Michavila
Ximo Michavila ya preside la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos. Y hace poco recibía uno de los premios que deben haberle hecho más ilusión de entre los muchos que ya posee, porque se trata del Cavanilles, del Centre Excursionista. En Tándem de la Memoria, el pintor relata a Albert Forment sus cuitas en una actividad física que no le arrebató ni la polio, sufrida en la primera infancia. Primero salía con el Frente de Juventudes, porque era gratis. Luego, con el mismo Centre, corriendo valles y sierras : Calderona, de les Agulles, Benicadell, Montgó... Desde entonces, además de la música, la montaña fue su referente, su pasión y su emoción, "especialmente porque ya iba tomando conciencia de la belleza de mi país".
Tuvimos la fortuna de entrevistarle en su estudio del Camp de Morvedre. "Yo soy muy valenciano, y de aquí no me muevo. Quien quiera ver mis cuadros, que venga" (ríe, como queriendo sacudir la solemnidad o posible petulancia de sus palabras), y es que ya se cansó de aquel obligado trasiego con el padre maestro, y luego profesor él mismo, cuando igual amanecía en L'Alcora natal que en Paterna, Port de Sagunt, Teruel o Valencia.
Doctores tiene la crítica. Y sabios como Aguilera Cerní , o creadores como Iturralde, nos cuentan del universo plástico de Michavila en el catálogo de su última exposición. Sólo diré que admiro sus primeros paisajes, pero es la serie El Llac ( una Albufera inaudita a la que asomó para salir de la depresión) la que más me fascina. Tanto como esa conversación suya, culta y entrañable, sobre la geometría y Pitágoras, la entropía, el contrapunto y el aura.
Michavila no hace melindre a los galardones, (aunque sabe que muchos tienen trampa) porque los interpreta como reconocimiento del pasado y aval para el futuro.
Nuestro premio ha sido un café con almendrados en aquella terraza, mientras oteamos el mar vegetal de Albalat dels Tarongers. Y verle sacar, del negro abisal con que primero enluta el lienzo, todas las notas, todos los colores, y todas las luces.
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