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La revolución de los jóvenes

Las manifestaciones del 15-F en España, el mismo día que en Europa y el resto del mundo, han confirmado la presencia activa de la juventud en su organización y desarrollo y, sobre todo, en su inspiración y significado. Por fin la nueva generación se incorpora claramente al combate pacífico mundial por la paz en la justicia y por la regeneración de la maltrecha democracia española. Como no hay mal que por bien no venga, los presidentes Georges W. Bush y José María Aznar han sido los providenciales agentes que han provocado, frente a la despolitización pretendida y la desideologización lograda, una nueva política más pura de los jóvenes, que exige el interés inmediato por los problemas vitales de la gente, próxima o lejana, y la participación en la lucha contra el mal en el mundo. Los jóvenes saben ya muy bien cuál es el verdadero Eje del Mal y, aunque tal vez desconozcan sus orígenes, reconocen sin errar sus fines.

Junto a una juventud conducida por el sistema imperante a la apatía, el desencanto, el consumismo y la droga escapista o desesperada, ha surgido una pléyade de activistas que reproducen ciertos rasgos de movimientos sociales antiguos (ecologismo, pacifismo, feminismo), de la contracultura norteamericana de la década de 1960 o del Mayo francés, pero los han depurado de contenido retórico y estético; más bien entroncan con el espíritu filantrópico de las ONG, pero superan el mero parche bienintencionado de la ayuda a pueblos asolados mediante una más eficaz política de protesta y de presión sobre los autores y cómplices de los crímenes multinacionales. Libres, por falta de lectura suficiente, de las ideologías que han justificado la hegemonía capitalista o movilizado históricamente a sus víctimas, los nuevos jóvenes han elaborado, por puro sentido común, realista y práctico, la única ideología que no busca resignaciones conformistas ante el poder del dinero ni monopolios seudocientíficos del único camino para acabar con él: a medio plazo (si no a corto), soluciones concretas y factibles para problemas inmediatos, y a plazo más largo pero próximo, transformación de los instrumentos políticos heredados para regenerar la tensión democrática que el sistema imperante reduce,degrada y corrompe con la intención de que las víctimas no dejen nunca de serlo. De hecho, esta ideología y la actitud ética y activa que conlleva han sido consagradas en Porto Alegre y han sido sus directrices de pensamiento y de estrategia las que se están siguiendo en España de modo espontáneo, entusiasta y convencido. Seguro que no es un redondo azar. Como dijo el poeta, "el mundo algo quiere".

Las chicas y chicos que están ahora en la brecha han pertenecido a colectivos con preocupación de todo tipo (pobreza, emigración, xenofobia, educación, salud, etcétera). Han sido voluntarios, insumisos, miembros de ONG, creadores de plataformas y redes electrónicas. Cada vez que preparan una actuación pública de protesta o de presión tienen una organización flexible y discontinua sin líderes fijos. Dialogan con otros grupos y tejen colaboraciones. Crean embriones de un nuevo tipo de sociedad más humana y fraternal. Sus acciones son como saltos singulares, unidas en el tiempo por la perseverancia. Su estrategia común podría denominarse guerra de guerrillas local-global pacífica. Si les escuchamos nos dirán que buscan crear espacios de poder ciudadano en donde desarrollar con fe un trabajo lento de concienciación en la base, celebrar asambleas pluralistas y participativas hasta lograr una democracia cotidiana. Para ellos no basta la representación política a través de los partidos en elecciones cada cuatro años. Asimismo, ven la necesidad de fundar un sistema vivo de redes comunicantes e informativas frente a unos medios mediatizados por el poder económico y el político; poder este último al que no aspiran como hacen los partidos,pues su finalidad es presionar a uno y otros y crear alternativas que los modifiquen o los sustituyan. Una táctica que no excluyen en último término es la desobediencia civil.

No se les escapa a estos jóvenes la compleja relación que han de mantener con los partidos. Suelen criticarlos por estar distanciados de la gente; por vincularse a la derecha económica; por ser rígidos, jerárquicos y sin democracia interna; por vivir del espectáculo,de la imagen mediática del líder y de la mercadotecnia electoral; por un interés codicioso en el poder. Pero los ven necesarios, ya que son quienes toman las grandes decisiones políticas, y creen que una buena concienciación de los propios movimientos sociales en los que participan vinculará más la gente a la política activa, más allá de una participación coyuntural en manifestaciones masivas como las del pasado 15-F. Si, por un lado, los jóvenes activistas están ya politizados al margen de los partidos, por otro pretenden que éstos (al menos los de izquierda) recojan con sinceridad y eficacia las reivindicaciones populares.

No parece, pues, que este nuevo movimiento juvenil pacífico, que ahora emerge claramente entre nosotros con mayor fuerza y consistencia cada día, vaya a caer en un purismo ácrata, en un visceralismo sin ideas y en el cansancio del que se agota por exceso febril de actividad energética propia de los pocos años. Por eso mismo, y porque es novedad evidente su actitud ética de sencilla humanidad, no espero que acaben como muchos de aquellos estudiantes revolucionarios de l968, esteticistas y librescos, que, en parte ingenuos y en parte esnobs, desaparecieron durante la incipiente democracia española para acabar, de mayores, en la frustración, el escepticismo e incluso en la derecha de siempre. Toda revolución verdadera implica un espíritu personal de servicio personal al prójimo y de ética humilde e insobornable. El de estos jóvenes tiene todos los visos de haber recuperado aquellos valores humanos que dieron sentido al combate de los más abnegados veteranos de otros tiempos.

J. A. González Casanova es catedrático de Derecho Constituticonal de la UB.

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