ella. Si sumásemos las peticiones que el domingo se reunirán en Valencia, quizá descubriríamos que con el caudal del Ebro no bastaba. Pero, dado que el ruido de la política se escucha hoy con más fuerza que los argumentos de los expertos, es improbable que lleguemos a ninguna parte. De cualquier modo, no estará de más recordar las palabras del presidente de la patronal alicantina cuando, en un gesto de sinceridad, afirmó, semanas atrás, que los campos de golf resultan más rentables que los dedicados a la agricultura. Y si a los campos de golf les añade usted un embalse para recreo náutico, mucho más.

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