La erótica del tacto
Un taller organizado por el Colectivo de Lesbianas y Gays de Sevilla defiende una sexualidad menos genital
Un joven, vestido con una camiseta roja sobre la que brillaba la palabra Feel (Sentir), se aventuró a hablar entre los primeros: "Cuando pienso en sexualidad, pienso en sexo puro y duro, no en un beso en la nuca". Después de una hora larga de charlas y ejercicios sensitivos compartió con el resto de asistentes las impresiones "placenteras" que acababa de experimentar mientras intercambiaba caricias inocentes como las que pueden ejecutarse entre dos pares de manos.
Le sorprendió hallar placer en el contacto físico con una mujer, a la que no veía pero a la adivinó mientras le rastreaba el rostro con las yemas de los dedos. Su definición de la sexualidad, una hora y media después, se había ampliado con claridad.
Romper los corsés que circunscriben el sexo únicamente a lo genital era el objetivo del taller, que dio el pasado jueves el psicólogo Bruno Moioli ante 25 personas en la Casa de las Sirenas, en Sevilla. Organizada por el Colectivo de Lesbianas y Gays (Colega) de Sevilla, la actividad iba dirigida a un público homosexual, pero el contenido teórico y práctico del taller de Moioli no se diferenció del destinado a heterosexuales.
El propio psicólogo asegura que no existen distinciones entre unos y otros a la hora de entender la sexualidad como algo amplio o estrecho: "La cultura nos ha condicionado tanto que reducimos la sexualidad al coito". Moioli describió primero el pan de cada día: "Tenemos una sexualidad muy rápida, muy genital y muy coital; vamos al aquí te pillo, aquí te mato". Y lamentó después lo que los "patrones culturales" se habían cargado en el camino, entre otras cosas, el tacto. "Somos muy visuales, pero el tacto es el más potente de todos los sentidos cuando nacemos".
El psicólogo explicó que el sentido táctil se va adormeciendo conforme las personas crecen y que prueba de la importancia del mismo se esconde bajo los sayones religiosos. "La Iglesia, que sabía tela de esto, siempre ha dado a las monjas unas ropas duras y vastas que ayudan a endurecer el tacto".
Concluido el preámbulo teórico, el director del taller invitó a los participantes a cerrar los ojos y relajarse. Los tranquilizó: "No es un ejercicio hipnótico, nadie se va a poner a hacer la gallina". Moioli comparó la técnica de relajación con la actitud ante una película: "Cuando me siento a verla puedo hacerlo con un análisis crítico o me meto y me la creo". "En relajación si hago un análisis crítico interfiero, así que tenéis que creer que os vais a relajar".
Al menos durante 10 minutos los asistentes se sumieron en una quietud plácida. En apariencia unos tan profundamente relajados que sonreían con satisfacción mientras el psicólogo describía imágenes evasivas con voz tenue. También algunos participantes rehusaron secundar la parte práctica del taller y siguieron con los ojos bien abiertos los andares torpes de sus compañeros cuando dieron pequeños pasos con los ojos cerrados.
Moioli ya había advertido al principio que nadie esperase ejercicios "fuertes". La fase práctica se limitó a estimular el poder evocador del tacto a través de las manos. Se acariciaron sin verse las manos y luego la cara.
Cuando, pasados varios minutos, el psicólogo encendió la luz y concluyó el ejercicio se enfrentó a una sucesión de rostros relajados y sonrientes. Fue entonces cuando el participante de la camiseta roja explicó que, para su sorpresa, le había gustado tocar las manos y el rostro de su compañera. Otro destacó la falta de rivalidad en el intercambio de caricias a tres bandas que les había tocado hacer. Un tercero dijo que había sentido "vergüenza" al acariciar el rostro de su amigo, al que en ese momento de oscuridad y relajación percibía como alguien extraño y desconocido. El director del taller concluyó que una sesión como la que acababan de vivir sólo tenía como objetivo sacudir de las actitudes "la capa de polvo que la cultura nos ha mandado".
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