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Columna
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Expectativas

La democracia ha recuperado las protestas y reuniones masivas como músculo público. Hasta tal punto parece que es así que a día de hoy las expectativas de los dos principales partidos en la Comunidad Valenciana se nutren básicamente de dos actos multitudinarios. Uno que lo ha sido y otro que está por ver si lo será. El PSPV ha hinchado el pecho con la manifestación contra la guerra celebrada el pasado sábado en Valencia, cuyo éxito ha asumido en gran parte, lo ha cruzado con otros malestares sociales evidentes, lo ha condimentado con alguna extrapolación demoscópica y ha alcanzado la conclusión de que su regreso al Palau de la Generalitat está al caer. La euforia en la calle Blanquerías, aunque muy modulada en su líder, es indisimulable, y los más profesionales ya están haciendo planes y maletas en sus azoteas. Por el contrario, en el PP cunde el pesimismo, pese a que en las fachadas ondean las sonrisas de oreja a oreja. La desazón derivada de la gestión de la catástrofe del Prestige, que no ha sido poca, se ha visto multiplicada con los efectos de rechazo generalizado a un conflicto armado, a cuyos pies ha dejado el PP un José María Aznar ya exento del refrendo de las urnas, y para el que, desde el punto de vista de la gloria eterna, no sería precisamente un estigma que el partido dejase se hundiese con su salida. El PP valenciano espera recomponer ese estropicio psicológico con la concentración del primer domingo de marzo en favor del Plan Hidrológico Nacional, en la que no sólo ha puesto toda la carne en el asador sino que también llevará arroz y verduras suficientes como para elaborar "más de mil paellas gigantes". Pero este acto, que en principio fue diseñado para demoler al PSPV y cocerlo vivo en sus propias contradicciones, con la guerra en la vertical ya sólo puede tener efectos de consumo muy interno. Con el nuevo escenario decidido por la Administración Bush y seguido en reata por Aznar, "la fiesta del agua", en el mejor de los casos, sólo sirve para infundir ánimos a la tropa y paliar el derrotismo. Por primera vez desde 1995 el PSPV se mueve debajo de los escombros. Por primera vez desde entonces el PP valenciano se siente vulnerable, aunque eso no implique que está muerto.

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