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Columna
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Partidor real

De muy atrás le viene la punta al garbanzo, incordio o disputa del agua, aunque la sensatez acaba por imponerse. El 1776 fue un año seco en demasía en la comarca de La Plana. Y cuentan los cronistas que los regantes de Castellón y los labriegos de Almassora llegaron, a cuenta del agua, al límite de la agresión o el encarcelamiento de unos u otros. La cuestión radicaba en que el líquido escaso del humilde Mijares se repartía en el término municipal de Almassora entre otros y unos, y en el punto donde se efectuaba el reparto tenían lugar prácticas picarescas; a ello se añadían las quejas de los de Castellón porque sus vecinos enturbiaban la corriente de la acequia con vertidos contaminantes. La solución estaba en la construcción de otra acequia que desde el partidor real del Mijares llevara el agua al término municipal de Castellón. 15 duró la disputa que tuvo sus intervenciones judiciales y reales, y sus comisiones y comisionados, por ver de terminar con la misma. El Supremo Consejo "concedió permiso para la formación de la nueva acequia y aprobó el medio de la imposición o derrama a proporción de los intereses que cada uno de los regantes disfrutase para cubrir su coste", escriben los historiadores. Con alegría y jolgorio inauguraron los dos pueblos vecinos la nueva conducción de riego el 11 de marzo de 1790. En la solución de la disputa, dicen los eruditos, tuvo un papel destacado y un sensato buen hacer el patricio y patriota Miguel Tirado, quien había apostado por la concordia y la solidaridad entre vecinos. Ahora la disputa del agua tiene une dimensiones geográficas más amplias. Por el norte de una frontera imaginaria y líquida vociferan quienes indican que les van a robar su río y sus posibilidades de desarrollo, y por el sur jalean con los sones del himno regional demasiada gente interesada en un desarrollismo sin límite que necesita agua para sus campos de golf o para el cemento de sus urbanizaciones. Ni llegan a las manos ni se encarcelan mutuamente, pero hay una sensación partidista del conmigo o contra mí que molesta a las mentes sensatas.

Y es que el Plan Hidrológico Nacional no es tan sólo acarrear el agua del río del pueblo vecino. Es también buscar la concordia con los regantes de las riberas del Ebro y promover por allá nuevos regadíos; es construir los embalses necesarios y defender las riberas de viejo Ebro de avalanchas fluviales, como reguló el pantano de Mequinenza la de los pasados días; es respetar el delta y sus cultivos; es la solidaridad de unos con otros, y que nuestros regantes tengan agua en años secos en demasía. Es cuanto defiende el cejudo y discreto Manuel Claramonte Serra. Este valenciano de Almassora es el presidente de la Junta de Aguas de La Plana, y está en el tajo, es decir, se ocupa de sus campos y está junto a la almenara del riego. A Claramonte le importa el Plan Hidrológico Nacional y le importa que se aproveche y se ahorre agua; explica el hombre con precisión y pausa cómo están instalando el gota a gota en 4.000 hanegadas que serán cinco o nueve mil cuanto antes, y que cada propietario abonó 40.000 pesetas por cada hanega en la que instaló las gomitas. Subvenciones aparte, el dinero sale de los regantes como en el siglo XVIII para construir una nueva acequia.

El entendimiento, el diálogo y la concordia funciona entre labradores del norte y del sur, dice Manolo, y el PHN debería ser una cuestión de los regantes y se ha politizado en exceso y de forma partidista por todos los lados. Y Manolo es prudente y sensato como el Miguel Tirado de mil setecientos y pico.

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