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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Revuelta contra Blair

El voto de ayer en los Comunes a propósito de la guerra de Irak es una nueva y seria advertencia al primer ministro Tony Blair de cómo se debilita la sintonía, en otro tiempo elevada, entre sus decisiones políticas y lo que espera la mayoría de sus conciudadanos y sus representantes políticos. Aunque la moción del Gobierno consiguió una holgada mayoría, más de una cuarta parte de los parlamentarios laboristas apoyó, en abierto gesto de rebelión, una enmienda que declara no probada la necesidad de atacar Bagdad. Y ello pese a que el Gabinete había puesto a debate un texto redactado con guantes de seda en el que no se mencionaba explícitamente la guerra.

Aunque no comprometa formalmente en nada al primer ministro, el preaviso es significativo. Westminster es un altavoz mundial y lo escuchado allí, eco fiel de algunos de los argumentos en conflicto en el Consejo de Seguridad, obligará a Blair a caminar con pies de plomo en sus próximos movimientos respecto a Irak. El enconado debate parlamentario, además, provee de nueva munición a muchos ciudadanos contra un líder que nada contra la corriente popular.

Los últimos días han sido aciagos para el líder laborista. Tras la mayor manifestación celebrada en Londres contra la guerra, el 55% de los británicos desaprueba su trabajo, según los últimos sondeos. La decisión de Bush de buscar, contra su instinto, una nueva resolución del Consejo de Seguridad se debe en buena medida al deseo de echar un cable a su aliado incondicional de primera hora, acosado en el frente interior hasta extremos impensables.

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Blair cree que recobrará a su opinión pública si la ONU aprueba una segunda resolución contra Sadam Husein, algo que además de cuestionable es una maniobra arriesgada para la Casa Blanca tras la eclosión que capitanea Chirac, jaleado ayer en el Parlamento francés. Washington y Londres, cautelosamente, han decidido no precipitarse y dar tiempo antes de la votación de su resolución, en la confianza de que podrán modificar la voluntad de algunos miembros del Consejo ahora renuentes o que una nueva torpeza del dictador iraquí, quizá su negativa a destruir los misiles Al Samud, les provea de los argumentos técnicos necesarios. Hans Blix avivaba anoche el fuego al declarar que Bagdad sigue sin adoptar la decisión fundamental de desarmarse.

El premier británico, que viajará hoy a Madrid para departir con Aznar, el otro miembro del tridente, ha ido retrocediendo en sus planteamientos monolíticos de primera hora hacia otros más morales, a medida que la posesión por Bagdad de armas de destrucción masiva se ha ido haciendo menos convincente. Ahora, incluso trata con miramientos la propuesta alternativa de Francia, Alemania y Rusia para dar más tiempo a los inspectores de la ONU. Pero, por encima de contingencias, su pesadilla es la quiebra que se cierne sobre la médula de la política exterior de su país desde mediados del siglo pasado, y que consiste en retener su influencia mundial a través de su condición de puente entre Europa y EE UU, algo muy vinculado a la cohesión ahora dinamitada de la UE y la OTAN. La arquitectura de ese puente cada vez soporta peor la distancia que se hace abismal a ambos lados del mar.

Desde este punto de vista, la votación de los Comunes pone a Blair en el disparadero de tener que elegir más pronto que tarde entre el sentimiento antibélico dentro de su propio partido y su fidelidad transatlántica. Si debido a la oposición internacional Londres acabase yendo solo a la guerra con Washington, la decisión sería una apuesta a todo o nada para el hombre que rige los destinos británicos desde 1997.

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